La rentabilidad capitalista hace y deshace el progreso de la humanidad
La enconada competencia de todos los grupos capitalistas les empuja inevitablemente e inconscientemente hacia el desarrollo de las fuerzas productivas y hacia la crisis. La única manera de desbancar a la competencia es poder vender más barato. Para vender más barato deben producir más barato. El desarrollo de las fuerzas productivas proporciona unas máquinas, unos sistemas de producción, una división del trabajo, etc., cada vez mayores y más avanzados tecnológicamente. Con ello hacen más productiva la fuerza de trabajo de la clase obrera; y, por tanto, la explotan aún más.

Como regla general, toda mejora de la tecnificación de la producción tiene un mayor coste que la anterior y, además, por su mayor productividad, es capaz de mover una mayor cantidad de materias primas en el mismo tiempo. Esta tecnificación aporta sofisticados y más complejos sistemas, con novedosos y más costosos materiales, diseños, etc. Cada vez más se generaliza el uso de la maquinaria para las diferentes operaciones que se han de realizar. Y la mecanización ya existente puede producir más rápido con las novedosas y más avanzadas máquinas que se van instalando sucesivamente. Por tanto, los capitalistas deben hacer una mayor inversión en capital constante1 en sus respectivas plantas de producción y deben introducir en el mercado una mayor masa de mercancías para reponer ese aumento de la inversión en medios de producción, lo que recrudece la competencia capitalista.
Esto redunda en una reducción de puestos de trabajo, en la reducción del capital variable2. Con los 360.000 trabajadores actuales de la siderurgia en la UE se produce más que con los 770.000 trabajadores de la Europa de los 15 en 1980. Cada trabajador produce mucho más usando medios de producción más avanzados.
La mayor inversión de capitales en medios de producción que en salarios conduce a un incremento de la composición orgánica del capital, tal y como lo denomina Marx. Al aumentar la productividad, por la incorporación de innovaciones en la producción, los obreros y obreras deben aportar menos valor, es decir, menor tiempo de trabajo, por cada producto fabricado. Por ejemplo, la incorporación en los años 90 de la tecnología de las acerías compactas3 en el mercado de los laminados planos introdujo «nuevos esquemas en los que se acorta el tiempo del proceso y se reducen significativamente los costos de producción. Esto permitió incrementar el volumen de producción de estos aceros, debido a que con este mecanismo de funcionamiento es posible mayores cantidades en menor tiempo, lo que significó un elemento adicional que explica una fuente alternativa de producción»4. Una de estas era la Acería Compacta de Bizcaia (ACB) perteneciente a ArcelorMittal.
Al producirse una mayor cantidad de acero en el mismo tiempo se produce un incremento de la explotación. Por cada hora de trabajo de un obrero en un acería, más fructífera por los avances en las fuerzas productivas, se produce una mayor cantidad de acero con el mismo salario. Sin embargo, esta maquinaria y sistemas productivos más sofisticados, consumen una mayor cantidad de materias primas para dar lugar a esa mayor cantidad de acero producido y, por tanto, es necesario aumentar el capital invertido en esos medios de producción (en el capital constante) con respecto al capital invertido en salarios. Así pues, la cuota de ganancia5 que obtiene el capitalista es menor. Al generalizar el uso de estos avances tecnológicos en todo el sector, se produce un descenso de la cuota media de ganancia de todo el sector y, así, podemos extenderlo a todos los demás y, en general, a la economía capitalista.
Si bien es cierto que se produce una mayor masa de mercancías con menos obreros y obreras, también lo es que cada capitalista necesita una mayor porción de mercado para poder dar salida al incremento de la producción, reponer el capital invertido y el capital necesario para proporcionar el siguiente avance tecnológico en la producción y obtener el beneficio. E, igualmente, si bien es cierto que una mayor masa de mercancías arroja una mayor masa total de plusvalía y, por tanto, de beneficios, también es cierto que cada capitalista necesita una cada vez mayor inversión de capitales en unos medios de producción mucho más avanzados, mayores en masa total y más costosos. Puede obtener una masa total de beneficios mayor, pero será a costa de poner en marcha una mayor cantidad de capitales (mucho mayor en proporción) y lanzar una masa mayor de mercancías al mercado.

La conclusión es que la rentabilidad del capital invertido es cada vez menor. Tienen que invertir más capitales para obtener de estos, en proporción, menos plusvalía y, por tanto, menos beneficios. Es una de las leyes generales del capitalismo que Marx definió como la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
El problema de la rentabilidad es un aspecto contradictorio del capitalismo. Surge de la competencia, revolucionando a cada paso las fuerzas productivas, haciéndolas más costosas e inaccesibles para unos y requiriendo cada vez mayores capitales para que otros las puedan desarrollar. Los capitalistas tratan de revertir la tendencia decreciente de la cuota de ganancia reduciendo la plantilla (coincidiendo con la eliminación de sobrecapacidades), aumentando la intensidad de trabajo de las y los obreros que permanecen en la plantilla para hacerla más productiva, incrementando la jornada laboral, reduciendo el salario directo, indirecto o el diferido, etc., es decir, tratan de incrementar la plusvalía generada por la clase obrera y, por tanto, los niveles de explotación de su fuerza de trabajo. Pero cada una de estas acciones conduce inevitablemente a volver a aumentar el peso relativo del capital constante con respecto al capital variable y a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
Este círculo vicioso va ahogando cada vez más a los capitalistas. Les va exigiendo una mayor acumulación de capitales en cada período. La rentabilidad trata de imperar sobre las fuerzas productivas, llegando a volverse en su contrario; es decir, pasando de ser la dinamizadora del progreso a la obstructora del avance de las fuerzas productivas. Y en este camino, además, se cruzan las crisis económicas cíclicas, que se desencadenan como consecuencia de la sobreproducción. Estas crisis económicas no solo destruyen fuerzas productivas existentes sino que obstruyen el progreso de las fuerzas productivas en general.
CC.OO. en su informe de 2015 sobre el sector del acero es taxativo al indicar que «la coyuntura europea que, a finales de 2014 y principios del año 2015, combina un crecimiento débil y una gran disponibilidad de liquidez, anima a los productores a no ejecutar las inversiones necesarias para la modernización de sus instalaciones, anquilosadas durante siete años de crisis, a proponer ventas de activos como solución a su problema de obsolescencia».
Como ejemplos significativos, el mayor grupo a nivel mundial en la producción de acero, ArcelorMittal, recientemente cerró la mencionada acería compacta de horno eléctrico instalada en Sestao (la ACB), y que vino a sustituir a la vieja industria integrada de los Altos Hornos de Vizcaya (AHV), para ahora albergar un pequeño centro de I+D+i. Se trata del cierre de una de las plantas más avanzadas a nivel mundial, siendo el sector del acero europeo el más avanzado tecnológicamente. En esto también tiene bastante que ver el elevado precio de la electricidad impuesto por el cártel de la electricidad español, cuyo acelerado enriquecimiento se hace sobre las espaldas de la industria española y la miseria de las familias trabajadoras. De esta manera, este monopolio también lastra -indirectamente- el desarrollo de las fuerzas productivas. Igual ha sucedido con la venta de la planta de horno eléctrico que ArcelorMittal poseía en Zaragoza.
Este cierre forma parte de la proyección estratégica de ArcelorMittal y va unido a la dirección principal de esa estrategia. Esta pasa por la inversión en la fabricación de aceros con alto valor añadido para el sector del automóvil, donde China no tiene suficiente desarrollo tecnológico, y, lo más importante, por desplazar el eje productivo nuevamente hacia las grandes plantas industriales integrales de acero de antaño.
En España esta estrategia se traduce en la rehabilitación de sus altos hornos. En la planta de Gijón ya se ha iniciado el proyecto para que en 2018 puedan estar operativos, pero no van a proporcionar ningún avance productivo y tecnológico sustancial, dado que es la rehabilitación de los altos hornos de coque que han llegado al final de su vida útil. Invertirá 134 millones de €6, junto con los algo más de 200 millones de € que supondrá la instalación de una planta de cogeneración. Solo rehabilitan las tecnologías existentes -y muy antiguas-. Aún más, ArcelorMittal desechó una inversión aún mayor en estos altos hornos para su sustitución completa por otros nuevos y más sofisticados cuyo valor rondaba los 400 millones de €, lo cual, además, habría proporcionado un producción más ecológica, reduciendo los contaminantes que respiran o ingieren las y los propios trabajadores y los habitantes de la zona. La rentabilidad y el menor coste se imponen al desarrollo de las fuerzas productivas, retrotrayendo su tecnología a una actualización mínima de la existente en los años 60 y 70 para un proyecto productivo que se extenderá hasta cerca del año 2060. Es evidente que dado el nivel de concentración de capitales de la mayor corporación acerera mundial y la tendencia a formar alianzas con otras grandes corporaciones le permiten «el lujo» de estancar el desarrollo tecnológico de la producción. Esta estrategia da idea de cómo está obstruyendo el desarrollo tecnológico a futuro de las fuerzas productivas.
No es muy diferente en China o en el resto de la UE. Es cierto que China está cerrando sus plantas menos rentables, como consecuencia de un mayor atraso tecnológico, y más contaminantes afincadas en su país. Y en la UE los grupos acereros están vendiendo los activos de las plantas más anticuadas, llevándolas al cierre cuando no encuentran comprador. Incluso en ambas regiones, se están implementando medidas de actualización de las plantas existentes en materia de productividad -léase rentabilidad- y de medio ambiente. De hecho, el rescate e inversión del Estado italiano en la planta de Tarento7, cuyos trabajadores se encuentran actualmente suspendidos de empleo y sueldo, tiene como finalidad modernizar sus instalaciones para ponerlas al nivel productivo y medio ambiental de otras plantas europeas. Pero no se trata de un progreso general de las fuerzas productivas sobre el nivel ya existente, sino de una actualización a este nivel, en esa generalización de la tecnología en el mercado que expresaba Marx.
El parasitismo es uno de los aspectos del imperialismo, y este se ve reflejado en la tendencia a la obstrucción y al estancamiento del progreso tecnológico. Lenin expuso con total acierto, a principios del siglo XX, que «la base económica más profunda del imperialismo es el monopolio. Se trata de un monopolio capitalista, esto es, que ha nacido del seno del capitalismo y se halla en las condiciones generales del mismo, de la producción de mercancías, de la competencia, en una contradicción constante insoluble con dichas condiciones generales. Pero, no obstante, como todo monopolio, engendra inevitablemente una tendencia al estancamiento y a la descomposición. Puesto que se fijan, aunque sea temporalmente, precios monopolistas, desaparecen hasta cierto punto las causas estimulantes del progreso técnico y, por consiguiente, de todo progreso, de todo movimiento hacia adelante, surgiendo así, además, la posibilidad económica de contener artificialmente el progreso técnico. Ejemplo: en los Estados Unidos, un tal Owens inventó una máquina que produjo una revolución en la fabricación de botellas. El cartel alemán de fabricantes de botellas compró la patente a Owens y la guardó bajo llave, retrasando su aplicación. Naturalmente, bajo el capitalismo, el monopolio no puede nunca eliminar del mercado mundial de un modo completo y por un período muy prolongado la competencia«8.
El desarrollo del capitalismo muestra un panorama cada vez más difícil para la clase obrera. La crisis económica, la enconada competencia, el incremento de la mecanización que expulsa a los obreros de sus puestos de trabajo presionando a la baja las condiciones laborales, la pérdida de salario y de poder adquisitivo, las necesidades de acumulación de capitales y de beneficios de las corporaciones capitalistas, etc., están llevando a la clase obrera a un mayor empobrecimiento.
El capitalismo no cesa en aumentar la masa de mercancías creadas. Marx indicaba hace siglo y medio que «a medida que progresa la producción capitalista y con su correspondiente desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social y a medida que se multiplican las ramas de la producción y, por tanto, los productos, la misma magnitud de valor [creada por la fuerza de trabajo de la clase obrera] representa una masa cada vez mayor de valores de uso y placeres»9. La propiedad capitalista de los medios de producción expropia a las y los obreros los productos creados por su fuerza de trabajo. Mientras que la clase obrera crea una cada vez mayor masa de valores de uso y placeres, bienes y servicios, son cada vez menos accesibles para su disfrute por esta fuerza creadora. La reducción de los salarios y del poder adquisitivo de la clase obrera así lo impide; la realización de horas extras es un parche temporal y significa el aumento de la explotación laboral. La compra a crédito permite acceder a ellos, pero lo es hasta que la economía doméstica de las familias obreras hace imposible el pago de estos créditos, por las reducciones de poder adquisitivo o por la pérdida del empleo. Es aquí cuando estas familias caen en la más absoluta pobreza mientras que los capitalistas siguen enriqueciéndose incesantemente a costa de la explotación de los asalariados.
Continúa en: El sector del acero y la clase obrera (Parte III)
Notas
- El capital constante es la parte de capital destinado a la compra de materias primas, maquinaria, el edificio de la planta, etc., de los cuales se trasladan su valor a la mercancía de manera constante en el proceso de producción. De las materias primas, por ejemplo, se trasladan todo su valor para conformar esa determinada mercancía. De la maquinaria, un alto horno o el edificio de la planta se traslada el valor en forma amortización constante por cada tonelada, kilo, etc. de acero, hasta la finalización de su vida útil.
- El capital variable es la parte del capital destinado al pago de los salarios de los obreros, es decir, el alquiler mensual del uso de la fuerza de trabajo de la clase obrera. Es necesario recordar que la fuerza de trabajo es la que valoriza todo el capital al ser utilizada en el proceso de producción. Sin esta fuerza de trabajo, que ponga en marcha los medios de producción en los que se encuentra invertido la parte constante del capital, no se produce mercancía alguna ni, por tanto, valorización del capital invertido. Y si no se produce esa valorización del capital no se produce la plusvalía y el consiguiente beneficio capitalista. Esta parte de capital «reproduce su propio equivalente y, además, un excedente, la plusvalía, la cual puede variar a su vez, ser mayor o menor. De una magnitud constante, esta parte del capital se transforma continuamente en una magnitud variable«. K. Marx. “El Capital”. Capital constante y capital variable.
- Se trata de acería de hornos eléctricos y de unidad compacta: con colada continua y tren de laminación.
- CC.OO. Informe. La industria del acero en Europa y en España, página 24.
- La cuota de ganancia (CG) es la relación entre la plusvalía (p) y el capital invertido (este, a su vez, es la suma del capital constante (c) y el capital variable (v)): CG=p/(c+v). Si hay igual o menos plusvalía y, además, necesita invertir más capital para aumentar la productividad con esos medios más sofisticados, entonces estamos dividiendo menos por más, por tanto, el resultado, inevitablemente, es menor, es decir, una cuota de ganancia menor.
- http://www.lne.es/economia/2016/07/16/arcelor-mittal-invierte-134-millones/1957079.html
- Anteriormente pertenecía al grupo Ilva, cuya principal accionista era la familia Marcegaglia. ArcelorMittal actualmente opta a la compra de esta planta, dentro de su estrategia.
- V.I. Lenin. El imperialismo, fase superior del capitalismo. Capítulo VIII. El parasitismo y la descomposición del capitalismo.
- K. Marx. El Capital. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
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