Continuamos con nuestras propuestas de formación política, esta vez con El Manifiesto del Partido Comunista.
El Manifiesto fue publicado por primera vez en Londres, en febrero de 1848. El texto de Marx y Engels y las ideas contenidas en el, eran la culminación de un debate de dos años de duración (1846-1848) entre las facciones más radicales del, por aquel entonces, incipiente movimiento socialista. Pero estaban llamadas a cambiar el mundo para siempre, a una escala sin precedentes en la historia.
Una obra… ¿superada por la historia?
La opinión convencional, incluso en gran parte de la izquierda, considera a Marx un perro muerto, y a El Manifiesto como un texto válido para la época en la que se escribió, pero superado por el desarrollo de los acontecimientos.
¿Quién no ha oído alguna vez la expresión «eso son cosas del siglo XIX»? A su vez, no es poco frecuente oír hablar a académicos autodenominados «marxistas» poner el acento en la supuesta «superación» de las ideas expuestas en El Manifiesto.
Pero cuando se lee con seriedad la obra fundacional del movimiento comunista moderno, y por leer con seriedad me refiero a profundizar en el núcleo de las ideas expuestas en El Manifiesto, sin superficialidad, esa impresión cambia.
Baste una anécdota para ilustrar el impacto que tiene una lectura seria de El Manifiesto Comunista. En una sesión de formación donde hacíamos una lectura colectiva de El Manifiesto, una camarada de reciente incorporación al Partido dijo lo siguiente: «Parece que está hablando de la actualidad».
Para aclararnos, veamos un poco el perfil de la camarada: Trabajadora del sector de la sanidad privada, desempleada, haciendo cursos de «reciclaje» profesional y de mediana edad. Pasado militante en organizaciones cristianas de base en su juventud y luego en el PCE e Izquierda Unida. Muy flipada con Podemos en sus inicios, luego ya ha ido percatándose de las limitaciones del proyecto de Pablo Iglesias para la transformación social. Otra expresión deja bien claro el perfil: «Nunca antes en mis años de militancia me habían hablado con tanta claridad de estas cosas».
Veamos, ¿qué cara se le pondría a un sindicalista de ArcelorMittal cuando lee un párrafo como este?
«Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo.»
Ante realidades como la Unión Europea… ¿Realmente está tan desfasado el siguiente extracto?
«La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.»
¿Y que diría del siguiente párrafo un trabajador en paro que tiene que soportar, un día tras otro, ridículos procesos de selección en las empresas, donde casi parece que en vez de buscar un empleo está solicitando apuntarse a una secta religiosa o a un taller de coaching?
«En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detall, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.»
¿Se identificaría de alguna manera con lo siguiente una trabajadora de alguno de los grandes Call Centers que pueblan nuestra geografía?
«La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y es despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.»
Ante la realidad de los minijobs, microjobs, microsalarios, contratos de cero horas, expansión del trabajo de falsos autónomos, uberización de las relaciones laborales, precarización, trabajadores pobres… ¿Qué decir de ideas como esta?
«El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensable al obrero para conservar su vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida.»
¿Y qué decir de esto?
«Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.»
A la cabeza se nos vienen los precios de los alquileres, las hipotecas, la factura de la luz y el gas, la letra del coche… la sociedad de consumo en su conjunto y las tardes de sábado en el centro comercial gastando el dinero que no tenemos.
Durante años en la izquierda occidental, ha sido mayoritaria, y todavía lo es, la opinión de que, hasta cierto punto, el capitalismo había logrado pasar lo peor, que determinados rasgos muy sangrantes de la explotación de la clase obrera, formaban parte del pasado. En un momento en que los grandes capitalistas impulsan un programa de reformas superagresivas contra la clase trabajadora… ¿no es hora de poner en cuestión esta idea del retorno a los buenos viejos tiempos del Estado del Bienestar?, ¿Acaso el desarrollo de los acontecimientos no apunta a que la realidad actual se parece, en los aspectos esenciales, al capitalismo que vivieron los fundadores del movimiento comunista?, ¿No ha llegado el momento de, como hicieron Marx y Engels, poner sobre la mesa la necesidad de superar el capitalismo totalmente?
Solo desde una perspectiva estrecha y una lectura superficial y cargada de prejuicios, se puede afirmar que El Manifiesto está superado en su análisis. Y si concluimos que sus contenidos siguen siendo válidos en términos generales… debemos aceptar que tampoco sus conclusiones y propuestas están fuera de la agenda. Pero eso da para escribir otros muchos artículos.
El Manifiesto es una de las primeras lecturas que debe hacer quien se quiera aproximar al Marxismo. Las ideas contenidas en esta obra tienen la fuerza y la solidez suficiente para cambiar la forma de pensar de alguien para siempre. Quien tenga alguna intuición crítica hacia el mundo en que vivimos, encontrará en El Manifiesto un refuerzo y material suficiente para estructurar esa visión crítica.
¡Disfruta de la (re)lectura!