Han pasado ya cuatro días desde el ataque terrorista en Londres del sábado pasado. Es el tercer ataque terrorista en Reino Unido desde marzo de este año. Son ataques despiadados contra personas indefensas y que poca o ninguna responsabilidad tienen de la política del gobierno y el Estado británicos. No caben, por tanto, más que la condena y el rechazo frente a ello. No obstante, desde los medios de comunicación oficiales no ha parado de proyectarse una idea muy clara: reforzar los aparatos de seguridad para afrontar la amenaza terrorista. Más presencia policial en las calles, más vigilancia, más autonomía para que los cuerpos de seguridad “hagan su trabajo”. Ciertamente con la conmoción de los atentados reciente el miedo se apodera de cualquiera y es normal no ver otra solución que un reforzamiento de los efectivos policiales así como de sus atribuciones. Sin embargo pasado el pánico inicial unos días después conviene reflexionar más profundamente y ampliar la perspectiva.
Nuevamente se apunta al extremismo religioso como ideología motriz de los terroristas. El concepto islámico de Yihad sería interpretado por estos como una “carta blanca” para cometer todo tipo de atrocidades contra la población civil. Hay algo de verdad en ello. Realmente existe esta interpretación extremista del Islam. La cuestión es, ¿de dónde procede? ¿Quién la fomenta? ¿Con qué medios cuenta para ello? Para responder a estas preguntas lo más lógico parece ser orientar la vista hacia las monarquías del Golfo Pérsico, cuyos regímenes políticos se caracterizan por aplicar severamente la Sharia o ley islámica, además de por contar con grandes cantidades de dinero procedentes de la venta de su petróleo. También ello es muy cierto. Estos regímenes, como el saudí o el qatarí, llevan años dando cobijo, financiación y apoyo a diferentes grupos extremistas religiosos como los Hermanos Musulmanes o incluso Al Qaeda, especialmente desde que la agitación social sacudió países de Oriente Medio y el Magreb. De hecho, estos Estados han comenzado a acusarse entre sí de apoyar el terrorismo, como lo muestra el conflicto diplomático actual de Qatar con el resto de petromonarquías de la región.
¿Pero acaso los Estados capitalistas occidentales son meros expectadores de todo ello? Nada más lejos de la realidad. Precisamente el pasado mes de abril la primera ministra británica Theresa May defendía públicamente el mantenimiento de los lazos del Reino Unido con Arabia Saudí. Ello contrasta enormemente con la actitud que el Reino Unido ha mantenido hacia la República Árabe Siria, insistiendo en la destitución de su presidente, Bashar al Assad. Mientras la República Árabe Siria es acusada de ser una dictadura que comete atrocidades contra civiles, Arabia Saudí es tratada como socio preferente, pese a las sospechas más que fundadas de sus vínculos con los grupos sectarios y extremistas religiosos que están detrás de ese terrorismo autodenominado como islámico. Mientras la República Árabe Siria ha sido sometida a una guerra de larga duración, mediante el apoyo a grupos armados y mercenarios imbuídos del extremismo religioso para derribar a un gobierno laico, Arabia Saudí goza del estatus de socio preferencial para Occidente. Los Estados árabes laicos son destruidos, mientras las monarquías teocráticas son protegidos.
Ciertamente las petromonarquías del Golfo cuentan con grandes cantidades de petrodólares con las que promover el extremismo religioso e incluso el terrorismo. Pero son los Estados capitalistas occidentales las que pagan esos petrodólares. Y esto no termina aquí. La intervención saudí en la guerra del Yemen se ha realizado en buena parte con armamento británico, según la la propia May reconoce. Y el caso británico es tan solo un ejemplo más de la política de las potencias capitalistas occidentales hacia las petromonarquías del Golfo Pérsico. El apoyo a monarquías feudales y teocráticas se combina con intervenciones contra los Estados laicos y soberanos. El imperialismo capitalista, lejos de difundir la libertad y la democracia por el mundo, forja y estrecha su alianza con la reacción feudal más retrógrada.
Ahora es cuando podemos preguntarnos: ¿realmente el aumento de la presencia y actividad policial va a solucionar el problema del terrorismo? ¿Con los Estados del Golfo financiando todo tipo de grupos sectarios y extremistas tanto en Oriente Medio como en Europa realmente es decisivo el arresto de tal o cual célula, cuando hay condiciones para que aparezca otra en cualquier momento y lugar? Pero la pregunta más aterradora es, ¿si los Estados del Golfo promueven el terrorismo, por qué las potencias capitalistas occidentales no sólo les financian comprándoles el petróleo, sino que también les venden armas? Efectivamente, tratar de responder a esta pregunta nos lleva a la conclusión de que la tan cacareada “guerra contra el terrorismo” no es más que una cortina de humo que esconde intereses menos confesables. Y es que para las clases dominantes occidentales no se trata de la “seguridad ciudadana”, sino del control de Oriente Medio y sus recursos naturales, como el petróleo. Ello también se aplica a la clase dominante española. Precisamente en enero de este año el ministro de economía Luís de Guindos defendía también públicamente los lazos comerciales del Reino de España con el Reino de Arabia Saudí. Además, España cuenta con una comunidad musulmana nada despreciable, especialmente en las ciudades de Ceuta y Melilla.
¿Qué efectos tendrá, entonces, el aumento de la presencia policial? Ciertamente se acabará con tal o cual célula, a tal o cual terrorista, pero la amenaza continuará, pues las condiciones para el surgimiento de grupos terroristas no sólo no desaparecerán, sino que aumentarán. Además, el reforzamiento de los aparatos de seguridad occidentales no es precisamente una buena señal para quienes nos dedicamos al activismo político en favor de la clase trabajadora. Más efectivos policiales y más atribuciones para estos implicará una mayor represión de quienes cuestionamos el orden de cosas actual.
La amenaza terrorista ciertamente debe afrontarse. Pero lo que se plantea desde la clase dominante no son soluciones, sino una huida hacia delante. Para atajar este problema de terrorismo debemos partir de los fuertes lazos que lo unen al imperialismo. Debemos oponernos a las intervenciones contra los Estados laicos y soberanos de Oriente Medio. Debemos exigir la ruptura de relaciones con las monarquías feudales y teocráticas que promueven el extremismo y el sectarismo religiosos y que se corten las vías de financiación con las que estos Estados promueven toda clase de grupos fundamentalistas, ya sea en Oriente Medio o en Europa. Esto, y no el recorte de libertades políticas a los trabajadores, sí que ataca a las raíces profundas del extremismo religioso y del terrorismo inspirado por éste.