«El padre era buen empresario, nos hacía trabajar duro, pero siempre fue justo y respetuoso. Aquí nadie que cumpliese con su trabajo tuvo nunca problema con la empresa. Pero tras su muerte, se hizo cargo del negocio su hijo, y de ahí en adelante todo ha ido a peor».
Quien así habla es JM, el presidente del comité de una mediana empresa del metal (60 trabajadores), la empresa ha decidido presentar un ERE de extinción y la plantilla lleva encerrada varias semanas en el interior de uno de los talleres. Confían en evitar que se lleven la maquinaria. Usan esta táctica como forma de presión mientras administración y sindicatos buscan otro empresario que se haga cargo de la empresa y la mantenga en funcionamiento. Para ellos la clave es ganar tiempo sin que desmantelen definitivamente las instalaciones.
Las palabras de JM son producto del razonamiento que hacen los empleados sobre la tragedia que están viviendo. Profundizando más en la conversación reconocen que la situación económica es difícil, que hay pocos pedidos y mucha competencia. También apuntan a que la empresa tiene deudas acumuladas de varios años, y que son impagables. Se han recibido ayudas de la administración que no se han justificado convenientemente. Como tantas otras empresas del país, hay problemas financieros de todo tipo. Sin embargo, a pesar de todos esos factores externos, los trabajadores encerrados vuelven continuamente a una misma idea: la gestión del propietario (el hijo del fundador de la empresa) no ha sido trigo limpio, le «pudo la codicia», ha sido un «mal empresario» que en la época de las vacas flacas no ha querido sacrificarse lo suficiente.
Esta forma de explicar las razones de los problemas en las empresas, y las motivaciones de los empresarios en base a criterios morales y éticos es muy habitual entre los trabajadores hoy en día. Es habitual, en los conflictos laborales, escuchar a los representantes de los trabajadores apelar a la “responsabilidad del empresario”, el “interés general de la empresa (incluyendo aquí a la plantilla)” y expresiones de ese estilo.
En la esfera de la política todos recordamos los elogios de dirigentes de Podemos hacia banqueros como Emilio Botín: “Hay dos culturas empresariales. Una es casta, la otra quiere contribuir al bienestar social, como la familia Botín en el Banco Santander”, decía Jesús Montero en una entrevista en enero de 2015. Y ante la sorpresa del entrevistador insiste: “¡Sí! Yo estoy convencido de que hay empresarios de buena voluntad”, “hay sectores del capitalismo emprendedor que saben que necesitan un país con menos desigualdad social, que entienden que así expanden su mercado. Seguro que Ana Botín se vería con Pablo Iglesias y hablarían de estas cosas”.
Esta reflexión de Jesús Montero levantó ampollas entre ciertos sectores de la izquierda en su día, aunque la última parte de la frase aclara que se estaba refiriendo a que, según su punto de vista, hay formas de gestión del capitalismo alternativas a las políticas de austeridad que se están llevando a cabo, y que estas pueden ser vistas como beneficiosas por parte de los capitalistas. Esta afirmación a mí me parece muy discutible, pero no es el asunto que quiero tratar en estas líneas.
Lo interesante aquí es la frase “…estoy convencido de que hay empresarios de buena voluntad”, por dos cuestiones: En primer lugar porque la afirmación es totalmente correcta, el hecho de que una persona explote fuerza de trabajo ajena y se enriquezca en base a ese proceso no implica para nada que esa persona sea censurable en sus valores éticos y morales.
Como ejemplo de esto, en el documental “La Corporación”, hay una escena en la que se ilustra esto a la perfección. En ella Sir Mark Moody-Stuart, en aquellos tiempos CEO de la megacorporación petrolera Royal Dutch Shell, que estaba siendo acusada de asesinar activistas e intelectuales en Nigeria, relata como en una ocasión un grupo de ecologistas organizaron una protesta delante de su casa. Tras un rato de tensión, Moody-Stuart y su mujer salieron de casa y entablaron conversación con los manifestantes. Al cabo de unas horas, en palabras de Moody-Stuart, los activistas llegaron a la conclusión de que “todas las cosas que les preocupaban también me preocupaban a mí: el clima, los regímenes opresivos, los derechos humanos…”.
En segundo lugar, porque si tenemos en cuenta que hay empresarios (seguramente muchos) que también son buenos tipos, o gente decente, honrados, esforzados, etc… tenemos que llegar a la conclusión de que la ética y la moral de los agentes económicos (en este caso de los empresarios capitalistas) no son el factor determinante en la toma de decisiones económicas en el mundo de los negocios (y en de las instituciones del estado burgués tampoco, pero eso es otra historia).
Entonces: ¿Cuál es el factor principal en la toma de decisiones en el ámbito empresarial capitalista? ¿Qué es lo que se está teniendo en cuenta cuando se compra, se vende, se invierte, se desinvierte, se abre, se cierra, se contrata, se despide…? ¿Por qué unos buenos tipos toman decisiones económicas que dañan al conjunto de la sociedad?
Cualquier persona que haya tenido algún contacto con la realidad sindical y empresarial responderá de la misma forma. El motor principal es el lucro, la obtención de beneficios económicos, el business… la reproducción del capital. La lógica intrínseca del beneficio.
Entrando más al detalle de esta cuestión, tenemos que tener en cuenta otro factor importante en el capitalismo y que en ocasiones se pierde de vista, provocando la confusión. La libre concurrencia, o la anarquía de la producción, la competencia entre capitalistas. Esto está directamente relacionado con la lógica del beneficio.

El capitalista produce, o hace negocio, pensando (no solo, pero principalmente) en el beneficio que va a obtener de las operaciones. Pero además no funciona aisladamente, sino en un contexto en el que hay otros capitalistas compitiendo en el mismo mercado. Para conquistar el mercado y obtener una posición dominante, el capitalista necesita vender sus productos en unas condiciones más ventajosas que sus competidores, para desplazarles. A partir de ahí, es la guerra: el más agresivo se lleva el pastel y para los perdedores no hay nada. Desde la reducción de costes (con el coste laboral como objetivo esencial a conseguir), el espionaje industrial, el fraude, hasta el derrocamiento del gobierno que entorpezcan el negocio, pasando por la influencia sobre los políticos para hacer pasar en el parlamente una determinada legislación favorable.
En la práctica, no hay límites. Y si los hay, se toman las decisiones necesarias para cambiar esos límites, si ello implica obtener más beneficios y una posición ventajosa frente a los competidores. Ahí tenemos los ejemplos del Posilac, el insecticida tóxico fipronil, o el famoso fraude en las emisiones de CO2 de Volkswagen.
Puede darse el caso de que una empresa esté dirigida por… digamos… la madre Teresa de Calcuta… y que, ante una oportunidad de negocio, decidan no actuar porque implica despedir a trabajadores, o contaminar una reserva natural, o algún perjuicio social importante. Da igual, porque siempre habrá alguna empresa competidora que no tenga tantos escrúpulos morales y sí actúe. En esa situación, la empresa competidora incrementará sus beneficios, o su valor en bolsa, o se hará con una porción más del mercado. A la larga, es como el juego de la silla, el que no corra se queda fuera.
La famosa frase del sindicalista británico Thomas Dunning, a la que Marx hace referencia en El Capital, viene como anillo al dedo:
“El capital huye de los tumultos y las riñas y es tímido por naturaleza. Esto es verdad, pero no toda la verdad. El capital tiene horror a la ausencia de ganancias o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza al vacío. Conforme aumenta la ganancia, el capital se envalentona. Asegúresele un 10 por 100 y acudirá a donde sea; un 20 por 100, y se sentirá ya animado; con un 50 por 100, positivamente temerario; al 100 por 100, es capaz de saltar por encima de todas las leyes humanas; el 300 por 100, y no hay crimen a que no se arriesgue, aunque arrostre el patíbulo. Si el tumulto y las riñas suponen ganancia, allí estará el capital encizañándolas. Prueba: el contrabando y el comercio de esclavos”.1
Más de un siglo después de haberse publicado El Capital, tenemos otras pruebas similares a las que se refiere el Sr. Dunning, el complejo de los campos de concentración nazis y la utilización de mano de obra esclava de prisioneros políticos, de guerra, judíos y otros grupos étnicos. Si bien pudo haber casos como el Sr. Oskar Schlinder, en general, la empresa alemana que no se aprovechase de la mano de obra barata que se suministraba desde los campos de concentración de las SS, tenía todas las papeletas para quedarse fuera de la carrera por los beneficios de la producción de guerra. Los accionistas no tardarían en picar a la puerta del consejo de administración pidiendo explicaciones sobre la rentabilidad de sus acciones, y porque no obtenían tanta como los accionistas de la competencia.
Casos extremos como este sirven para ilustrar que la llamada “ética empresarial” no es más que un cuento infantil para calmar los ánimos de la gente. Una engañifa que pretende dar una imagen falsa del sistema, y justificarlo ante sus víctimas principales, la clase trabajadora y el pueblo en general.

Los intentos de “moralizar el capitalismo” son tan antiguos como el propio movimiento de respuesta a este. Los socialistas utópicos de finales de principios del siglo XIX partían de una crítica moral a la forma de organización social y económica que se estaba desarrollando ante sus ojos. Fueron Marx y Engels y los primeros socialistas revolucionarios los que pusieron sobre la mesa un análisis científico del capitalismo y los males que provocaba, así como propuestas sobre cómo cambiar la situación. Este nuevo enfoque atacaba a la base misma del sistema, no a la “ética” que lo envolvía.
Cada generación del movimiento socialista y obrero ha conocido y combatido corrientes en su seno que retornan a la vieja idea de la “moralización del capitalismo” o del “capitalismo ético”. En la actualidad podríamos señalar a ciertos sectores de la socialdemocracia, a la llamada “Economía del Bien Común”, o incluso a ciertas propuestas en torno a la Renta Básica Universal. También el fascismo (en sus formas más descaradas o soterradas) basa su programa económico, en parte, en este tipo de salidas éticas los problemas del capitalismo.
La cuestión de la “moralización del capitalismo”, es recurrente en la historia, y es una muestra de cómo la lucha de clases también se da en el plano ideológico y cultural, de cómo el enfrentamiento entre explotadores y explotados, no cesa. Puede aminorarse en un periodo de tiempo y en otros momentos de la historia intensificarse y ser más “a caraperro”, pero siempre esta presente.
Los capitalistas intentan continuamente fabricar argumentos que justifiquen su propia existencia como clase, se sirven para ello de todo un entramado de instituciones como el Estado, las universidades, los medios de comunicación, el sistema educativo, la religión, etc… intelectuales e ideólogos a su servicio (de manera consciente o inconsciente) realizan esta tarea de propaganda. Su objetivo es ofrecer a los trabajadores salidas a los problemas del capitalismo que sean callejones sin salida, caminos a ninguna parte, vías que no cuestionen el sistema en su raíz.
Jamás debemos perder esto de vista. Da igual que el empresario sea majete o un cabrón, es un empresario que necesita beneficios, rentabilidad, productividad para seguir existiendo como tal… y esa conditio sine qua non2 de su existencia sólo la puede obtener oprimiendo y explotando a los trabajadores. No podemos permitirnos el lujo de fiar nuestro bienestar y nuestros intereses como clase a la buena fe de un empresario para el que somos únicamente mercancía.
Notas
- Citado por Carlos Marx, La llamada acumulación originaria, El Capital.
- Locución latina que significa «condición sin la cual no». Se refiere a una acción, condición o ingrediente necesario y esencial —de carácter más bien obligatorio— para que algo sea posible y funcione correctamente.
[…] Morelos escribía sobre ello en estas páginas la semana pasada. El empresario, en general, es presa de un mecanismo ciego de […]
[…] Madre Teresa de Calcuta, y toma medidas antirentabilidad se le sustituirá por otro CEO. Ese es el mecanismo ciego de la lógica […]