“Los extremos se tocan. Nazis y comunistas son lo mismo. Todas las dictaduras son iguales”. ¿Quién no ha oído este tipo de afirmaciones alguna vez?
Ya sea en la barra de un bar, ya sea en una reunión familiar, en un libro de texto escolar, en algún medio de comunicación o en algún documental anglosajón con una pésima traducción al castellano, es muy probable que hayamos escuchado alguna afirmación de este estilo.
¿Pero de verdad todas estas afirmaciones descritas de manera tan unilateral se ajustan a la realidad? Intentemos arrojar luz sobre este asunto
Primero: La URSS fue, como más tarde lo serían los países del llamado socialismo real, pionera en lo referente a derechos sociales y laborales. Así tenemos, por ejemplo, los siguientes artículos extraídos de la constitución soviética de 1936:
Artículo 119. Los ciudadanos de la URSS tienen derecho al descanso.
El cual garantiza el derecho al descanso la jornada laboral de siete horas para los obreros y empleados y su reducción a seis horas para las profesiones cuyas condiciones de trabajo son difíciles, y a cuatro horas en las secciones en que dichas condiciones son especialmente difíciles; las vacaciones anuales pagadas para los obreros y empleados, y la existencia de una extensa red de sanatorios, casas de descanso y clubs, puestos a disposición de los trabajadores.
El contenido de este artículo, muestra que, en materia de empleo y jornada laboral, la legislación soviética no sólo superaba a la española en la misma época, sino también a la legislación actual. En efecto; la Constitución Española de 1978 no contempla limitaciones específicas a la jornada laboral, que se dejan a posteriores desarrollos legislativos, como el ET, los cuales han sido reformados progresivamente a favor de la patronal por todos los gobiernos.
En cuanto a la Alemania Nazi, la jornada laboral en 1939 era de 49 horas semanales, que se incrementaron en un 10% desde la toma del poder por los nazis. Se reprimió la sindicación y se aumentó la productividad del trabajo a través de la intensificación del rendimiento laboral de cada trabajador, especialmente en las grandes empresas industriales de los magnates que apoyaron a Hitler.
Artículo 120. Los ciudadanos de la URSS tienen derecho a la asistencia económica en la vejez, así como en caso de enfermedad y de pérdida de la capacidad de trabajo.
Garantizan este derecho el amplio desarrollo de los seguros sociales de los obreros y empleados a cargo del Estado, la asistencia médica gratuita a los trabajadores y la existencia de una extensa red de balnearios puestos a disposición de los trabajadores.
Mientras tanto, si bien la Alemania Nazi amplió la cobertura sanitaria de la población mediante la construcción de una red de hospitales y clínicas, la otra cara de la moneda era la existencia del programa Aktion T4. Este programa consistía en una política de eutanasia involuntaria de todos aquellos ciudadanos que fuesen considerados una carga para la economía, bajo el criterio de “vidas indignas de ser vividas”. Se calcula que la cifra de personas asesinadas bajo este programa ascendió a 200.000. A esto hay que añadir el programa de esterilización involuntaria de cierto tipo de enfermos y pacientes con enfermedades de origen genético.
Los dos ejemplos anteriores ilustran el enfoque radicalmente diferente de las políticas de empleo y sanitarias de la URSS frente a las del III Reich. Y estos derechos son solo un ejemplo de lo que ocurría mientras el mundo capitalista sufría una brutal crisis económica que destruía puestos de trabajo por millones y donde las condiciones de vida de la población se deterioraron hasta niveles de inanición. Lo cierto es que, mientras el mundo se hundía en la peor crisis de su historia, la URSS lograba legislar en favor de los trabajadores.
Pero hay más. En el mundo capitalista, muchos de los derechos que adquirieron los trabajadores pudieron ser sufragados gracias a la explotación de las colonias existentes, lo que no recurrió en la URSS. Al contrario; mientras las potencias coloniales expoliaban los recursos de África y Asia, la URSS tuvo que invertir cantidades ingentes de recursos para modernizar las partes más atrasadas de su inmenso territorio, como las repúblicas de Asia Central.
Así pues, la URSS realizó potentes inversiones en Kazajistán para construir industrias petrolíferas, así como industrias de gas en Uzbekistán. Además de la inversión en hidrocarburos, se desarrolló una importante actividad minera en estas regiones hasta entonces atrasadas, lo que permitió una modernización sin precedentes de las mismas.
Sin embargo, siempre habrá quien diga que los nazis también eran socialistas. Veamos hasta qué punto se sostiene esta idea.
Alemania era tras la Primera Guerra Mundial un país totalmente arruinado y con una hiperinflación feroz que convertía el dinero en un montón de papel inservible, donde la gente debía ir con carretillas llenas de billetes para comprar una barra de pan. Frente a esta situación y la falta de alternativas, el movimiento obrero y sindical, los socialistas, y los comunistas, habían alcanzado un grado de desarrollo e influencia inmenso.
Los grandes capitalistas y banqueros alemanes, que habían llevado a su pueblo a las masacres de Verdún y el Somme, estaban aterrorizados. En este contexto un pequeño partido fascista, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán dirigido por Adolf Hitler, obtiene de los megarricos alemanes el apoyo y la financiación que necesitaba para ganar las elecciones. En 1933 llega al poder.
Hitler había intentado anteriormente tomar el poder con un golpe de Estado en la ciudad de Munich, pero la intentona, mal planificada y sin apoyos, fracasó, llevando a Hitler a la cárcel desde la que escribiría su biografía política titulada Mi lucha.
En dicha obra declara que la aceptación del término socialista y el color rojo usado tradicionalmente por la izquierda fueron adoptados con fines claramente provocadores contra los comunistas, además de reconocer implícitamente la propiedad privada y exponer una ideología de corte nacionalista radical e imperialista.
Hitler y su partido-movimiento eran justo lo que los grandes capitalistas alemanes necesitaban para acabar con el peligro de la revolución obrera y poner en marcha un programa que les permitiese recuperar sus ganancias, y obtener mediante la guerra el tan ansiado imperio colonial que históricamente se le había negado a Alemania.
Hitler y los nazis fueron subvencionados por los grandes industriales alemanes gracias al discurso anticomunista de estos, cosa que jamás ha ocurrido con ningún partido comunista. Pero aún hay más. Para poder reflotar la economía alemana, los nazis tuvieron que llevar a cabo una economía de guerra que les permitiese aplicar una política de expansión territorial con la cual sacar jugosos beneficios saqueando los territorios conquistados del este europeo, especialmente en Polonia y la URSS. Con dichos beneficios se pudo aumentar el nivel de vida de los alemanes arios (todos los no arios, como judíos, gitanos, homosexuales o comunistas fueron primero apartados y luego exterminados).
Curiosamente, cuando el ejército rojo entra en Alemania combatiendo a los nazis, los soldados soviéticos quedan extrañados de la cantidad de bienes materiales que tenían los alemanes, sus casas y bonitos muebles, despensas llenas, etc., en comparación con el nivel de vida en la URSS. Este hecho les lleva a preguntarse por qué fueron invadidos si eran mucho más pobres que ellos.
Pues precisamente porque, para mantener el nivel de vida en Alemania, era necesaria la guerra de rapiña colonial en el este de Europa. Un proceso de agresión colonial no muy diferente al que potencias como Francia o el Reino Unido habían puesto en marcha previamente en África o la India. Los Estados Unidos de América, tan democráticos y liberales, habían tenido su propia versión de lo mismo en el exterminio de los pueblos indios originarios, a los que se les robó la tierra, y en el sistema esclavista del sur del país.
Sin embargo, todavía habrá quien diga que “sí, el nazi fue un régimen contra los obreros, pero Franco fue diferente, con Franco se vivía mejor”. Una vez más debemos cuestionar este mito.
La España de posguerra era un país totalmente destruido, con sus fábricas y sus infraestructuras en ruinas, además de encontrarse totalmente aislado a nivel internacional por su participación indirecta en la Segunda Guerra Mundial y la colaboración económica y política con el Eje. Empieza así un periodo de penosa autarquía económica.
Pero la Guerra Fría cambiará esto, pues el régimen de Franco, profundamente anticomunista, atraería pronto las simpatías de los anticomunistas de EEUU.
Estas simpatías se tradujeron en una apertura internacional hacia el régimen de Franco que le permitió acceder a los préstamos del Fondo Monetario Internacional y así poder financiar los proyectos de desarrollo económico posteriores gracias a los cuales surge el mito de la bonanza económica del franquismo. Estos préstamos eran una forma indirecta de aprovecharse del mecanismo de transferencia de rentas y riqueza que el imperialismo estadounidense había establecido en el mundo.
A lo anterior hay que sumar que realmente no hubo una elevación generalizada del nivel de vida y capacidad de consumo del español medio hasta mediados de los 60. Hasta ese momento, la tónica general fueron las jornadas agotadoras por muy bajos salarios, en un contexto de elevación del paro, que estimularon la emigración. Las remesas que enviaban los más de cuatro millones de trabajadores españoles que se habían visto obligados a buscar trabajo en el extranjero fueron, precisamente, un factor clave en la estabilización social interna del régimen fascista y en la recuperación económica.
Sin embargo, el espejismo del llamado “milagro económico español” caerá con la crisis del petróleo de 1973, preludio de nuestra crisis actual y que llevó a un periodo de agitación obrera en los años finales del régimen y los de la llamada transición. Esta agitación de los trabajadores sólo pudo ser apaciguada con ciertos derechos políticos y laborales, muchos de los cuales se han ido perdiendo paulatinamente desde que los sucesivos gobiernos han ido aplicando recortes y reformas laborales. La reciente crisis ha intensificado este proceso.
La URSS pretendía emancipar a la clase obrera mientras que los nazis buscaban llenar los bolsillos de los grandes capitalistas. Las motivaciones políticas de los fascismos y de los países comunistas eran totalmente diferentes. El fascismo y el comunismo sirven a clases sociales y proyectos políticos totalmente opuestos, a intereses de clase enfrentados. Este es el núcleo del asunto que efemérides como la del 23 de agosto quieren ocultar, para que los trabajadores y trabajadoras del mundo no conozcamos nuestro pasado de lucha.