- Publicado originalmente en francés en Solidaire, el 19 de octubre de 2017
- Traducción por La Mayoría
La derecha española agrava las tensiones nacionalistas
El primer responsable de la escalada nacionalista es Mariano Rajoy, primer ministro conservador del gobierno español. Su responsabilidad no se limita a la utilización de porras y de pelotas de goma durante el referéndum catalán. Desde 2010, Rajoy y su Partido Popular (PP) rechazan toda negociación sobre el futuro de Cataluña. El conflicto se agudizó después de que el Tribunal Constitucional anulara, por petición del PP, un acuerdo sobre mayor autonomía para Cataluña. La policía ha detenido a funcionarios catalanes y ha registrado sedes de periódicos. Frente a esta actitud autoritaria, los independentistas han conseguido ganar apoyos.
Si Rajoy ha realizado este esfuerzo por aumentar las tensiones es porque pensó que podría sacar provecho de este conflicto. Está en una posición frágil: su gobierno no tiene la mayoría en el parlamento español y depende del apoyo de los socialdemócratas del PSOE. A título individual, Rajoy está fuertemente implicado en los escándalos de corrupción. A finales de julio, se convirtió en el primer presidente español en testificar delante de un tribunal. Durante el tiempo que fue vicepresidente del Partido Popular, 37 personas han sido implicadas por practicar sobornos a cambio de jugosos contratos, con desviación de fondos públicos. Para el Partido Popular no era más que el enésimo escándalo de corrupción.
Así, para Rajoy avivar las tensiones, proclamándose como “el salvador de la patria”, tiene su utilidad. Por su parte, Pablo Iglesias (Podemos) sintetiza la contradicción en Twitter : ”Los corruptos del PP libres y los independentistas catalanes en prisión.”
Puigdemont, el mejor enemigo de Rajoy
Rajoy ha encontrado a su mejor enemigo en Carles Puigdemont, presidente de la región catalana. Mientras que Rajoy pretende ser la garantía de la unidad de España, Puigdemont se presenta como el campeón de los catalanes contra Madrid. Con su coalición ha presentado la independencia catalana como la única respuesta frente al descontento social y democrático en Cataluña.
En realidad, sostenido por los grandes bancos catalanes, entre otros, Puigdemont y sus aliados no buscan obtener la independencia, a cualquier precio. Buscaban utilizarla como moneda de cambio para obtener más poderse fiscales. La idea era reducir las contribuciones de la rica región catalana a la solidaridad con las otras regiones españolas, permitiendo aumentar los beneficios de los bancos y las grandes empresas catalanas.
En cambio, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores está lejos de ser su prioridad. Por ejemplo, en Cataluña la situación de los hospitales es terrible. Puigdemont se justifica señalando a Madrid, pero fue su predecesor, Artur Mas, quien disminuyó un 20% en 5 años el gasto público en Cataluña. Y mientras los hospitales y las escuelas públicas perdían miles de puestos de trabajo, las filas de la policía catalana aumentaron. Puigdemont y sus compañeros son directamente responsables de la situación social en Cataluña. Solo instrumentalizan la cuestión nacional para esconder las consecuencias de su política.
Esto explica, en parte, por qué la coalición de Puigdemont aprobó la ley sobre el referéndum sin un debate real, ni textos preparados, con un simple cambio de día. Un debate tan importante como la fundación de un nuevo Estado merecería un amplio debate en la sociedad catalana y española.
La derecha catalana entre el escándalo y la austeridad
Las similitudes entre Rajoy y Puigdemont no acaban aquí. Puigdemont es tan conservador y de derechas como Rajoy, y espera también promocionarse. Su partido no dispone tampoco de una mayoría en el parlamento catalán. La derecha nacionalista catalana también está implicada en numerosos casos de corrupción, como el señalado por el periódico francés l’Humanité. Las concesiones de obras públicas, como el Palacio de la Música de Barcelona, se conseguían haciendo donaciones al partido de la derecha catalana.
Con el fin de no pagar impuestos, un predecesor de Puigdemont ha escondido una parte de su patrimonio en el extranjero. También se abrió una investigación por irregularidades y sospechas de corrupción alrededor de la empresa de aguas de Girona, de la que Puigdemont y el alcalde de ese municipio, habrían tenido conocimiento. ¿Quién estaría entre los beneficiarios del dinero? El partido de la derecha catalana.
El agravamiento de las tensiones nacionalistas permite a la derecha evitar el debate sobre la austeridad, que ha movilizado a millones de ciudadanos en toda la Península Ibérica. En las elecciones, la derecha independentista utilizaba argumentos sociales para convencer a los catalanes de votar por la independencia. Ni Rajoy ni Puigdemont cuestionan los programas de austeridad que han causado una gran crisis social en España. Mientras el debate público gira en alrededor del porvenir de Cataluña, los incendios criminales destruyen bosques enteros, y el aumento del paro en septiembre pasa desapercibido.
¿De la escalada nacionalista a la unidad social?
La izquierda en España y en Cataluña se encuentra frente a un dilema. Ni Rajoy ni Puigdemont ofrecen la mínima perspectiva. Encima, en lugar de buscar una alternativa el partido socialdemócrata español PSOE sostiene a Rajoy. ¿Cómo ganar en semejantes circunstancias?
Las propuestas alternativas no faltan. Algunos hablan de República federal. Otros quieren ofrecer espacios de diálogo y un referéndum con garantías democráticas. Tales soluciones deben pasar por un verdadero debate nacional. Un debate sobre las cuestiones del territorio, donde las urgencias sociales están en el centro del juego.
Por toda España, la izquierda se ha movilizado contra la represión, mostrando a los catalanes que no están solos. Para ellos, España no son ni Rajoy, ni la monarquía, ni los herederos del dictador Franco.
Para sacar a la población de la crisis y enfrentarse a la Unión Europea, saben que tendrán que unirse con el fin de permitir a la gente reapropiarse de la democracia. La alcaldesa progresista de Barcelona, Ada Colau, ha condenado duramente la represión de Rajoy. Al mismo tiempo, mientras que se batalla por aumentar los gastos sociales, señala que una declaración unilateral de independencia no ayudaría a nadie.
Cabe recordar que, mientras que un país acepte los dogmas del mercado, se verá obligado a entrar en la loca carrera de la concurrencia y la competición. Una posible Cataluña independiente tendría que medirse no solamente con España, también con la Unión Europea, un poderoso bloque económico justo en sus fronteras. Cientos de empresas ya han abandonado Cataluña por precaución. En este contexto, la derecha catalana exigirá seguramente una moderación salarial más fuerte en nombre de la competitividad. Desde un punto de vista económico, Cataluña está fuertemente vinculada a la economía española y europea. La paradoja es que más que la independencia puede implicar un menor poder de decisión, como afirmaba recientemente el economista Paul de Grauwe.
Algunos esperan que una Cataluña independiente podría romper con la lógica del mercado y la competencia. Sin embargo, esto necesitaría un enorme cambio en el equilibrio de poder actual dentro de Cataluña. La nueva república se encontraría aislada en medio de países hostiles. Hoy ya, la derecha española evoca la posibilidad de poner a Cataluña bajo tutela del Estado, con una posible intervención militar. Acabar con el poder de las multinacionales en una región de 7 millones de personas significaría entrar en conflicto no solamente con el Estado español, también con Francia, Alemania y la Unión Europea. La crisis griega del 2015, cuando los gobiernos europeos estrangularon al gobierno de Alexis Tsipras, nos da un adelanto de las presiones políticas que ejercerían sobre tal experiencia. Sin el sostén de un amplio movimiento popular en España, y también en Europa, una experiencia de estas características parece simplemente imposible.
La crisis catalana nos ha mostrado los límites de la democracia actual. La corrupción y la austeridad empujan a la derecha a alimentar los nacionalismos. La socialdemocracia les sigue. El rechazo del diálogo es inaceptable. Frente al autoritarismo del Estado español y de la Unión Europea, existe la oportunidad de una gran movilización política, y es a través de esta, por donde pasa el futuro de Europa.
El rol de la clase dirigente europea
El oportunismo y los malos cálculos políticos de los dirigentes de derecha han contribuido fuertemente a la situación actual. El rey de España ha vertido aceite encima del fuego. No ha demostrado ni el mínimo respeto por las demandas democráticas de la gente. En cuanto a los dirigentes europeos, no lo han hecho mejor: mientras que la Guardia Civil golpeaban a los participantes catalanes, han permanecido callados desde Berlín hasta París. Emmanuel Macron se ha posicionado incondicionalmente con Rajoy. Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea, hablaba de un uso proporcionado de la fuerza. Para el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker se trataba de un asunto interno español. Una consideración que no parece valer para todos esos países de África, América Latina o de Asia donde la Unión Europea le gusta dar lecciones.
La principal corriente del establishment europeo defiende el modelo de los Estados-nación integrado en un “super Estado europeo”. Esta corriente no quiere abrir la caja de Pandora del separatismo, porque otras regiones se meterían de lleno. Esto podría conducir a luchas internas en el seno de Europa. Al mismo tiempo, también existe una corriente en el seno de los dirigentes europeos que defiende una Europa de las Regiones sobre una “base étnica” o lingüística. Tal Europa debilitaría a algunos importantes Estados actuales en beneficio de Alemania y el Estado europeo.
Este segundo proyecto todavía se considera demasiado desestabilizador, por lo que, de momento, los mayores dirigentes de Europa sostienen a Rajoy. Este apoyo muestra el tipo de Europa que están construyendo. Desde la violencia económica contra los griegos a la violencia política contra los catalanes, la élite europea tiene un gran problema de legitimidad, tal y como lo sintetiza el presidente del PTB Peter Mertens en un debate sobre el futuro de Europa. Charles Michel ha sido el único jefe de Gobierno que condenó la violencia, pero todavía tiene la intención de seguir construyendo la Unión Europea con semejantes personajes.