35 horas: el reparto del empleo y la emancipación de la mujer

Recientemente, la gran movilización de los trabajadores alemanes para conseguir la jornada de 28 horas ha vuelto a poner sobre la mesa una cuestión que debe ser claro objeto de debate en nuestro país: la reducción de la jornada laboral, sin reducción de salario – es decir, que si hoy se cobra, en un puesto de trabajo determinado un salario determinado (800, 1200, 1500 euros), se trabajarían ahora 35 horas manteniendo el mismo salario.

D. Fernández
D. Fernández
Ingeniero y marxista, convencido de que un mundo mejor es posible y está a nuestro alcance.

Las ocho horas que tenemos en la actualidad empezaron a reivindicarse en 1886, y poco a poco fue consiguiéndose mediante la lucha su implantación; en España, la primera vez que se consiguió una regulación similar fue en 1919, a raíz de la famosa huelga de La Canadiense, pero ya se había conseguido antes en lugares como EEUU, donde su implantación data de 1886. Aún tendrían que pasar años de luchas, con revoluciones socialistas triunfantes entre ellas, para que las 8 horas terminaran implantándose de forma prácticamente universal en Europa y América entre las décadas de 1970 y 1980.

Desde entonces, parece que la duración de la jornada laboral había caído en el olvido, hasta que fue rescatada en los últimos meses, con gran acierto, por parte de nuestros compañeros y compañeras alemanes. Desde 1970 y 1980, el mundo ha cambiado a un ritmo impresionante: ahora disponemos de robots capaces de hacer fuerzas inmensas, de ordenadores capaces de hacer cálculos infinitesimales en milisegundos, y de una red de comunicación (Internet) capaz de conectar en tiempo real cualquier esquina del mundo con la opuesta… Y esta introducción de nuevas tecnologías ha incrementado la productividad de la economía mundial una barbaridad. Hoy en día la humanidad es capaz de producir lo que necesita en menos tiempo, consumiendo menos recursos y empleando menos factor trabajo.

Pero seguimos con las ocho horas, como un mantra incuestionable grabado en piedra, e incluso ahora tenemos que defenderlas o soportar aumentos encubiertos de jornada. De la importancia de la reducción de jornada en términos de economía política ya se ha hablado y escrito algo, pero, con el Día de la Mujer Trabajadora en el horizonte, es interesante plantearnos, además, sus muchas repercusiones sociales.

Históricamente, lo que denominamos “trabajo reproductivo” (aquel destinado a la reproducción de la fuerza de trabajo, es decir, a criar y cuidar a las nuevas generaciones obreras) recae fundamentalmente en los hombros de las mujeres de las familias obreras, especialmente cuando se trata del trabajo doméstico, pero también en el caso de los empleos asociados a la reproducción de la fuerza de trabajo, donde la representación femenina es ampliamente superior (representan el 66,5% de los empleos educativos, el 77% de los empleos en actividades sanitarias y de servicios sociales, y hasta un 90,1% de las actividades propias del hogar). Mientras, en empleos tradicionalmente asociados al trabajo productivo son los hombres los que representan la mayoría (en industrias manufactureras representan el 74,1%, en agricultura son el 78,5%, en industrias extractivas el 91,6% y en la construcción el 92,6%). No podemos olvidar, además, que gran parte del trabajo reproductivo es no asalariado, y, por tanto, “se invisibiliza”: en los países desarrollados, esto provoca una brecha de género por la cual la jornada de una mujer trabajadora, sumando trabajo remunerado y no remunerado, suma 33 minutos más que la de un hombre.

Distribución del tiempo de trabajo por sexo – “Las mujeres en el trabajo”, OIT
Distribución del tiempo de trabajo por sexo – “Las mujeres en el trabajo”, OIT

La brecha se agranda si atendemos a la distribución interna del tiempo de dichas jornadas: mientras que en las mujeres trabajadoras el tiempo medio dedicado al trabajo no remunerado es de casi cuatro horas al día, en los hombres el tiempo medio cae hasta las dos horas. Y ese desajuste se compensa si analizamos el tiempo dedicado al trabajo remunerado: algo más de cuatro horas por parte de las mujeres, y casi seis horas por parte de los hombres. Sucede así que pervive en la sociedad la idea de que la responsabilidad de aportar ingresos al hogar sigue correspondiendo al hombre, mientras que el papel laboral de la mujer se concibe como un ingreso extra, dedicando la mayoría de sus esfuerzos al trabajo reproductivo no remunerado e incorporándose al mercado laboral de forma generalmente precaria y, en muchas ocasiones, en sectores asociados al trabajo reproductivo remunerado (cuidados, sanidad, educación, etc…).

Así, las mujeres dedican más tiempo que los hombres al trabajo reproductivo no remunerado y remunerado. La situación particular de la mujer trabajadora está íntimamente relacionada con la duración de la jornada laboral y la distribución de la misma.

Y es aquí, por tanto, donde la emancipación de la mujer trabajadora entronca con la lucha por la reducción de la jornada laboral. Evidentemente, a una mujer que no dedica ni una hora de su tiempo al trabajo productivo porque posee una empresa y tiene contratada a una (o varias) asistentes para encargarse del trabajo reproductivo en su hogar, la reducción de la jornada laboral le preocupara más bien poco, y se interesara más por temas como el techo de cristal (las limitaciones que pueda encontrar para ascender en la jerarquía de las clases sociales en el capitalismo y en la estructura de mando e influencia de la sociedad). La contradicción de clase, que permea toda la sociedad, se expresa también tendiendo a separar y oponer a las mujeres burguesas con las mujeres obreras, y uniendo a las mujeres obreras con sus compañeros obreros.

Para las mujeres obreras, la reducción de la jornada laboral sin reducción de salario supondrá, en primer lugar, la reducción del tiempo que sus compañeros, padres, hermanos, etc, se ven obligados a dedicar al trabajo remunerado para garantizar sus medios de vida y los de su familia; de este modo, dispondrán de más horas diarias para dedicar al trabajo reproductivo, liberando a sus compañeras, madres, hermanas, etc.

Al mismo tiempo, la reducción de la jornada laboral permitirá generar nuevos empleos que, a su vez, tendrán horarios cada vez más reducidos si continuamos reivindicando nuestro derecho a trabajar para vivir, en lugar de vivir para trabajar. Esto favorecerá también la incorporación de la mujer a nuevos empleos, con mejores condiciones y alejados del trabajo reproductivo al que se ven normalmente empujadas. En suma, se reducirán las horas que las mujeres se ven obligadas a dedicar al trabajo reproductivo no remunerado, al liberar a los hombres de carga de trabajo y generar mejores condiciones para aumentar su implicación en las tareas domésticas; se abrirán nuevas opciones de empleo con mejores prestaciones económicas para las mujeres1; y se seguirá avanzando en la incorporación de la mujer a sectores de actividad económica donde hasta ahora su presencia es minoritaria.

Los efectos inmediatos de la reducción de jornada de 35 horas para la emancipación de las mujeres trabajadoras son por tanto extensos y profundos, pero también debemos ser conscientes de que no supondrían más que un paso, un inicio del camino que debería continuarse.

Estos efectos pueden verse aminorados si, por ejemplo, los capitalistas consiguen incrementar la intensidad del trabajo, y el resultado es que el desgaste de la fuerza de trabajo es el mismo, lo que dificultaría un nuevo reparto del trabajo reproductivo; también se limitarían sus efectos si pervive el actual proceso de precarización del empleo, si la reducción de jornada no se impone manteniendo el salario; o si, en última instancia, continuamos contemplando el trabajo reproductivo como un trabajo individual, como un trabajo invisible, que se realice en la intimidad y cuya distribución y realización sea a fin de cuentas una cuestión privada a definir en cada hogar.

Un trabajo fundamental para la sociedad como es el trabajo reproductivo debe tender a ser sacado de la esfera de lo privado, de lo familiar, de lo individual. Ese trabajo debe sacarse a la luz y socializarse, como ya se ha empezado a hacer, por ejemplo, con la educación. En ese sentido, para los comunistas no basta con reivindicar la jornada de 35 horas para favorecer el reparto del trabajo reproductivo entre los componentes de una pareja; ni siquiera con impulsar una educación o construir una conciencia que favorezca que ese reparto se produzca de forma equitativa entre hombres y mujeres. Como todo trabajo, es necesaria su socialización, su supervisión colectiva por parte del conjunto de la sociedad que garantice su correcta realización y el igual reparto de sus frutos entre todos los miembros de la sociedad. Con esa necesidad en mente, es necesario plantearnos, como ya se ha hecho en los países nórdicos, cómo seguir avanzando: una idea, por ejemplo, puede ser la creación de un servicio público de limpieza a domicilio, accesible para todos los ciudadanos.

En lo inmediato, a pesar de todo, la reducción de jornada sin reducción de salario ofrece grandes posibilidades para la emancipación de la mujer trabajadora: mejores condiciones para el reparto del trabajo reproductivo no remunerado; aumento de la oferta de trabajo disponible para las mujeres; mejores condiciones para la incorporación de la mujer a sectores tradicionales del trabajo productivo. Y muestra, además, el error de plantear los problemas de la mujer en abstracto, en difuso, desnudando claramente las contradicciones entre las mujeres burguesas y las mujeres trabajadoras.

Para la clase obrera, para quienes trabajamos y producimos la riqueza que sostiene la sociedad, la reducción de la jornada laboral nos permite repartir el trabajo, disfrutar de más tiempo libre y poder organizar mejor nuestras vidas para nuestro disfrute, y no para el enriquecimiento de una minoría de parásitos capitalistas. Y, si reivindicamos el reparto del trabajo productivo, es imprescindible reclamar el reparto del trabajo reproductivo.

Si repartimos el trabajo, ¡repartamos TODO el trabajo!

Notas

  1. En enero de 2002 se comenzó a aplicar en la Sanidad Pública madrileña la jornada de 35 horas, y fue suprimida en 2011: en los últimos cinco años, se crearon 10905 puestos de trabajo según el documento “35 Horas”, de la Federación de Servicios Públicos de la UGT. Reivindicando la reducción de jornada sin reducción de sueldo, esto supone la creación de 10905 puestos de trabajo con prestaciones aceptables. Teniendo en cuenta que estamos hablando de 5 años, de un único sector, y de una única comunidad, 10905 empleos nos permiten hacernos una idea del tremendo potencial de creación de empleo que tiene esta medida.

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