Las movilizaciones del pasado 17 de marzo, convocadas en toda España en defensa de unas pensiones dignas y en contra de la «subida de mierda» del 0,25%, han sido masivas. Prueba de ello es que a la misma se han sumado personas con perfiles sociales muy variados. Como suele suceder en estas grandes manifestaciones a las que se incorporan sectores de la población que no suelen movilizarse, ha vuelto a resurgir una polémica: la del papel de las organizaciones del movimiento obrero, sindicatos y partidos en la organización y dirección política de estas movilizaciones. Esta polémica se expresa en el ya típico “rechazo a las banderas” que tanto se extendió durante el movimiento 15M.
Ejemplo de ello es el tweet que publicaba Dani Mateo, conocido humorista de La Sexta: «No entiendo por qué en manifestaciones que son transversales se portan pancartas de partidos o agrupaciones de un determinado sesgo político. Creo que ahí tenemos un problema.»
En primer lugar deberíamos revisar la propia idea de la «transversalidad» tal y como se plantea. ¿Qué se entiende exactamente por esto en este contexto? ¿Hablamos de interclasismo? ¿Creemos que el recorte de las pensiones afecta a todas las clases sociales por igual? ¿A los pequeños empresarios? ¿Se ven afectados los grandes accionistas del IBEX también? ¿O afecta, principalmente -y de forma violenta- a las familias de la clase trabajadora? Efectivamente, aunque haya capas medias de la sociedad que también dependen de la pensión pública cuando se jubilan, esta medida afecta sobre todo a la clase obrera. Es por tanto perfectamente lógico que sus sindicatos, partidos y diversas asociaciones jueguen un papel protagonista en las movilizaciones y por supuesto que lleven las banderas que les de la gana llevar… Exactamente igual que hicieron en su día para poder alcanzar este derecho a la pensión que hoy en día vemos peligrar.
En segundo lugar, conviene ir un poco más allá para mostrar que la reflexión de este humorista, en el fondo, lo que viene a negar es la necesidad de que la clase obrera se organice para defender sus propios intereses, con independencia de clase, con su propia agenda de reivindicaciones y su propio programa. Planteémonos ahora esta otra cuestión: ¿es acaso posible que una movilización de este calibre pudiera organizarse por arte de magia, mediante la espontaneidad de unos individuos que deciden reunirse un mismo día? ¿Acaso serían capaces de organizar una movilización tan masiva las asociaciones y los sindicatos minoritarios por sí solos? ¿O más bien es necesario, para alcanzar los objetivos políticos que nos proponemos, que los sindicatos de clase mayoritarios también las organicen, las convoquen y movilicen a grandes cantidades de trabajadores para que acudan?
No nos engañemos, quien hace posibles este tipo de manifestaciones es el conjunto de la clase obrera organizada, con todas sus siglas y todas sus banderas -que no son pocas-. En este sentido parece importante recalcar que hay algo a lo que los poderosos le temen mucho más que a las organizaciones de la clase trabajadora en sí y es a la unidad de todas ellas. Algo que se ha podido ver en casi todas las principales ciudades de España, excepto en algunos lugares como por ejemplo Madrid, donde tristemente se han convocado dos movilizaciones con un mismo lema pero en distinto horario… Así pues, las fuertes imágenes que el 8M hicieron titubear hasta al propio Albert Rivera -que ya no sabía ni de dónde venía ni a dónde iba-, no hemos podido repetirlas este sábado, al menos en Madrid.
Y es que los trabajadores necesitamos, no sólo convocar este tipo de movilizaciones sino hacer todo lo posible para que nuestras organizaciones confluyan y así poder ejercer presión de forma unitaria. Porque nuestra fuerza transformadora, como clase social, reside entre otras cosas en nuestra unidad frente al gigante al que nos enfrentamos. Y lo cierto es que cuanto mayor sea nuestra fragmentación, menor será el impacto político que queremos tener… Por eso los accionistas del IBEX35 (y desgraciadamente también algunos sectores sectarios del sindicalismo y de los movimientos sociales) estarían encantados de ver que UGT y CCOO, que en los últimos tiempos han jugado un papel muy activo en la movilización social (y esperemos que siga siendo así), diesen media vuelta y despareciesen de la calle. Pero si realmente queremos alcanzar los objetivos políticos que nos planteamos, no debemos permitir que esto ocurra.
Así es que, que nadie se deje confundir: no habrá cambio social en nuestro país sin las organizaciones más importantes del movimiento obrero.