No, no estamos haciendo una llamada agresiva a afiliarse al PTD. Es una expresión que suele usarse cuando un equipo va perdiendo holgadamente y lo que necesita es un estímulo, una vía para volver a conectarse al partido. Está claro que las trabajadoras y trabajadores estamos recibiendo un buen «repaso» de los capitalistas.
Sin embargo, como decía hace poco un compañero ya veterano, parece que tenemos «la narcolepsia del boxeador»: Nos han hinchado tanto la cara que ya parecemos indolentes. Pero, ¿no hay manera de desentumecerse? O más bien, es que nos falta un plan y una herramienta que nos espabile, nos apriete los guantes y planifique cómo ganar la pelea.
A día de hoy, ¿la clase obrera confía en la propia clase obrera? ¿Creemos en nuestras energías? ¿Nos sentimos capaces de incidir en la transformación social? ¿Nos pondríamos al frente de la lucha contra las desigualdades sociales generadas por las dinámicas propias del capitalismo? La respuesta es evidentemente negativa.
Descreídos de nuestras posibilidades comienza la búsqueda de otras «alternativas». Y se despierta un anhelo casi enfermizo por cualquier cosa que suene nueva o diferente a «lo de siempre», que nos haga un poco de caso como trabajadores (aunque sea el mismo caso que a doscientos mil problemas sociales más), a la espera de que sea la solución a todos nuestros martirios. También a los comunistas nos afecta este fenómeno: pensar en construir un partido marxista suena a «atravesar los Alpes con elefantes».
Y mientras tanto, perdemos y perdemos de más goles ante una clase dominante que parece la más consecuente: Ellos sí que no dudan que existe lucha de clases y que la van ganando por goleada.
Cabría preguntare ¿quién quiere jugar un partido que se va perdiendo tan abultadamente? El agrupamiento de militantes del comunismo y su órbita -así como de personas destacadas de los movimientos sociales y del mundo sindical- en torno a Unidos Podemos o la supervivencia de pequeñas organizaciones en torno a actividades rojas, más folclóricas que políticas, acredita que no muchos estamos por la labor de construir un partido capaz de nutrir a la clase obrera de agenda de clase, de propuestas útiles para mejorar nuestra vida, trabajando por difundir ideas revolucionarias y preparándonos para conseguir un cambio radical (es decir, de raíz) de la sociedad actual. Hay a quien se le desencaja el rostro solo de pensarlo.
¿Acaso tenemos otra opción?
Lo de fugarse al monte a vivir como asceta en armonía con las rocas, los arroyos y los Dioses está bien para Floki (Vikingos) pero no es una salida para la mayoría trabajadora. Poner el futuro de la lucha en manos de otras capas del pueblo que no sea la clase obrera tampoco parece garantía alguna. ¿Por qué subir al ring a las capas medias, a los pequeños propietarios o a quienes han sido expulsados del propio «circuito económico»? ¿No es más razonable y consecuente que seamos los asalariados quienes nos pongamos sobre la lona como púgil principal? Creadores de toda la riqueza, productores y dinamizadores de la economía mundial, ¿quién está en mejores condiciones para plantar cara a los grandes empresarios, banqueros y accionistas?
Que la clase obrera no tiene en la actualidad un papel protagónico en la lucha de clases es indudable. Y que precisamente por ello las cosas están como están, también. Sin duda participamos en muchos conflictos concretos, puntuales, deslavazados y no es menos cierto que estos son una forma espontánea de lucha de clases, de conflictos entre los propietarios de las empresas y la plantilla asalariada, pero se compite en desigualdad de condiciones.
Mientras ellos juegan con el equipo bien armado, instituciones a su servicio (desde el Estado a los tribunales) y un plan detallado de objetivos y medios para conseguirlos, nosotros vamos correteando como «pollo sin cabeza», contrariados, quemados, apostando por quien sea menos por nosotros mismos. No confiamos en nuestra clase ni, por tanto, en sus organizaciones.
¿Qué hace falta para ello?
Para empezar, conciencia de clase, conocimiento del lugar que ocupamos en la sociedad y en el mundo y las tareas de que ello se derivan. A día de hoy carecemos en gran medida de esto. Y sin esto, tenemos poco. Sin comprender nuestro papel lo que nos queda es vernos como «seres grises», sometidos, condenados, socialmente desahuciados…En la Zona Cero solo podemos malvivir.
Pero no basta con adquirir esa conciencia social. Si conocer no sirve para transformar, se llama erudición. Y no necesitamos eruditos sino personas con conocimientos políticos y comprometidas con la lucha. Construir una comunicación política sólida y un programa transformador que genere confianza y ganas de sumarse a la lucha política en el partido, para pelear no ya por cambiar un aspecto u otro de la sociedad, sino para avanzar hacia una nueva donde las necesidades humanas sean el centro de la misma.
Y bien, ¿quién se está dedicando a plantear este tipo de cuestiones entre nuestra clase? ¿Quién se está preocupando por lanzar propuestas que sirvan para enlazar los problemas centrales que nos toca afrontar cada día con la raíz de los mismos? Sin eso, ¿cómo va a entusiasmarse nuestra clase con la posibilidad de vencer en esta lucha? ¿Cómo va a creer en sí misma?
Hay que volver a los centros de trabajo y no fugarse a donde sea menos allí. Ahora bien, hablamos de una «vuelta política». Ir a un conflicto a decir «contad conmigo majetes» no es de lo que estamos hablando, sino de ir mucho más allá. Organizaciones que presten alguna ayuda mediática o logística ya existen e incluso que asuman como propias algunas reivindicaciones concretas. Tampoco nos referimos a convertirnos en «hoolingans» de ciertos conflictos y hacer pasillos a su paso como si hubiesen ganado la Champions League. Queremos referirnos a llevar política a los centros de trabajo para poder organizar políticamente a la clase obrera y así tomar parte como clase en los conflictos sociales que nos afectan cotidianamente.
Eso requiere una labor bien distinta. Se trata de confiar en que una clase que viene décadas haciendo de infantería de otros grupos sociales puede cambiar su posición en la lucha, recuperar la ilusión por sus organizaciones sindicales (hoy hasta cierto puntos desprestigiadas) y que también se atreva a construir un referente político desde el cual articular una lucha cohesionada para derribar un modelo social que es incompatible con los derechos y necesidades de las capas trabajadoras y populares. Esta confianza no es fe en la providencia sino que surge de tener memoria y aprender de nuestra historia.
Además, no conviene olvidar que actualmente, a pesar de la situación crítica en la que se encuentra la clase obrera, sigue acumulando éxitos y victorias. La huelga rotativa en Alemania promovida por IG Metall ha logrado un aumento salarial -desde el 1 de abril- del 4.3%, bonificaciones salariales adicionales significativas a partir de enero de 2019, la posibilidad de transformar una parte de ellas en días de descanso adicionales y el derecho a cambiar a la semana laboral de 28 horas durante dos años de su carrera.
En nuestro país, l@s espartan@s de Coca-Cola en lucha (Fuenlabrada) están torciendo el brazo a una de las multinacionales más poderosas del mundo, derrotándola en las calles y en los juzgados a pesar de la fuerza económica y la influencia que ejerce sobre los partidos de los millonarios y los tribunales. Hay toda una larga lista de conflictos laborales que, de no ser por la organización sindical y la participación activa de buena parte de las plantillas, se saldarían con una sangría de derechos aun más dramática para la mayoría.
Con esta confianza hay que aproximarse a los sectores obreros más relevantes dentro del organigrama económico, que por lo general, se ubican en las grandes empresas productivas (industria, correo y logística, transporte, etc). Estas plantillas tienen una potencialidad mayor que las de otros sectores precisamente por encontrarse en el corazón de la economía. Y como hay que empezar por algún lugar a desarrollar el trabajo político entre la clase obrera, pues este sector parece el más adecuado. Conocer su realidad laboral y cotidiana es fundamental para «pisar en tierra firme» y no sobre las ideas e impresiones que podamos tener desde el escritorio de nuestra casa. Así podremos ligar esos problemas «particulares» con las tendencias económicas del capitalismo (y sus leyes objetivas), tejer el nexo (a menudo invisible pero real) entre economía y política y generar una perspectiva de lucha más amplia y no sólo enmarcada en el ámbito sindical. Nos referimos a una dimensión política de la lucha, donde la lucha de clases se perciba como un disputa social en todos los ámbitos de la vida y no únicamente en aspectos económicos como el salario, la jornada laboral o la conciliación familiar, y así despertar un apetito por la conquista de la democracia por parte de la mayoría trabajadora.
En esta lucha nos pondremos a prueba. Seguramente el camino se inicie con toda una serie de reivindicaciones y aspiraciones inmediatas para mejorar nuestras condiciones de vida (programa mínimo) y a su vez veremos como las más inasumibles para los grandes propietarios serán las que cuestionen la fuente de poder principal sobre la que se edifica la sociedad actual, es decir, la propiedad privada de los medios de producción.
Por eso también es importante remarcar que nosotros apostamos por una alternativa basada en la resolución de las principales contradicciones sociales de ésta (programa máximo), pero que no vamos a esperar a esa nueva sociedad socialista para exigir todo lo que es justo desde una perspectiva obrera y popular.
Es cierto, que la lucha de clases no se restringe a un enfrentamiento empresarios vs trabajadores pero también lo es que ese «choque» es el que se deriva de las contradicciones esenciales del capitalismo. Es por ello que la capacidad de la clase obrera para la lucha es superior a la del resto de clases sociales aunque sean éstas quienes dirigen la pelea en la actualidad. Somos la clase ligada a la creación de riqueza y por tanto al progreso. Ante un modelo social que nos encadena y retuerce, habrá que plantearse si lo utópico es luchar por construir una sociedad diferente basada en la colectividad o, por el contrario, lo es dedicarse a buscar cómo sobrevivir sin modificar las raíces del orden social vigente.
Y para ello, la clase obrera necesita sus propuestas y objetivos así como guiarse por las ideas socialistas, en definitiva, su programa y su agenda de clase. Hay que derribar los muros ideológicos que nos han implantado, comprender que nuestra práctica tiene una potencialidad descomunal y que incluso en una época como la actual, es la clase obrera la que más victorias (y de mayor relevancia) es capaz de cosechar. Así comprobaremos en la práctica que necesitamos apostar por la clase obrera para poder «meternos en el partido».
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