El tren de carril de ArcelorMittal en Veriña (Gijón) lleva arrastrando unas cuantiosas pérdidas desde que se empezó a implantar en septiembre del año pasado la nueva maquinaria para producir carriles de 108 mts. de largo.
El nuevo procedimiento productivo ha dado muchos problemas, y los técnicos de la empresa no han sido capaces de producir carriles de forma fiable y eficiente. De cada remesa de carriles una proporción sale defectuosa y hay que volver a empezar para cumplir con los pedidos. Esta es la razón de las pérdidas de casi un millón de euros al mes (según afirma la empresa).
La dirección de la planta ha presionado a los trabajadores para que acepten una reestructuración del taller. Y como suele ser frecuente en los últimos tiempos en ArcelorMittal, ha puesto sobre la mesa la amenaza de cierre si no se llegaba a un acuerdo satisfactorio.
Ante el chantaje y la presión se ha llegado a un acuerdo in extremis el martes por la noche: los turnos del tren de carril se reorganizarán para pasar al 3T5 y tendrán que trabajar los fines de semana. No ha habido despidos, pero tampoco habrá contrataciones nuevas. Se sacará más producción con el mismo personal, ¿cómo se hace esto? Trabajando con más intensidad.
Aquí está el truco: Al final los trabajadores tendrán que cargar sobre sus espaldas los errores que no han cometido ellos.
Y es que este episodio llama a la reflexión sobre la situación que hay en el tren de carril en particular, y en toda la planta y las empresas en general.
Es decir: Producir carriles de 108 mts. y hacerlo como se hace, con la técnica con la que se hace, con la organización con que se hace, es una decisión de la dirección de la empresa. Unilateral (como mucho a los sindicatos se les consulta), y que se hace bajo la responsabilidad de los directivos. Pero quien paga el pato cuando las cosas van mal son los trabajadores, que no han tenido ninguna participación ni poder real en el proceso de toma de decisiones.
Llama la atención que en un país que hace gala internacionalmente de formar parte del club de las naciones que se dicen democráticas, a los trabajadores (la inmensa mayoría de la población española), se nos prive de esa democracia cuando entramos por la portería de la planta.
Que el lugar donde los trabajadores pasan más de 1600 horas al año, una tercera parte de su tiempo activo de vida anual, sea un lugar donde impere la voluntad absoluta de una minoría de accionistas y directivos. Incluso sobre cuestiones que ponen en juego su bienestar, el de sus familias y el futuro económico de nuestra región.
En ningún lugar está escrito que los trabajadores, organizados, no podamos reclamar más democracia en la empresa, más control sobre la producción, más participación en la toma de decisiones. Hay países, como Alemania, en los que los sindicatos tienen derecho de veto a algunas decisiones estratégicas de los directivos de las empresas. No es ciencia ficción.
Tampoco está escrito en ningún sitio que no podamos reclamar más información y acceso a los datos clave para poder discutir de igual a igual con la dirección. Que se pueda saber a ciencia cierta si cuando hablan de pérdidas están diciendo la verdad o solo se trata de una campaña de miedo para exprimir más a la plantilla.
ArcelorMittal es de sus trabajadores, su esfuerzo día a día pone en marcha la producción, crean la riqueza que permite mantener en funcionamiento la empresa y producir materiales útiles para toda la sociedad. La situación del tren de carril pone en duda la capacidad de los directivos y los accionistas para tomar decisiones correctas desde el punto de vista de la viabilidad de la empresa a largo plazo. Son una amenaza. Su autoritarismo y sed de beneficios pone en peligro la planta, los empleos y el futuro de la región. No les dejemos jugar con el pan de nuestras familias.