Made in China 2025

Henri Houben
Henri Houbenhttp://www.gresea.be
Economista e investigador en el GRESEA y en el Instituto de Estudios Marxistas y escribe regularmente para Études marxistes. Es el autor de La crisis de treinta años. ¿El fin del capitalismo? (Aden, 2008).

Con el repentino aumento de las tasas aduaneras sobre el acero y el aluminio, el gobierno americano ha dado por declarada una guerra comercial mundial. Aunque los europeos parecen los más afectados, China es, sin embargo, la primera implicada, incluso cuando los dos productos afectados no se encuentran entre las exportaciones mayoritarias del «Reino del Medio» 1 a los Estados Unidos. Este episodio es el clímax de veinticinco años de menosprecio del país asiático por los Estados Unidos para convertirlo, a día de hoy, en el enemigo público número uno.

Después de las nuevas rutas de la seda, el otro gran proyecto que inquieta a Washington es el plan «Made in China 2025». Se trata de un plan ambicioso, a largo plazo, que aspira a transformar la industria china de proveedora de productos asequibles para todo el planeta en una de las más importantes potencias tecnológicas del mundo, a la cabeza de la cuarta revolución industrial: la de la digitalización y la robotización.

El proyecto fue lanzado en 2013, a continuación del que se elaboró en Alemania, incluyendo el concepto de industria 4.0 desde 2011. En el caso de este último, se trataba ante todo de asegurar «el liderazgo alemán en la producción de bienes de equipamiento industrial de alta gama». El mismo año, Barack Obama presentaba el programa americano «Advance Manufacturing Partnership», con un objetivo similar.

«Pionera en la materia con su programa Industria 4.0, Alemania busca aprovechar sus ventajas, a saber, las máquinas. Su programa consiste en primer lugar en financiar y organizar la investigación en la robótica industrial y en la automatización, con la idea de imponer normas y estándares en materia de digitalización de sistemas de producción». El objetivo es el mismo para los Estados Unidos que, en la mayoría de los sectores, cuentan con una ventaja innegable.

El caso de China es completamente diferente. Como lo explica Haicheng Tchang, ingeniero jefe en el grupo espacial público CASC (China Aerospace and Technology Corporation): «China se perdió las tres primeras revoluciones industriales: no queremos faltar a la próxima». Para ello, es necesario pasar rápidamente de una industria relativamente poco desarrollada a una de alta tecnología. Este es el objetivo del programa Made in China 2025.

Un plan ambicioso

En 2013, por tanto, el Ministerio de Industria y de Tecnologías de la Información se unió a la Academia China de Ingeniería para reflexionar sobre la estrategia industrial del país. Es a raíz de este estudio que el Consejo de Estado, el principal organismo administrativo de la nación, incluyendo al Primer Ministro y a los responsables de agencias y departamentos, plantea en 2015 el proyecto Made in China 2025. Después de su presentación, el 19 de mayo, los dirigentes chinos precisan que se trata de pasar «del fabricado en China al concebido en China, de la rapidez hacia la calidad y de los productos hacia las marcas».

Pero el objetivo, aún, está mal definido. Asimismo, un órgano consultivo, incluyendo universitarios, investigadores especializados, así como jefes empresariales, se constituyó en agosto de 2015 para concretar qué se contempla y en qué plazos. Un mes más tarde, este grupo publica un libro verde titulado Principal hoja de ruta técnica. El proceso será renovado en 2017 para readaptar concretamente el plan según las acciones ya realizadas y de las nuevas evoluciones esperadas.

De este modo, Made in China 2025 se establece entorno a nueve objetivos prioritarios, de diez sectores a mantener y desarrollar, con tres etapas a cumplir, diferentes proyectos pilotos… Las prioridades son definidas en términos generales, como promover la innovación o asegurar la conexión entre la industria y los servicios. Sin embargo, las ramas que van a recibir una atención más profunda se definen con más exactitud. Se trata de:

1. Las nuevas tecnologías de la información

2. Las herramientas mecánicas de control numérico y los robots

3. Los materiales para aplicaciones aeronáuticas y aeroespaciales

4. Los equipos de ingeniería oceánica y de navíos de alta tecnología

5. Los equipamientos ferroviarios

6. El ahorro de energía y los vehículos basados en nuevas energías

7. Los materiales para centrales eléctricas

8. Las máquinas agrícolas

9. Los nuevos materiales

10. La biología farmacéutica y los productos médicos avanzados

Esto representa entorno al 40% de la capacidad productiva del país. En 2017, otro sector fue incluido en esta lista: la inteligencia artificial.

El gobierno chino, además, prevé planificar los resultados esperados en tres etapas:

  • En 2025, sería necesario reforzar la posición de las empresas de fabricación chinas priorizando la calidad y la productividad y permitiéndolas controlar la cadena de valor creado
  • En 2035, las empresas chinas deberían aumentar su nivel tecnológico para que el país se transforme en una nación manufacturera de rango intermedio; pero, en algunos sectores clave, se espera que haya empresas capaces de llevar a cabo innovaciones más avanzadas.
  • En 2049, en el centenario de la República Popular China, el país debería convertirse en un líder en materia de tecnología industrial y debería poder mantener su ventaja competitiva frente a otras potencias

Para este ambicioso proyecto, Beijing, como en el caso de las nuevas rutas de la seda, pone medios financieros a disposición de las compañías. Aún existiendo dudas en cuanto a la calidad de los préstamos, los bancos chinos son los más grandes del mundo. Tres de ellos figuran en el top 5, entre ellos el Industrial and Commercial Bank of China, el más importante con unos activos totales de 4.010 millones de dólares al término de 2017. Asimismo, las reservas oficiales del banco central, la Banca de China, han aumentado hasta los 3 billones de dólares desde 2011. Con estos recursos pueden financiarse muchos proyectos.

Es, como en el caso de las nuevas rutas de la seda, un proyecto ambicioso destinado a otorgar a China un rol esencial a escala planetaria. El objetivo no es, por tanto, la rentabilidad inmediata de las inversiones. La mayoría de ellas tardarán en ser rentables. La motivación parece en otra parte. Siguiendo el ejemplo de las políticas iniciadas en el Japón de post-guerra, el gobierno quiere movilizar la economía china, pero de forma organizada, con objetivos parciales e intermedios. El rendimiento financiero en sentido estricto vendrá después.

Inquietud en Washington por la supremacía tecnológica

Las multinacionales americanas se preocupan mucho de estos detalles. Se ven amenazadas en el mismo corazón de su negocio, el de la tecnología. Acusan al sistema chino de ser impulsado por un centro estatal y de llevar a cabo un robo sistemático de sus propios avances tecnológicos, a pesar de haberlos patentado. Beijing es acusado de ser demasiado laxo en materia de propiedad intelectual. Normalmente, tras la adquisición de patentes que hay que pagar – y en ocasiones a un precio bastante caro, como es el caso de los medicamentos.

De hecho, podemos encontrar regularmente reproches de este tipo en la historia. En los años 1970 y 1980, fueron las empresas japonesas las que estuvieron en la picota. Por aquel entonces, se adherían a un régimen organizado por el Ministerio para el Comercio Internacional y la Industria (es decir, al Estado) para organizar cada sector, para reforzar a las compañías niponas, para dirigir la política industrial y financiar la investigación… Estas críticas han desaparecido ahora que Japón ha vuelto a las filas del «laissez-faire».

En el caso de China, el riesgo es evidentemente más importante, visto el poderío general del país y su capacidad de crecer económicamente. Washington no posee los mismos medios de presión que los que pudo emplear contra Tokyo.

Lo que más molesta a los americanos es el objetivo chino de conquistar sectores del mercado, en particular del propio mercado chino. Así, las noticias explicativas sobre el proyecto «Made in China 2025» muestran la voluntad del gobierno chino de alcanzar un 40% de autosuficiencia para 2020 y un 70% para 2025 en la fabricación de componentes claves y materiales críticos necesarios para un amplio rango de industrias, especialmente la aeronáutica y las telecomunicaciones. Este mismo objetivo se aplica a la robótica. En un gran número de estos ámbitos, la participación china actual se sitúa entre el 0 y el 30%.

Es por ello que los sectores implicados reciben subsidios nacionales, provinciales y locales. Según la antigua Secretaria de Comercio americana, la millonaria Penny Sue Pritzker, para la fabricación de circuitos integrados – sector en el cual las firmas chinas no posee más que el 9% del mercado nacional – el gobierno asignó fondos de 150.000 millones de dólares en 2014, lo que supone una cantidad equivalente a la mitad de las ventas mundiales de semiconductores. Por lo menos 21 ciudades y 5 regiones han decidido conceder subvenciones por un total de 6.000 millones a las empresas implicadas en la producción de robots. Las autoridades chinas, por su parte, van a exigir a las multinacionales extranjeras presentes en el país transferir sus tecnologías, o una parte de ellas, a empresas chinas. Otro método: obligarlas a asociarse con productores locales, como ya está ocurriendo en el caso de la industria automovilística.

A la búsqueda del microchip

Uno de los principales esfuerzos se ha realizado en la fabricación de microchips, donde el retraso chino es importante. El Estado cuenta con tres campeones nacionales: Huawei, a través de su filial HiSilicon Technologies (la única que figura actualmente en la clasificación de los 20 proveedores más grandes de semiconductores del mundo), Tsinghua Unigroup y ZTE. Huawei y ZTE basan su estrategia en una «producción sin fábrica» contando para ello con fundidores de circuitos integrados como la firma taiwanesa TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), de lejos la más grande empresa del sector, y la compañía china SMIC (Semiconductor Manufacturing Industrial Corporation), quinta sociedad de la rama, aunque diez veces menor que TSMC. La propia SMIC emplea un proceso de subcontratación para la fabricación.

En cambio, Tsinghua Unigroup, nacida en 2003 en la universidad pública Tsingua de Beijing, quiere convertirse en un actor puntero en la fabricación de microchips. Ya ha construido cuatro grandes fábricas en China, en Wuhan, Nanjing, Chengdu y Chongquin, con una inversión acumulada de 70.000 millones de dólares entre 2017 y 2020. De entre estas, sólo la de Wuhan podría estar operativa en el corto plazo, en el segundo semestre de 2018. Sería la tercera unidad de este tipo en China después de las que establecieron Samsung en Xi’an y Intel en Dalian. La ambición del grupo es ocupar la tercera parte del sector para 2020. Esto implica pasar de una producción de un valor de 2.000 millones de dólares a más de 26.000 millones de dólares – la cifra alcanzada por el actual número tres, la empresa coreana SK Hynix – en tres años.

En un ámbito correlacionado, sin embargo, China dispone de una ventaja nada despreciable: la cadena responsable de llevar a cabo los estándares para la telefonía móvil 5G. Actualmente, la tecnología empleada es la 4G+1, pero aquella que está en proceso de instalarse tendría dos principales ventajas. En primer lugar, permitiría caudales cien veces más rápidos para 2020. En segundo lugar, se adaptaría específicamente a la demanda de interconexión de los diferentes aparatos entre ellos, a la integración y almacenamiento de datos, a la interoperabilidad de los elementos comunicantes. Esto facilitaría la imagen 3D, la traducción automática y asistida, los videojuegos interactivos y multijugadores…

En esta materia, el «Reino del Medio» está en una posición de vanguardia. Según la CTIA, la asociación americana de industria y comunicaciones inalámbricas, tres países lucharán codo por codo por el liderazgo (¿Estados Unidos, Europa y China?), pero China posee una ligera ventaja. La competición se endurece entre las tres potencias, pero también con Japón, en cuarta posición, que podría corregir su retraso gracias a la organización de los Juegos Olímpicos de 2020 (que requieren de multitud de tecnologías de comunicación).

La industria americana ha decidido invertir 275.000 millones de dólares en los años venideros para desarrollar y dominar la telefonía 5G. Pero no son los únicos: para Beijing, una parte importante del éxito de «Made in China 2025» se juega en este ámbito. «El 5G se considera un elemento crucial en la carrera hacia el armamento tecnológico».

Wl país dispone de dos grandes fabricantes de teléfonos móviles, así como de antenas y estaciones de base que permitan la difusión: ZTE y Huwaeri. Los principales competidores son Samsung en Corea del Sur, Nokia en Finlandia y Ericsson en Suecia. Las dos empresas chinas invertirán masivamente en la obtención de nuevas tecnologías. Hasta ahora, su mejor resultado se consiguió en la cuarta generación de telefonía móvil, con un 7% de las patentes registradas en 2011; actualmente, poseen un 10% de las relacionadas con la tecnología 5G, con 1450 patentes consideradas esenciales para el desarrollo de esta tecnología.

Un aspecto importante de esta carrera es la imposición de estándares, es decir, de normas que serán utilizadas en las diversas regiones del mundo. Sobre 1200 millones de personas trabajando en las redes 5G en 2025, un tercio se encontrarán en China, según GSMA.

En cuanto a las últimas definiciones de las reglas técnicas internacionales, Beijing tenía poco que decir, especialmente en el seno de la Unión Internacionales de Telecomunicaciones, la agencia de Naciones Unidas encargada de las tecnologías de la información. Aunque oficialmente sus miembros son Estados, en realidad son 39 multinacionales las que mueven los hilos en las discusiones técnicas. En ese sentido, Huawei ha movido ficha en el interior de la institución. El secretario general de la institución es el chino Houlin Zhao, elegido para un mandato desde 2015 hasta principios de 2019. El presidente del comité IMT-2020 que va a sentar las bases para las futuras normas es el canadiense Peter Ashwood-Smith, que trabaja para Huawei, y uno de los cuatro vicepresidentes es el chino Wachen Wang, que trabaja para China Mobile, el operador telefónico públicos.

Al mismo tiempo, Huawei, empresa privada cuyo capital es propiedad de sus trabajadores gracias a un sistema de stock options sin cotización en bolsa, multiplica sus contactos con las grandes sociedades de telefonía fuera de los Estados Unidos para acordar los estándares a adoptar. La marca china ha firmado así 25 memorandums con otras compañías para probar la nueva tecnología 5G, entre las que destacan BT (British Telecom), Orange (nuevo nombre de France Télécom desde 2013), Deutsche Telekom y Vodafone. Los resultados son, por el momento, bastante pobres. En comparación con las antiguas tecnologías, Eric Xu, vicepresidente del grupo, reveló el 17 de abril de 2018 a un grupo de analistas en Shenzhen que «aunque el 5G sea más rápido y más fiable, los consumidores no encontraron ninguna diferencia material entre las dos tecnologías». Esto, sin embargo, no constituye un motivo para detener un programa cuyas expectativas son enormes.

La respuesta americana

Washington promete frenar, incluso descarrilar, el gran plan chino. Como señala Lorand Laskai para el Consejo de Relaciones Internacionales, el más importante think tank americano: «En la historia de la rivalidad económica entre Estados Unidos y China, Made in China 2025 se perfila como el auténtico villano, la verdadera amenaza para el liderazgo tecnológico de los Estados Unidos».

Es por esto que, en el marco del pulso entre la Casa Blanca y Beijing sobre las tasas aduaneras para el acero y el aluminio, el gobierno americano ha señalado a los productos destacados dentro del plan «Made in China 2025». El informe publicado en marzo de 2018 por el Departamento de Comercio para denunciar la violación por parte de las empresas chinas de la sección 301 de la ley de comercio – que permite a los Estados Unidos denunciar unilateralmente prácticas comerciales de empresas extranjeras consideradas inapropiadas por la administración americana – cita 126 veces el plan «Made in China 2025» en el contexto del incumplimiento de las normativas de propiedad intelectual y transferencia de tecnología.

Otro informe publicado por el Consejo Nacional de Seguridad a finales de enero de 2018 proponía nacionalizar completamente el sector que invierte en tecnología 5G por razones de ciberseguridad. Pero esta no es la opción del gobierno Trump, que prefiere recurrir al bazooka legislativa e impedir las operaciones de empresas chinas en Estados Unidos, ya sea para la recompra de compañías americanas o incluso para la creación de nuevas fábricas en el país destinadas al suministro de componentes.

En febrero de 2018, los responsables de la CIA, del FBI y de la NSA comparecieron en el Congreso para pedir a los consumidores americanos que no compraran más productos Huawei o ZTE, ya que podrían suponer un problema de seguridad para los Estados Unidos. El 16 de abril, el Departamento de Comercio americano decidió que las empresas estadounidenses no suministrarían más componentes a ZTE durante los siete próximos años, ya que ésta se había saltado el embargo americano sobre Irán y Corea del Norte. Esto afecta especialmente a Qualcomm, una de las empresas líderes americanas en circuitos integrados para telefonía móvil y uno de los principales proveedores de ZTE. Huawei corre el riesgo de sufrir una sanción similar, ya que las acusaciones realizadas contra la compañía son prácticamente idénticas. Por ahora, los principales operadores en Estados Unidos, como Verizon o AT&T, se niegan a abastecerse de productos de Huawei. Beijing ha recordado que una ley propia de un determinado país no debería aplicarse a otro, pero está claro que el conflicto va a alargarse.

El 4 de abril de 2018, Donald Trump twitteó: «No estamos en una guerra comercial con China, esa guerra se perdió hace muchos años por culpa de la gente estúpida o incompetente que representaba a los Estados Unidos. Ahora tenemos un déficit comercial de 500.000 millones de dólares por año, así como un robo de propiedad intelectual valorado en 300.000 millones. ¡No podemos permitir que esto continúe!». Este es el estado de las relaciones chino-americanas a día de hoy: una guerra en casi todos los planos: económica, política, diplomática, cultural, militar y también, desde luego, tecnológica.

 

Notas

  1. NdT: Traducción literal del nombre de China en mandarín

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