El Decreto Dignidad y un debate necesario

La publicación del artículo ¿Fascismo en Italia? Decreto Dignidad, de los compañeros Monereo, Anguita e Illueca, ha generado un interesante debate en la izquierda española. Tenemos la oportunidad de ir más allá del marco del propio debate y plantear preguntas importantes para el futuro de la lucha por la emancipación social.

Como viene siendo habitual en los últimos tiempos, los debates en la izquierda empiezan por un comentario parcial de un aspecto de la realidad, un diagnóstico o una propuesta, y a partir de ahí, en el desarrollo de la discusión se van mostrando las posiciones de fondo de las distintas partes en disputa.

Da la impresión que bajo el ruido de la discusión pública hay dos grandes bandos con sus respectivas plataformas programáticas y sus agendas políticas. En definitiva, sus propias respuestas a la pregunta que la izquierda se ha planteado tantas y tantas veces en su historia: ¿Qué hacer?

Las alternativas que se perfilan serían dos: una orientación a la que se califica de “globalista” y otra que a la que se le asigna la etiqueta de “rojiparda”, en palabras de Esteban Hernández, de El Confidencial. Monereo, Anguita y Héctor Illueca se encontrarían en el bando “rojipardo” y sus críticos en el “globalista”.

Esta forma de clasificar las posiciones encierra una parte de verdad, aunque caeríamos en una falacia de generalización apresurada si perdiésemos de vista toda la escala de grises intermedia que se da en los posicionamientos políticos. A fin de cuentas, ante la pregunta ¿Qué hacer?, los compañeros están planteando comentarios, artículos, opiniones…etc… Nadie está poniendo sobre la mesa un trabajo como el conocido ¿Qué hacer? de Lenin, que sí es una respuesta general a los problemas políticos de su época desde la perspectiva del Marxismo.

Hay algunas preguntas que podemos hacer ante este debate, considerémoslo como sub-hilos de discusión:

¿Qué sujeto?

En toda esta polémica subyace la cuestión de la forma en que se disputa la influencia sobre las masas populares, las capas trabajadoras y los sectores más empobrecidos de la sociedad. Un paso adelante en esta polémica sería concretar qué queremos decir con clase trabajadora, masas populares, obreros, pueblo, etc… Es el clásico debate sobre el sujeto político de cambio, o revolucionario si lo prefieren. ¿Dónde situamos ese sujeto? ¿Nos referimos a una masa amplia de asalariados junto a capas de la pequeña burguesía? ¿O adoptamos una interpretación rigurosa y restrictiva del término proletariado y le asignamos un papel especial y protagonista en el proyecto político que queremos impulsar?

¿Hay dentro de esas masas populares distintos grupos diferenciados con intereses concretos? ¿Con potenciales concretos? ¿O actúan todos como un bloque? ¿Los migrantes son un elemento ajeno a esto? ¿O tenemos que empezar a incorporarlos al análisis y considerarlos una parte más de la clase obrera?

Esta sería una de las preguntas más importantes que la izquierda debería empezar a plantearse seriamente. La polémica en torno la publicación de La Trampa de la Diversidad, de Daniel Bernabé, ha generado un destello de esta cuestión en la izquierda española, pero no ha profundizado en ella.

Si nos planteamos, por poner un ejemplo, que el proletariado en sentido estricto (es decir, los trabajadores asalariados que intervienen en la producción de mercancías físicas, fundamentalmente en la industria), tienen un papel protagonista (en forma potencial) en el cambio social… ¿Dónde hay que destinar los cuadros políticos? ¿Se trata de promover e impulsar el movimiento de trabajadores precarios y migrantes, es decir, organizar y movilizar el ejército de reserva industrial? ¿O se trata de influir y establecer una base de apoyo firme entre los trabajadores de las grandes industrias y empresas estratégicas? ¿Qué papel juegan los sindicatos en esta historia?

¿La primacía de lo electoral?

Otro aspecto de esta polémica es el que se refiere a la táctica y a la relación que se establece con el sujeto social que se quiere disputar. En ambos bandos de la polémica, da la impresión de que se está cayendo en la primacía de lo electoral, es decir: se trataría de optar por una u otra línea discursiva de cara a atraer, en última instancia, el apoyo electoral de uno o varios sectores sociales. En ningún momento se habla de organización de raíz profunda, de redes sociales, de espacios geográficos o productivos. En definitiva, pareciera que los distintos autores nos están planteando nada más que un cambio de discurso, una operación de retórica de cara a lo electoral.

Cabe preguntarse aquí: ¿No va siendo hora ya de superar la primacía de lo electoral? ¿No deberíamos adoptar una posición más equilibrada (y menos idealista) de la relación entre el movimiento social de masas en la base y su expresión electoral? ¿Entendemos lo parlamentario como una expresión de un movimiento de masas real? ¿O invertimos el orden de los factores?

A ningún observador honesto se le escapa, hoy en día, que la izquierda sigue anclada en la idea de que, por encima de todo, lo parlamentario es la medida de todas las cosas, del éxito o el fracaso, de la fuerza de un proyecto político. Sin negar el potencial que la representación parlamentaria tiene de cara a la labor de agitación y propaganda de masas, quizá es hora de cuestionar este paradigma.

¿El estado-nación neutral?

Este es otro “top five” del debate político en la izquierda. Para muestra un botón. En una entrevista reciente publicada en CTXT, el compañero Anguita afirmaba lo siguiente:

“Vamos a situar el problema. Yo planteo una partida de ajedrez en la que al rey lo sustituimos por el Estado. Entre los jugadores de ajedrez, hay uno que ha ido a por esa pieza: el capital financiero, la globalización. Y la ha capturado. Pero el capitalismo globalizado no quiere que los Estados-nación desaparezcan, porque son los ejecutores de sus políticas y, frente a sus ciudadanos, tienen legitimidad democrática. Esa pieza capturada por mi adversario es la que hay que reconquistar. Eso no tiene nada que ver con la autarquía ni con el soberanismo. Se trata de retomar una pieza que el adversario ha cogido en el campo de batalla y que está utilizando para golpearnos en la espalda. Tener el Estado implica tener la capacidad de hacer muchas cosas, de redistribuir y trazar alianzas con otros Estados para cambiar la UE. Yo quiero recuperar la soberanía y el Estado.”

Da la impresión de que el compañero está planteando las viejas tesis de la socialdemocracia (y del eurocomunismo de izquierdas de Nikos Poulantzas) sobre la neutralidad del estado, o del estado como elemento de disputa entre clases, que es posible asaltar y fracturar en favor de la mayoría social trabajadora. Sin perder de vista que los estados modernos son entidades mucho más complejas que, por ejemplo, el estado zarista o el gobierno provisional de 1917, debemos preguntarnos si, a la vista de la experiencia histórica, cabe mantener este tipo de planteamientos teóricos sobre la naturaleza de clase del estado. Sin ir más lejos, la experiencia de los ayuntamientos del cambio, donde se están dando incluso casos de boicot por parte de los funcionarios (Oviedo), o la experiencia del gobierno de Syriza, en Grecia, plantea serias dudas sobre la posibilidad real de una “conquista” del estado.

La cada vez más aplastante hegemonía de las grandes empresas transnacionales europeas, su capacidad de presión y chantaje. El poder de las grandes finanzas. La capacidad de boicot económico y político de otros países antes estados y regiones que se salgan del guion, también nos deben hacer cuestionar el discurso del retorno al estado-nación como escenario central de la lucha de clases en la UE.

Para finalizar… por ahora.

En España la gran mayoría de la izquierda ha empezado a tomar consciencia de estos problemas en los últimos tiempos. Ha sido la pérdida de impulso del proyecto inicial de Unidos Podemos el factor que más ha influido en ello. Polémicas como la suscitada por el libro de Daniel Bernabé, o esta polémica generada en torno al Decreto Dignidad, están favoreciendo un debate muy necesario y enriquecedor. También el callejón sin salida del proyecto soberanista catalán, está sirviendo para cuestionar la viabilidad, o el potencial emancipador de la izquierda nacionalista en el Estado Español.

Pero muchos de estos asuntos ya han sido abordados, y resueltos por parte de la izquierda en el pasado. Sin ir más lejos, el libro de Peter Mertens La clase obrera en la era de las multinacionales, ya abordaba estos temas y ofrecía respuestas en 2005. Lo novedoso es que, en la actualidad, estas preguntas están saltando de la marginalidad a la corriente principal de la izquierda. Es muy positivo que empecemos a discutir a fondo de estas cuestiones. Sin una teoría revolucionaria, no puede haber práctica revolucionaria.

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