Al igual que el 15M, y que todos los movimientos espontáneos, los Chalecos Amarillos, como movimiento, aparecieron de pronto, y han prendido la llama hasta extenderse por todo el país. Han conseguido que Macron retire algunas de las medidas que provocaron el inicio de las protestas, y ahora se encuentran ante la duda de cómo afrontar el futuro del movimiento. Convertido en una respuesta masiva al descontento y la situación del país galo, ha desbordado, al igual que el 15M, los esquemas de casi todas las organizaciones políticas y sindicales. Unas y otras se disputan ahora la dirección ideológica del movimiento, y del resultado de esa correlación de fuerzas dependerá el efecto que tengan los Chalecos Amarillos sobre la política francesa.
La gota que colmó el vaso
Aunque es complicado establecer una fecha exacta para el inicio de este tipo de movimiento, podríamos hablar del 17 de noviembre como el pistoletazo de salida de los Chalecos Amarillos. Ese día se producían por toda Francia movilizaciones y manifestaciones que ya venían teniendo lugar de forma más o menos aislada, convirtiendo el conflicto en un asunto de dimensión nacional.
El detonante de estas movilizaciones fue, en concreto, un aumento de los impuestos a los carburantes. Esto tuvo un impacto especialmente destacable entre los habitantes de las zonas rurales y las pequeñas ciudades, que son los que se trasladan con mayor frecuencia y a mayores distancias, especialmente para ir a trabajar. El origen de clase del movimiento es claro: pequeños propietarios, transportistas y agricultores. Elementos que parten de posiciones ideológicas pequeño-burguesas, de defensa del estatus de los pequeños propietarios.
Esto se transmite de forma clara a las primeras reivindicaciones. A grandes rasgos, se trata de una protesta contra la pérdida de poder adquisitivo, pero que, al menos en primera instancia, no se centra en un aumento salarial sino en una bajada de impuestos. El marco discursivo espontáneo, por tanto, no es demasiado favorable para la izquierda.
Los primeros apoyos al movimiento
Este punto de partida, que confronta directamente con las reivindicaciones y el programa de la izquierda, sitúa a ésta en una situación de desventaja, al menos en las primeras etapas del movimiento. Así, los primeros en incorporarse a las filas de los Chalecos Amarillos y en asumir una dirección de facto del movimiento son elementos derechistas, vinculados a Rassemblement National (el antiguo Frente Nacional de Marine Le Pen) y a organizaciones sindicales reaccionarias como Forçe Ouvrière (Fuerza Obrera).
Este sindicato, que es la tercera fuerza sindical francesa, comparte muchos elementos ideológicos de los que dan comienzo al movimiento. Se trata de una escisión de la Confédération Generale des Travailleurs 1, que nace poco después del final de la II Guerra Mundial reivindicando un «sindicalismo independiente» y denunciando la «intromisión» de las fuerzas de izquierda en el sindicato. En las primeras movilizaciones de los Chalecos Amarillos vemos una línea similar, que recuerda también a la del 15M: la oposición a una serie de medidas y políticas se convierte en una oposición a la política en sí misma.
Bajo la misma bandera de la «independencia» que levantaba Fuerza Obrera para dividir al movimiento sindical, los Chalecos Amarillos, en un primer momento, se oponen a la participación de elementos políticos en su seno. O más bien, de elementos políticos organizados. De esta forma, se intenta evitar cualquier acción desde dentro que pueda disputar la línea oficial, que, como veíamos, es una línea liberal y poco amable para la izquierda. La antipolítica funciona como una herramienta reaccionaria al servicio de los elementos de derechas que ya actúan en el movimiento y que pretenden así evitar cualquier oposición.
Entre ellos destacan Jean Lasalle, diputado de centro-derecha que acudió a una sesión de la Asamblea Nacional con un chaleco amarillo; Ludovic Pajot, diputado de Rassemblement National que participa en algunas acciones; Louis Aliot, también diputado del partido de Marine Le Pen, que ensalza a los Gilets Jaunes y advierte contra la participación de «chalecos rojos2, verdes3 y marrones4; activistas de Génération Identitaire, grupo de extrema derecha, que están presentes en el comienzo de las movilizaciones…
El movimiento sindical ante los Gilets Jaunes
Aparte de Forçe Ouvrière, que comparte muchos de los motivos iniciales de las movilizaciones y asume también el discurso «independiente», las otras dos grandes fuerzas sindicales francesas (CGT y la Confédération Française Démocratique du Travail5) se han distanciado de las manifestaciones. Aunque han afirmado que comparten la necesidad de movilizarse, han intentado organizar sus propias convocatorias.
Han centrado su discurso en el elemento salarial, confluyendo con los Chalecos Amarillos en la cuestión del poder adquisitivo, pero desde otra perspectiva completamente diferente. Manteniendo esa dinámica independiente, la CGT ha convocado su propia movilización el día 14 de diciembre bajo la consigna «Por los salarios, las pensiones y la protección social». Se observa una clara contradicción entre esta postura y la postura inicial del movimiento de los Chalecos Amarillos, cuyo principal eslogan era «Demasiados impuestos». La fuerte presencia de elementos como artesanos, pequeños empresarios y autónomos en el seno del movimiento se traduce en un planteamiento muy diferente del de las organizaciones sindicales, representantes de la clase obrera.
La izquierda francesa también se moviliza
Desde el estallido del movimiento, la izquierda del país galo se ha encontrado en una posición de desventaja, dada su naturaleza de clase, su contenido ideológico, y las posiciones antipolíticas defendidas por muchos de los Chalecos Amarillos, que han sido utilizadas por la derecha para evitar cualquier oposición interna. El discurso oficial del movimiento contra los impuestos se presenta como una «demanda popular» ajena a cualquier partido (aunque, casualmente, coincida prácticamente punto por punto con las propuestas de la derecha frentista y gaullista), y cualquier intento de confrontación con esa línea es denunciado como una «injerencia» externa que debe ser evitada.
Por eso, para las organizaciones obreras francesas ha resultado complicado disputar la dirección del movimiento a los elementos liberales y reaccionarios, inspirados y apoyados oficialmente por los partidos de derecha radical. La France Insoumise6, la organización de referencia en el seno de la izquierda, ha intentado reconducir las demandas hacia posiciones similares a las de los sindicatos, vinculando la cuestión del poder adquisitivo a los salarios, y en particular a un aumento del salario mínimo.
Sin embargo, no parece haber tenido demasiado éxito. La corriente principal y mayoritaria en las movilizaciones sigue apuntando contra «los políticos» y contra la «estafa fiscal» del gobierno de Macron. Mientras siguen intentando disputar la representatividad del movimiento a Le Pen, el PS, Francia Insumisa y el PCF han anunciado ya una moción de censura (que previsiblemente fracasará) para el lunes 10.
Se extienden las protestas
A pesar de todo, la situación crítica en el país vecino ha provocado que el marco inicial de las protestas se haya visto rápidamente desbordado. El conflicto entorno a la cuestión de los impuestos sobre los carburantes (que Macron ha pospuesto seis meses con la esperanza de calmar la situación) se ha extendido a muchas otras demandas. Destacan, por ejemplo, las de los estudiantes, que han ocupado liceos y universidades y se han incorporado a las manifestaciones y acciones de los Chalecos Amarillos.
Si los pequeños propietarios, transportistas y agricultores eran un espacio preferiblemente favorable a la derecha, y los sindicatos permanecen por ahora (al menos oficialmente) al margen, la incorporación de los estudiantes ha permitido introducir un discurso más tendente a la izquierda. Las movilizaciones juveniles, en las que hay mayor presencia de activistas de izquierda con implantación en las escuelas y universidades, han ganado relevancia, especialmente después de las imágenes que han recorrido el país con decenas de estudiantes arrodillados, con las manos en la nuca, vigilados por policías. En algunos liceos, los sindicatos han convocado huelgas y protestas en solidaridad, como la confederación sindical Solidaires, Unitaires, Démocratiques (SUD).
Si este video donde cientos de menores de edad son humillados y vejados por miembros de la policia fuera de Cuba, estaría dando la vuelta al mundo y abriría los telediarios. Pero no, es la Francia macronista. pic.twitter.com/hSU9RqIroU
— YoApoyoALosBBFF🚒 (AlOtroLadoDelMuro) (@_ju1_) 6 de diciembre de 2018
Entre las revindicaciones de los estudiantes se encuentran la defensa de la escuela pública frente a los recortes y ataques que ha sufrido, la denuncia de la represión ejercida contra los manifestantes, o el rechazo al aumento de las tasas, especialmente para los estudiantes extranjeros.
¿Y a partir de ahora, qué?
Además de los estudiantes, otros sectores de la población se han sumado recientemente a las movilizaciones. Echando un vistazo a los detenidos en los disturbios del día 1 de diciembre, podemos ver la complejidad y diversidad del movimiento: además de algunos militantes de izquierda habituales en este tipo de movilizaciones, la policía francesa detuvo a personas tan dispares como un estudiante universitario de 21 años, un carnicero divorciado con un hijo, y un obrero del sector del automóvil.
Los movimientos de masas son imprecedibles y espontáneos. Nadie vio venir el 15M, y nadie había visto venir a los Chalecos Amarillos. Pero cuando estallan, operan un cambio en la sociedad: la orientación de ese cambio dependerá de quien sea capaz de capitalizar el descontento y vincular las reivindicaciones con su programa. Por ahora, es la derecha la que lleva ventaja. La izquierda, que en un primer momento parecía a rebufo, parece haber cogido carrerilla al calor de las manifestaciones, al menos entre las bases del movimiento. El discurso y la dirección, sin embargo, siguen en manos de la derecha, por mucho que intenten disputarse.
El futuro es difícil de predecir, pero el análisis nos permite reconocer tendencias y elaborar hipótesis. El panorama de los Chalecos Amarillos muestra una foto bastante reveladora de la situación de la izquierda francesa, similar a la de gran parte de la izquierda europea: si ni siquiera posee influencia en su espacio natural (los sindicatos y la clase obrera), en otros sectores sociales no puede sino estar ausente. Agricultores y transportistas, que podrían ser importantes aliados de la clase obrera industrial, han caído bajo la influencia de pequeños propietarios y autónomos, a su vez incorporados a las filas de la derecha reaccionaria. Los movimientos espontáneos, que podrían ser una oportunidad para el avance del trabajo revolucionario, se convierten incluso en una amenaza ante el riesgo de que sean controlados por la derecha.
Notas para una izquierda reloaded
La situación en Francia nos permite reconocer claramente tres polos. En primer lugar, los grandes empresarios y financieros, grandes beneficiarios y garantes del actual sistema político, representados por el liberalismo en todas sus variantes (progresista, como el PSOE o En Marche!, el movimiento que llevó a Macron a la presidencia, o conservadora, como la CDU en Alemania). En segundo lugar, algunos sectores de las capas intermedias de la burguesía, amenazados por la globalización y la progresiva desregulación de los mercados a través de entidades supranacionales como la UE, representados por la derecha populista (Rassemblement National en Francia, Lega en Italia, AfD en Alemania, VOX en España…). Y, finalmente, en tercer lugar, la clase obrera industrial, aplastada por los grandes empresarios y banqueros, desconfiada ante los sectores intermedios de la burguesía, y abandonada por la izquierda.
Entre estos tres grupos, definidos con bastante claridad, oscilan todos los demás sectores de la sociedad: agricultores, trabajadores del sector servicios, secciones de la pequeña burguesía, estudiantes, pensionistas… En función del peso relativo, de la organización y la claridad política de cada uno de estos tres polos, aumenta la fuerza gravitatoria que pueden ejercer. Hemos visto muchos ejemplos, en Francia, en Italia, o recientemente aquí en España, en que son los sectores intermedios de la burguesía nacional los que se llevan el gato al agua. Pero también hay ejemplos de todo lo contrario, como Bélgica o Portugal, en los que es la clase obrera la que está atrayendo hacia sí a los sectores en disputa.
En cualquier caso, lo que parece una tendencia clara es el debilitamiento del polo de los grandes empresarios y banqueros que, si bien aún controlan el poder económico, están viendo como su hegemonía política y cultural se ve amenazada. Este tipo de movimientos de masas, como el 15M o los Chalecos Amarillos, son expresiones espontáneas de esa contradicción. Ante esa realidad, sólo caben dos opciones: o son derrotados por completo a manos de la clase obrera, o terminan forjando una alianza con los sectores intermedios de las burguesías nacionales para aplastar a ésta.
Conseguir lo primero y evitar lo segundo pasa por repensar la izquierda. Pero repensar no es reinventar la rueda. Precisamente, después de décadas de construir una «nueva» izquierda, y coleccionar derrota tras derrota por el camino, repensar la izquierda tiene más que ver con volver a los orígenes. Y volver a los orígenes no es repetir mecánicamente lo que se hacía hace años, sino recuperar los principios y la teoría que nos guiaban entonces, adaptados tácticamente a nuestra realidad de hoy. Entre la «new left» y los cascotes del muro de Berlín hay otra opción, la única verdaderamente viable: la izquierda reloaded.
Notas
- Confederación General de Trabajadores, el sindicato mayoritario en el país vecino, históricamente vinculado al Partido Comunista Francés.
- Por los militantes de izquierda.
- Por activistas y luchadores ecologistas.
- Por supuestos infiltrados islamistas en el movimiento.
- Confederación Francesa Democrática del Trabajo, escisión del sindicalismo cristiano que evolucionó hacia posiciones socialdemócratas en los años 70, y posteriormente hacia posiciones social-liberales.
- La Francia Insumisa, un movimiento-coalición de izquierdas similar a Podemos, dirigido por Jean-Luc Mélénchon, un histórico político de la izquierda francesa.