Corría el año 2013, y la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas —llamado así por aquel entonces— rugía más fuerte que un estadio de fútbol en plena ebullición. Miles de trabajadores de la compañía Iberia se manifestaban en defensa de su puesto de trabajo y su dignidad. En el centro de Madrid, otros tantos pararon la Castellana durante horas para colocarse frente al ministerio de Fomento y gritar “hasta aquí hemos llegado”. Algún que otro teatro se llenó con asambleas en las que trabajadores indignados argumentaban sus justas iras, e incluso, un grupo de irreducibles se plantaba en Velázquez los lunes al sol. Personal de todos los colectivos de la aerolínea coreaba consignas al unísono, consciente de que sólo la unidad de acción conseguiría frenar los pies de un puñado de codiciosos sin escrúpulos. Mucho ha pasado desde la última crisis sufrida por la aerolínea Iberia; una crisis que vio su fin tras la firma de un durísimo acuerdo en marzo de 2013. La mala situación de la compañía y el compromiso de los trabajadores en una época de profunda crisis económica, las amenazas de despidos en masa —con supuestas listas aleatorias— y la extrema dificultad para realizar una huelga de profundo calado —servicios mínimos abusivos— facilitaron una victoria de la Dirección, en la cual unos fragmentados sindicatos poco más podrían haber hecho.
Sin embargo —mirando atrás—, es justo pensar que esos mismos sindicatos deberían haber aprovechado el empuje de los trabajadores para germinar una conciencia que mantuviera el sentimiento de lucha entre los mismos, es decir, que hubieran tratado de mantener cierta tensión con el fin de que la gente no olvidase por un sólo segundo que le habían arrebatado algo suyo, y que por tanto, habría que pelear para recuperarlo tarde o temprano. Centrándonos en el colectivo de TCP, la firma del XVII Convenio Colectivo de TCP y las posteriores concesiones a la Dirección supusieron un revés muy grave para la imagen de los representantes de los trabajadores. Afortunadamente para ellos, pronto habrá negociaciones para concretar el XVIII Convenio Colectivo de TCP, por lo que esos representantes tendrán una oportunidad de oro para ganarse a sus compañeros, o bien, para retratarse ante ellos. Asimismo, en las manos de los TCP está —desde este mismo momento— fortalecer a sus sindicatos o convertirlos en meros agentes dedicados a aclarar dudas sobre bajas, programaciones, o alguna que otra queja por el ruido o las condiciones de los hoteles. Sea como fuere, nadie debe olvidar por un sólo momento que los sindicatos han de estar subordinados a los intereses de los trabajadores, y no al contrario.
Se avecinan tiempos tensos, y lo más óptimo para los TCP de Iberia sería estar unidos para recuperar lo que han ido perdiendo durante los últimos años. No es éste un buen momento para la confrontación ni la auto-imposición de medallas; tampoco para culparse unos a otros, mucho menos para buscar rivales dentro de casa. Los rivales de los TCP no se lesionan las articulaciones trabajando y no se mueren de sueño después de un madrugón tras otro; tampoco echan de menos a sus hijos por estar lejos en las fechas más señaladas, y no tienen problemas para conciliar una vida en familia. Ellos, y su forma tan poco respetuosa de valorar el trabajo de los TCP son el verdadero problema; de ahí la necesidad de que este colectivo permanezca más unido que nunca, bajo verdaderos principios de compañerismo y solidaridad. No obstante, cabe preguntarse en qué se basan estos principios y qué particularidades hacen de los TCP de Iberia un colectivo tan peculiar.
Desde luego, presenciando la situación podemos observar como, a pesar de los sacrificios realizados por los TCP, la Dirección ha aumentado paulatinamente la presión sobre el colectivo sin ofrecer nada a cambio; empeorando tanto la vida de los trabajadores como la calidad del servicio a bordo. Por dar una brevísima serie de ejemplos, nos llama la atención ver como se incluye una nueva clase en los aviones de Largo Radio —lo cual supone más pasajeros— al mismo tiempo que se suprime un TCP de la tripulación, o que los aviones de Corto Radio tengan galleys —las cocinillas de los aviones— cada vez más minúsculos y tan mal equipados que los TCP tienen que hacer acrobacias para comer con dignidad —si es que lo hacen—, o que la presión sobre los TCP de Corto Radio haya aumentado hasta un punto tan insostenible que ha llegado a haber desmayos por agotamiento, o que los sobrecargos —el nombre les viene que ni pintado— estén tan quemados que varios de ellos renunciaron a su cargo para tener un poco de eso que llamamos vida. Lo nunca visto.
Si hay algo que llama la atención por encima de todas las cosas; son tanto las grandes desigualdades entre los entornos laborales de Corto y Largo Radio como el abismo creado entre los tripulantes pre y post XVII Convenio Colectivo de TCP. Es más que evidente que las condiciones de los TCP de Largo Radio han de mejorar, pero lo que acontece en los aviones de Corto Radio merece un punto y aparte, principalmente porque entre el sub-colectivo —literalmente— que desempeña sus tareas en esos vuelos está el más vulnerable de todos: el de unos trabajadores eventuales que a falta de tener una bola de cristal que dé una fecha exacta, esperan impacientemente para tener un trabajo fijo y poder plantearse la vida con unos criterios estables. Aunque de esos criterios también tocaría hablar cuando no llegas a fin de mes…
Los TCP de Corto Radio tienen programaciones ajustadas al milímetro, con una media de 11 días libres al mes que sonarán muy bien para alguien que no conozca la aviación, pero que si se pintan a brocha gorda consisten en lo que sobra de fichar a primerísima hora del día 1, terminar a última hora del día 3 tras haber hecho 10 o más vuelos, recuperarte el día 4, y volver al tajo el día 5. Así durante un mes entero —menos los cuatro días libres fijos que los TCP tienen—, sabiendo que tus horarios jamás coincidirán con los de tu familia o amigos, sabiendo que si tu niña se pone mala no habrá manera de permanecer con ella porque estarás lejos. Asimismo, los aviones tienen más capacidad, aumentando una carga de trabajo a la que se le añade limpiar los aviones después de cada vuelo. Para esto, la Dirección se sacó de la manga un eufemismo denominado adecuación de cabina, pero en España —que nosotros sepamos—, al hecho de recoger la mierda siempre se le ha llamado limpiar. Todos los días, muchos TCP se quedan sin comer para que los vuelos lleguen sanos y salvos en la hora programada, garantizando que el pasaje sea atendido con la mayor profesionalidad, inconsciente de que las personas que le atienden están al borde de un ataque de nervios.
La otra cara de la desigualdad son los derechos laborales de los tripulantes post XVII Convenio Colectivo de TCP, y es que choca ver una diferencia tan abismal entre los suyos y los del resto. Bien es cierto que en Iberia siempre se ha negociado sin contar —o contando menos— con los que estaban por llegar, pero la situación creada actualmente clama al cielo y merece una solución inmediata. La progresión salarial y de nivel de los “nuevos” TCP —llamémosles así— es ridícula, percibiendo hasta 9 veces menos por alcanzar un trienio, teniendo que trabajar más del doble de años que el resto para subir de nivel, sufriendo para llegar a fin de mes, etc. Tan absurda es la situación, que buena parte de los nuevos TCP procedentes de compañías como Air Europa —que siempre soñaban con entrar en Iberia por sus dignas condiciones laborales— decidieron no volver cuando se les solicitó firmar otro contrato temporal y quedarse en su antigua compañía. Insólito y digno de vergüenza para una compañía que se dice entre las mejores; la campeona en cuanto a la puntualidad —Iberia haya sido la compañía más puntual del mundo en 2017— también pugna por el trono de la desigualdad con negreros como Michael O’Leary —el jefe de Ryanair. Lo curioso es que los TCP de esa compañía se están organizando para poner fin a sus abusos, por lo que las excusas de la Dirección de Iberia para justificar unos supuestos salarios “fuera del mercado” pronto serán agua de borrajas.
El punto principal de este articulo subyace en resaltar la necesidad de que el colectivo de TCP de Iberia y sus representantes sean capaces de cohesionar un núcleo que permita recuperar los derechos perdidos y ganar otros tantos. Habiendo un Convenio Colectivo de TCP denunciado por los sindicatos, es clave que estos procuren crear un flujo de comunicación constante con los trabajadores para crear un espíritu de unidad como el que hubo durante las luchas de 2013, pero un espíritu de unidad diferente ya que ahora los TCP no han de temer por sus puestos de trabajo porque la compañía se esté yendo a pique. Al contrario, sólo les cabe luchar para ganar, ya que una coyuntura como la del grupo IAG —el monstruo matriz de Iberia—, que tiene unos beneficios astronómicos, sólo debe ser observada de manera que estos sean devueltos a sus legítimos dueños, que son quienes se dejan la vida en los aviones sacrificando tanto. Asimismo, los sindicatos han de entender que el Comité de Empresa no es una arena de lucha, sino el lugar designado para ellos por los trabajadores con el fin de ayudar a mejorar la situación. Los sindicatos han de sentarse a dialogar entre ellos sí o sí, independientemente de las enormes diferencias o incluso disputas que haya entre los mismos, pues no hay nada más temible para la Dirección de una empresa que la unidad sindical. Nada.
No obstante, y como punto final, insistimos en alertar sobre la gravedad de obviar la gran diferencia con respecto a los tripulantes post XVII Convenio Colectivo de TCP, pues el hecho de que siempre se haya negociado sin contar con los que están por venir es una trampa que la Dirección ha sabido tender durante mucho tiempo. Dentro de poco, esos TCP nuevos serán mayoría dentro del colectivo, y aquellos que se veían beneficiados por la política del “a ti no te va a tocar, eso es para los que vengan después” ya no estarán porque se habrán jubilado o serán la minoría. Por tanto, la Dirección buscará equiparar no ya mirando desde arriba, sino desde abajo. Esto es lo que ha ocurrido en innumerables empresas con un esquema parecido al de Iberia, como pueden ser Correos, PSA Peugeot-Citroen, y centenares más. De ahí la importancia de superar —en la medida de lo posible— estas desigualdades mediante un verdadero compañerismo, y una genuina solidaridad.
Os invitamos a escribirnos a hola@lamayoria.online para que sigamos dando voz a vuestros problemas.