El ERE de Vodafone se sigue cobrando víctimas… fuera de Vodafone

La lucha de los trabajadores de Vodafone contra el ERE que pretende terminar con 1200 puestos de trabajo directos da comienzo este sábado con una concentración. Sin embargo, los efectos del ERE ya se dejan notar en otras empresas como Gémini o Bosch. Si sus consecuencias alcanzan a todos los trabajadores del sector, así como a los de las auxiliares y subcontratas, ¿no deberíamos implicarnos todos en la lucha para detenerlo?

D. Fernández
D. Fernández
Ingeniero y marxista, convencido de que un mundo mejor es posible y está a nuestro alcance.

Con una concentración convocada para las 12 de este sábado día 26 en la Plaza del Sol, los trabajadores de Vodafone van a dar el pistoletazo de salida a un proceso de lucha que, recogiendo la experiencia de la lucha contra el ERE de 2015, tiene por objetivo la defensa de los más de 1200 puestos de trabajo amenazados. Mientras tanto, la decisión del Consejo de Administración sigue provocando graves problemas a muchas familias trabajadoras.

Recientemente denunciábamos las maniobras de Gémini para aplicar un ERE «en diferido» dejando en la calle a 20 trabajadores. Poco tiempo después, Bosch Vigo comunicaba a sus trabajadores su decisión de despedir a unos cuantos trabajadores por la misma razón: los servicios que Vodafone demandaba iban a verse afectados, y, por tanto, correspondía realizar un ajuste de plantilla. Por lo pronto, todos los trabajadores del servicio Vodafone HD provenientes de ETT verán sus contratos rescindidos, y, en el mismo servicio, la empresa contempla la posibilidad de rescindir contratos de personal fijo. En Vodafone Provisiones serán 29 personas más las que se irán a la calle, y en Vodafone Reclamaciones se rescindirán otros 4 contratos. Sumando los puestos de Gémini y Bosch, el ERE de Vodafone, sin que todavía haya empezado a aplicarse en la propia empresa matriz, se ha cobrado ya 53 puestos de trabajo. Y eso contando sólo los casos que han salido a la luz, relativos a despidos o rescisiones de contrato. ¿Cuántos más puestos de trabajo se habrán perdido, o estarán en peligro? ¿Cuántos salarios se verán afectados por esta onda expansiva?

A raíz de este caso de Vodafone, estamos viendo operar a algunas de las tendencias de mayor actualidad y más peligrosas del capitalismo. La primera y principal, que ya señalábamos en el artículo previo sobre este ERE, es la competencia capitalista. La carrera por conseguir inversores privados es una carrera para maximizar beneficios, y en esa carrera los trabajadores sufrimos atropellos constantes, irónicamente, al mismo tiempo que alimentamos el motor de las empresas que nos están atropellando.

En ese sentido, el ERE de Vodafone ha sido el ejemplo perfecto de como la mala situación relativa de la empresa en comparación con las competidoras del sector ha conllevado de forma casi automática la puesta en marcha de la reestructuración empresarial y del ERE: la empresa necesita ser atractiva para los inversores, necesita captar su dinero, ofreciéndoles los máximos beneficios posibles. Y es que no sólo se trata de ofrecer beneficios (la empresa ganó el año pasado 168 millones de euros y aumentó un 22% sus reservas en efectivo, disponiendo actualmente de más 4.000 millones de euros), sino de ofrecer los máximos posibles y ofrecer más que su competencia. Es decir: el problema no es que la empresa no sea viable, o esté registrando pérdidas. El problema es que los capitalistas quieren más. Y ese «más» es a costa de nuestros salarios, nuestros derechos e incluso nuestros puestos de trabajo.

Y no sólo los de Vodafone. También los de otras empresas del sector que tendrán que ajustar cuentas a su vez para volver a ganarle la mano a Vodafone. Y, como estamos viendo, también los de otras empresas que, sin ser del sector, dependen de semejante gigante económico, como Gémini o Bosch. ¿Cómo es posible que se abandonen 5.000 empleos directos, e incontables indirectos, a la anarquía de la competencia capitalista? ¿Cómo es posible que en un asunto tan relevante, los 1.200 trabajadores amenazados en Vodafone, los 20 trabajadores despedidos de Gémini, y los 33 que Bosch ha mandado a su casa, tengan menos capacidad de decisión que las 10 personas1 que dirigen Vodafone España? No parece muy democrático: en este asunto, el voto de 10 personas vale más que el de 1253.

Reflexionar sobre estas cuestiones nos lleva a situar una consecuencia inevitable para el sindicalismo: el sindicalismo debe huir de una visión administrativa, técnica y corporativa de su función, y comprender que es una parte fundamental de un movimiento obrero que va más allá de las puertas de una empresa particular. Eso quiere decir que lo que está en juego no son, desde luego, las cuentas internas de tal o cual organización, pero tampoco se limita el tema a las consecuencias inmediatas dentro de la empresa. Lo que está en juego en cada negociación, en cada acción sindical es, en parte, el interés colectivo de toda la clase trabajadora. Porque conformamos un conjunto inter-relacionado, con intereses comunes y colectivos.

Y si alguna vez se nos olvida, ya se encarga la realidad de recordárnoslo tozudamente: la lucha contra el ERE de Vodafone no es sólo una lucha para salvar esos 1200 puestos de trabajo, sino para salvar muchos más. Y para proteger los derechos colectivos del sector, de los compañeros de otras empresas de telecomunicaciones. Y para proteger, en última instancia, los derechos colectivos de todos los trabajadores. Cada ERE, cada congelación salarial, cada externalización que salen adelante, refuerzan la competitividad capitalista, sentando las bases para el próximo ataque.

Si el ERE de Vodafone sale adelante, la empresa se situará en una posición más competitiva que otras operadoras de telecomunicaciones. Y una posición más competitiva supone más inversión, aumentando aún más su competitividad. En la lógica capitalista, eso supone un órdago para empresas como Telefónica u Orange que, participando en la misma carrera, pueden ver como Vodafone les recorta distancia e incluso llega a adelantarles. Para evitarlo, se verán obligados a hacer un esfuerzo extra: y, como todos sabemos, los que pagaremos ese esfuerzo seremos los trabajadores. Aún está por ver que un directivo renuncie a su salario millonario o que un accionista renuncie a sus beneficios en pro de la competitividad. No, ese «privilegio» es patrimonio exclusivo de los trabajadores.

Por eso cobra un carácter tan importante la defensa del puesto de trabajo, como la plantearon, por ejemplo, los compañeros de CocaCola en Lucha: no se trata únicamente de salir lo mejor parados posible del embrollo, sino de empezar a plantar cara y hacer causa común, entre todos los trabajadores, contra la competitividad de los capitalistas que pone en riesgo nuestro presente y, desde luego, nuestro futuro. El de todos los trabajadores, porque, como estamos viendo, las consecuencias de estas decisiones exceden, con mucho, los límites de las grandes empresas. Salpican de forma clara e inmediata a las otras empresas del sector: evitar el ERE en Vodafone interesa tanto a los trabajadores de Vodafone, como a los de Telefónica u Orange.

La segunda tendencia de este capitalismo contemporáneo en el que vivimos que aparece en este conflicto se deriva, en parte, de la misma idea de la competencia para maximizar beneficios, ya que ésta se sitúa en la misma base del propio sistema capitalista. Es la cuestión de la flexiseguridad: como hemos visto en el caso de Bosch, los compañeros despedidos no son empleados de la propia empresa, sino contratados a través de una ETT. Y, como es lógico dada su situación inestable y precaria, han sido los primeros en caer cuando la situación se ha complicado. La flexiseguridad es un fenómeno que se está extendiendo cada vez más en el mundo del trabajo, y que no tiene tanto que ver con la naturaleza de los «nuevos trabajos»2 como con la optimización de la producción capitalista.La tendencia actual de las grandes empresas, ante la incorporación de nuevas tecnologías y en previsión (o, incluso, inmersos ya) de la cuarta revolución industrial, es la de reformular sus plantillas de miles de trabajadores para hacerlas más flexibles y más fácilmente ajustables a los vaivenes de la economía, en especial a las crisis.

Para ello, aspiran a disponer de una pequeña plantilla más o menos estable encargada de la producción fija (la que, equilibrando sus estudios de mercado y su búsqueda de la optimización de beneficios, corresponda), complementada ocasionalmente, cuando haya picos de producción, con trabajadores temporales de los que puedan librarse fácilmente. Este fenómeno ya tiene cierto recorrido en empresas de la industria, como la planta de PSA-Peugeot Villaverde. Hace algo más de un año, la empresa se deshizo de 432 trabajadores fijos. Unos meses después, los reemplazaba con eventuales en la más irregular de las situaciones, con un contrato de bolsa de horas, llegando a avisar de los horarios la mañana del mismo día de trabajo. Hoy ya hay indicios de que la dirección planea librarse de estos trabajadores, de forma mucho más sencilla y menos conflictiva a causa de su condición eventual. Y, a juzgar por la naturaleza de los despidos que anunciaba Bosch Vigo, también allí soplan estos vientos.

No hay razones para pensar que otros sectores, como precisamente el de las telecomunicaciones, no vayan a ver un proceso similar. Los consecutivos EREs en Vodafone van destinados a laminar la plantilla fija al tiempo que reducir sus derechos, sustituyendo posteriormente a estos trabajadores con becarios o externalizando servicios a subcontratas y a ETTs. La reforma laboral ofrece el marco legal para llevar a cabo esta operación de reorganización interna, en pos de la sacrosanta competitividad.

Independientemente del resultado final de esta lucha contra el ERE, es muy importante que, en el proceso, los trabajadores vayamos conociendo más en detalle los fenómenos que actúan de fondo, para ser capaces de atacar a la raíz de los problemas y así corregirlos de antemano, en lugar de vernos obligados a ir mitigando los efectos negativos (despidos, precariedad, descenso salarial…) de un proceso (la competitividad capitalista) que nos supera y nos devora. Poco a poco, con experiencias como la de CocaCola, debemos ir comprendiendo que lo importante no es sólo la resolución del conflicto particular, sino que cada uno de estos conflictos particulares juega un papel en un marco mucho más amplio: el de la lucha de clases.

Notas

  1. Según el organigrama que la propia empresa ofrece en su página, estas diez personas son: Antonio Cóimbra, presidente y consejero delegado; Andrés Vicente, Director General de la Unidad de Negocio de Particulares; Daniel Jiménez, Director General de la Unidad de Negocio de Empresas; Miguel Orue-Echebarría, Director General de Finanza; Remedios Orrantia, Directora General de Recursos Humanos y Property; Paulo Neves, Director de la Unidad de Operaciones Comerciales; Elena Otero-Novas, Directora de Legal, Regulación y Seguridad Corporativa; Ismael Asenjo, Director General de Tecnología; David Sola, Director de Estrategia; y José Romero, Director de Comunicación Corporativa y Sostenibilidad
  2. Parece que existe una idea según la cual la precariedad es un fenómeno exclusivo de determinados empleos generalmente asociados al sector servicios (hostelería, comercio y turismo, principalmente). Sin embargo, es un fenómeno muy presente en otro sector que suele asociarse a un empleo más estable: la industria.

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