Como todos sabemos, es frecuente atravesar un periodo de prácticas o de becario como etapa previa a introducirse en el mercado laboral. Parece un paso lógico: después de la teoría, viene la práctica. Después de años de formación, ya sea básica, profesional o universitaria, se tiene la ocasión de aplicar los conocimientos adquiridos y poco a poco ir acostumbrándose y puliendo las capacidades según los requisitos del trabajo. Es un fenómeno que ya se producía hace varios siglos siguiendo la fórmula del aprendiz: los gremios (empresas) acogían a los aprendices para enseñarles el oficio.
Hoy en día, esa lógica no ha cambiado mucho: todos los que hemos pasado por algún tipo de formación media o superior sabemos lo que es tener que completar créditos de nuestros estudios mediante unas prácticas externas curriculares. Pero, mientras que en los gremios medievales el aprendiz recibía un cierto pago “en especie” (alojamiento, comida, e incluso un porcentaje de las ganancias generadas llegado el caso), el becario no siempre tiene esa “suerte”. No es extraño que estas prácticas no cuenten con ningún tipo de remuneración. Tampoco escasean las ofertas de empleo, fuera ya de la lógica de transición entre estudio y trabajo, en las que bajo la forma de una beca básicamente se busca un trabajador dispuesto a recibir “experiencia” como único pago. Y encima resulta que tenemos que estar agradecidos por la oportunidad.
Para el empresario, el negocio es redondo: a través de una oferta de prácticas o de una beca, puede cubrir un puesto de trabajo pagando entre poco y nada, pero exigiendo lo mismo e imponiendo condiciones de extrema flexibilidad; por si fuera poco, contratar a jóvenes a través de estos mecanismos suele dar acceso a subvenciones o desgravaciones, con lo que las ventajas para los empresarios son evidentes.
Para los trabajadores, la situación es muy diferente, claro está. El problema de este tipo de medidas es doble: primero, y evidentemente, es un problema para todos los trabajadores que se ven obligados a firmar este tipo de contratos. Pero es que, además, este fenómeno de “estratificación” fomenta e incentiva la competitividad interna, presionando a la baja las condiciones de trabajo de toda la plantilla: los trabajadores con contrato de prácticas, por ejemplo, cobran un 60% del salario para un puesto de trabajo equivalente durante el primer año, y un 75% durante el segundo. Empleos que deberían ofrecerse con los mismos contratos y las mismas condiciones que el resto se reservan para becarios o trabajadores en prácticas, hasta el punto de que para muchas empresas se han convertido en imprescindibles: sin ese trabajo gratuito o pagado por debajo de la media, no les saldrían las cuentas.
Es un fenómeno similar al que ocurre con las horas extra no pagadas, que suman 6.000.000 de horas de trabajo, o lo que es lo mismo, 180.000 empleos directos y cerca de un millón de puestos indirectos, tal y como explicábamos en un artículo reciente: aumenta el paro, aumenta la presión a la baja de los salarios en base a la ley de la oferta y la demanda.
Este tipo de “pluses” son claves para la competitividad. Hace no mucho, era el trabajo infantil el que jugaba el mismo papel que juegan hoy las horas extras y los becarios. Todos lo asumían como inevitable, ya que quien no tuviera niños trabajando (por un salario inferior) no era competitivo. En muchas oficinas, talleres y almacenes, ocurre hoy algo parecido con los becarios y los trabajadores en prácticas: el que no los tenga, no es competitivo. Y el que más tenga, cobrando menos pero desempeñando las mismas tareas, más competitivo será. Por el camino, se destruyen empleos y se degradan las condiciones generales de trabajo.
Está claro, por tanto que las prácticas y las becas son un vínculo laboral que, en su fórmula actual, no es más que una herramienta adicional al servicio de la estratificación y el dumping social del que tanto se benefician las empresas. Según datos de CCOO, en 2018 había en España 1,4 millones de becarios, de los cuales, según la Tesorería General de la Seguridad Social, tan sólo 85.000 estaban cotizando: el resto, o no cobraban o la empresa les negaba la cotización, con el consecuente perjuicio. 1, es decir, ahora mismo España es el segundo país con más becarios de Europa (por detrás de Eslovenia) y el primer puesto entre los países donde los becarios están peor pagados, ya que un 70% de estos aseguran que las compensaciones económicas son insuficientes para cubrir las necesidades básicas de la vida. 2.


Los datos no engañan: los superricos recurren a la estratificación para presionar a la baja las condiciones de trabajo, y en ese proceso las prácticas y las becas juegan un papel muy importante. Los empresarios tienen la opción de ofrecer ciertos empleos en condiciones mucho más precarias y con menos derechos laborales, y se aprovechan de ello tanto para explotar el trabajo de los propios becarios como para azuzar al resto de la plantilla, empujando al alza la productividad y debilitando la capacidad de resistencia de la plantilla.
¿No aceptas las condiciones que te pongo encima de la mesa? No te preocupes, seguro que hay tres chavales recién salidos de clase dispuestos a aceptarlas. Esa ha sido la lógica que ha seguido, por ejemplo, Vodafone: mientras despliega un extenso programa de becas y prácticas para captar jóvenes, ha aplicado en seis años tres EREs que han destruido casi tres mil puestos de empleo. ¿Coincidencia? Resulta difícil de creer.
Ante esta situación, ¿qué tareas nos podemos plantear los jóvenes con conciencia, los que nos organizamos como trabajadores en sindicatos y organizaciones políticas obreras? Existen reivindicaciones claras para limitar la función estratificadora de las prácticas: la primera y más clara, exigir la igualdad salarial, igual que la exigimos entre hombres y mujeres, entre eventuales y fijos, y entre todas las categorías que explotan los capitalistas en los centros de trabajo para ponernos a competir a unos con otros.
Pero vayamos más allá: incluso asumiendo que todo empleo debe tener un período de aprendizaje y prueba, resulta que esa posibilidad ya está contemplada bajo la fórmula del periodo de prueba (valga la redundancia) de un contrato. Si eso ya está regulado en los contratos “normales”, ¿qué necesidad hay de becas y contratos de prácticas? Las figuras del becario y del trabajador en prácticas deben desaparecer. Es mentira que esta etapa sea “transitoria” y se emplee como aprendizaje antes de recibir otro tipo de contrato: la realidad es que sólo el 27% de los trabajadores con contratos de formación y prácticas reciben un contrato indefinido al término de su período de “aprendizaje”. Si atendemos a las distintas categorías, sólo el 37,7% de los becarios consigue quedarse en la empresa, mientras que en los contratos de formación ese porcentaje es de un ínfimo 6,4% 3.
¿Acaso todos los demás no han estado “a la altura” del empleo? Sería absurdo afirmar algo así. Estos datos más bien parecen indicar que hay un increíble sobredimensionamiento de este tipo de contratos; es decir, que como veníamos explicando, las empresas recurren a ellos no para ofrecer formación y aprendizaje, sino siguiendo la lógica de la estratificación y la consiguiente búsqueda de la maximización de beneficios. Y es inevitable que empleen estas herramientas con esa lógica: es la única opción que les deja el mercado, la competencia. ¿Eran todos los capitalistas del siglo XIX unos monstruos sin alma que se pusieron de acuerdo para beneficiarse del trabajo infantil? ¿O se vieron empujados a ello por la competencia, por el libre mercado?
Si de verdad queremos generar empleo estable y de calidad, la solución no es obligar a nuestros jóvenes a introducirse en el mercado laboral en condiciones de semi-esclavitud, forzados a competir entre ellos por ser “el elegido” que podrá quedarse en la empresa al término de la beca o de las prácticas. Las grandes empresas se anotan beneficios multimillonarios y los Consejos de Accionistas reciben dividendos año tras año: hay dinero en los bolsillos de los superricos, y cada vez más. Que carguen ellos con el peso de la oferta de trabajo: disminuyamos el horario laboral a 35 horas por convenio manteniendo el salario, incorporando a los trabajadores al mundo laboral, disminuyendo el paro, combatiendo la estratificación, ayudando en la igualdad entre hombres y mujeres, mejorando las condiciones laborales y por tanto nuestras condiciones de vida.