La situación política en España lleva tiempo en convulsión. Desde la irrupción de Podemos hasta la actualidad han sucedido toda una serie de episodios que han alterado -parece que de forma definitiva- el paradigma del bipartidismo PP-PSOE.
De una u otra manera la mayoría de las formaciones que han alcanzado una gran dimensión en el Congreso de los Diputados han procurado, al menos discursivamente, abolir el eje “izquierda-derecha”, salvo PSOE y PP obviamente, quienes se siguen mostrando cómo los líderes de cada bando. Unidas Podemos proclamó la nueva política en contraposición a la casta y procuró sustituir este eje por el de arriba-abajo. Ciudadanos también ha hecho multitud de referencias a “los viejos partidos” e incluso en los recientes debates televisivos pudimos ver a Rivera tildar constantemente al líder de los populares, Pablo Casado, de conservador mientras él se reservaba la definición de liberal.
Incluso Vox se ha pretendido mostrar en más de una ocasión como un movimiento patriótico más que como un partido político al uso y ha realizado fervientes ataques contra las formaciones tradicionales por usar la política para sus propios fines (curioso cuando el propio Abascal tiene un turbio pasado en el PP). Aun así, han tocado el eje izquierda-derecha más que UP o C´s. Seguro que todos tenemos en mente las referencias a “la derechita cobarde y mentirosa” o las acusaciones de que “la izquierda siempre ha querido romper España y Sánchez se ha vendido a los separatistas y los comunistas”.
Sin embargo, a pesar de la complejidad del escenario parlamentario y, precisamente, por la incapacidad de sumar de forma independiente ninguna formación la mayoría absoluta, la necesidad de alcanzar pactos (al menos de investidura) tanto para el Gobierno Central como probablemente para muchas Comunidades y Municipios, ha vuelto a disparar el “pactómetro” (ese que tanto adora Ferreras) reincidiendo en la idea de bloques “izquierda-derecha”.
Eje “izquierda-derecha”: Vigente pero insuficiente
Las cosas como son: definir ideológica y políticamente a los partidos por el lugar donde en su día se sentaron en la Asamblea Nacional Constituyente francesa los girondinos (derecha), los jacobinos (izquierda) y los indecisos (grupo del centro o del llano), no es la forma más científica y racional de analizar a las organizaciones actuales pero no es menos cierto que es una referencia que cuenta con amplia acogida.
Hemos de tener en cuenta, además, ciertos fenómenos como que una parte nada desdeñable de la izquierda prefiere considerarse “progresista” a catalogarse “de izquierdas” o que el PSOE, que cuando gobierna aplica unas políticas no muy distintas y en la misma dirección que sus primos de la derecha, no ha dejado de reclamarse como el gran partido de izquierdas.
En mi opinión, no es malo contar con algunas coordenadas para ubicar a los partidos políticos (parlamentarios y extraparlamentarios) pero conviene no simplificar excesivamente la cuestión. No perdamos de vista que somos lo que hacemos y, por tanto, no se trata de cómo nos definimos sino de cómo nos comportamos, de qué políticas impulsamos y los intereses de qué grupo social representan.
Y es aquí donde quería llegar, donde la brocha gorda no alcanza. Cuando se mete a fuerzas como el PNV en el saco del progresismo (o al partido de Revilla) porque pueden llegar a pactar con el PSOE para la investidura o el gobierno, ¿somos conocedores de sus posiciones ideológicas y el desarrollo de sus políticas?. Voy más allá, cuando construímos el eje izquierda-derecha y repartimos a los partidos en un bloque u otro, ¿de dónde estamos partiendo? Es muy importante conocer las tendencias y corrientes políticas que operan para que podamos tener una idea más clara y real de qué fuerzas apoyamos y qué podemos esperar de ellas.
El social-liberalismo y sus renuncias
En este sentido y para ayudar a clarificar un poco más las tendencias que actualmente están actuando en lo que popularmente se denomina “izquierda” (y que para la mayoría incluye al PSOE) hay que comprender el camino que a nivel mundial y europeo han seguido una gran parte de las fuerzas socialdemócratas tradicionales. El partido de Sánchez sigue hablando de socialdemocracia y se reconoce dentro de esa tendencia. Seguramente una parte importante de sus bases también lo hagan (con mayor honestidad). Sin embargo, cada vez es más palpable que tanto el PSOE como muchos de sus “hermanos” de otros países, se han afincado en lo que puede denominarse social-liberalismo.
Este concepto aún no se halla muy extendido, digamos que no es vox populi, pero es de gran relevancia. Simplificando mucho podríamos decir que el social-liberalismo es la adaptación “natural” de la socialdemocracia que ha asumido los cambios operados por el capitalismo globalizado en el que vivimos actualmente. Es decir, que a pesar que de palabra se sigan repitiendo todos o algunos de los fundamentos clásicos socialdemócratas (lucha por la justicia social ligada a la redistribución de la riqueza, construcción de tejido de base real para impulsar la organización y la movilización de trabajadores y sectores populares, democratización de la sociedad en base a la igualdad y la cooperación) la realidad es que han asumido que el mercado es intocable y que el Estado no es un actor de intervención en la economía, que los grandes cambios sociales son cosas del pasado y ahora ya lo único que se puede hacer es limitar la pobreza (que no es lo mismo que luchar contra las desigualdades sociales) y, por supuesto, que la clase trabajadora ya no tiene un papel central en la composición social ni en la transformación de la misma.
En resumen, socialdemócratas (a lo sumo) de forma y discurso, liberales (no intervención estatal en el mercado y la economía) de fondo. Gobernar para todos, ricos y pobres, empresarios y trabajadores porque el capitalismo es lo que hay…y punto.
Ahora bien, que el PSOE sea -en base a esta identificación- el gran partido social-liberal en España, no significa que esta corriente deje de estar presente en otras formaciones políticas del “campo progresista”. Sin ir más lejos, las declaraciones de Manuela Carmena acerca de la responsabilidad que tienen los pobres en los desahucios cuando no pagan, librando de culpabilidad a las entidades bancarias o que no se considere un problema que Amancio Ortega haga donaciones cuando ha evadido impuestos previamente, son muestras de cómo estas ideas social-liberales se expanden más allá del PSOE.
Este elemento sigue presionando, por tanto, sobre el eje izquierda-derecha, porque formaciones que se ubican popularmente en uno de los lados pueden estar, en verdad, actuando en favor de los del lado contrario. Es en las políticas y en las ideas que se promueven dónde debemos fijarnos para componer más correctamente los bloques políticos.
En una sociedad donde el trabajo sigue siendo el núcleo de las relaciones sociales, por más que se intente desplazar el eje de gravedad hacia “la sociedad” como conjunto horizontal, hacia la multitud (eso del 99%) o hacia los márgenes (la obsesión por cada particularismo), lo más ajustado a la realidad es distinguir las políticas y acciones que van a favor de los intereses de la minoría de superricos que manejan la economía o a favor de la mayoría social trabajadora que genera cada día la riqueza social de la que se apropian los empresarios y accionistas.
Claro que aquí el social-liberalismo también ha hecho los deberes y ha sembrado toda una variedad de ideas y prejuicios que intentan enmascarar esta realidad. El PSOE, sobre todo a través de su influencia en los grandes sindicatos, ha logrado filtrar un sinfín de elementos que van en la dirección de conciliar los intereses de unos y otros, de aminorar las tensiones, de simular que los magnates de las multinacionales y las plantillas están en el mismo barco y que lo que es bueno para los propietarios también lo es para los trabajadores. “Es bueno que la Junta de Accionistas obtenga más beneficios porque si no, lo mismo cierran”, “es bueno que aceptéis la congelación salarial porque si no puede haber un ERE”…Esta influencia presiona de forma intensa traduciéndose en una baja intensidad de la lucha y la movilización obreras y, sobre todo, en un desarme ideológico de la clase trabajadora que se encuentra en una zona cero de conciencia, es decir, de comprensión de su papel social.
¿Gobernar para todos?
Algunas fuerzas del campo progresista se echan las manos a la cabeza cuando la abstención de “los de abajo” les pega un codazo en el estómago, pero deberían plantearse si no tienen una responsabilidad directa al no disponer de programas y discursos dirigidos inequívocamente a la clase trabajadora y la gente humilde, que inyecten energía y siembren confianza de que organizándose y luchando por ese programa la vida de esas personas y sus familias puede mejorar ampliamente.
La subida de participación el 28 de abril se explica mucho más por el miedo a que VOX hiciese una entrada más sonada en el parlamento y que el trío de Colón llegase a Moncloa que por una convicción real en las alternativas a la derecha. Es decir, es un voto en gran medida conservador que ha recaído mayoritariamente en un PSOE que desde que llegó al Gobierno aupado en la moción de censura, no ha cumplido las grandes promesas (derogar la Reforma Laboral de 2012 o la Ley de Seguridad Ciudadana más conocida como “Ley Mordaza”, etc) y se ha conformado con medidas cosméticas, salvando el incremento del SMI a 900 euros, impensable sin la fuerte presión ejercida por Unidas Podemos.
Así pues, estos meses del Gobierno de Sánchez ayudan a reflejar con hechos lo que supone el social-liberalismo. Un gobierno cuyas políticas no se desvían del rumbo marcado “desde arriba”, un gobierno que considera que nacionalizar empresas o invertir en ellas a través de la SEPI “es cosa de comunistas”, un gobierno que prefiere seguir en el poder sin alianzas fijas con opciones progresistas, para jugar con la geometría variable para pactar con unos o con otros según le convenga.
El capitalismo globalizado, las multinacionales y los superricos, cada vez se pueden permitir menos reformas que no vayan dirigidas acorde a sus intereses de lucro y competencia. Por eso presionan sobre las formaciones políticas para que los parlamentos no sean un impedimento para llevar a cabo sus planes económicos. Que internacionalmente, por ejemplo, se esté presionando por parte de las élites empresariales para un acuerdo PSOE-C´s en nuestro país, da prueba de ello.
La agenda de Bruselas y las oligarquías europeas gira en torno a: agresivas reformas laborales, mochila austríaca, privatización de los servicios públicos, etc. Por ello, un programa de reformas sólido basado en la intervención estatal en la economía, en recuperar derechos y fuerza en la negociación colectiva por parte del movimiento obrero y el blindaje de los servicios públicos, así como implementar medidas de fondo para revertir urgentemente el cambio climático (pues el planeta Tierra no es “de quita y pon”) podría suponer un escollo importante para el cumplimiento de dicha agenda (y más con una nueva recesión a la vuelta de la esquina).
Entonces, ¿ha desaparecido la socialdemocracia? Cuidado con ser ultra categóricos. Al fin y al cabo, aquí hablamos de tendencias no de hechos absolutos. Estas tendencias no están claramente delimitadas ni se ubican todas dentro de una sola sigla. La cuestión a resaltar es que buena parte de la izquierda política española, como recogía recientemente El Confidencial, “parece sin respuesta, y se contenta con un europeísmo vago, la defensa de la sanidad y la educación públicas y la lucha por la diversidad. No es más que una opción en repliegue, defensiva, que ocasionalmente funciona, como en nuestras elecciones generales (la gran excepción continental), pero que carece de futuro.”
Un programa para la mayoría
En un momento donde la agenda del IBEX y de los grandes propietarios está basada en destruir lo público y arrebatar a los trabajadores lo poco que nos queda, es necesario un programa de medidas que ponga en el centro las necesidades de la mayoría. Un programa que nos permita tomar impulso, recargar las pilas y generar confianza y entusiasmo entre la clase trabajadora.
En nuestro país, por ejemplo, Unidas Podemos sí ha asumido parte de estos presupuestos. Mientras algunos de los sectores fundacionales de este partido caminan hacia el social-liberalismo y el peronismo, la corriente asociada a Pablo Iglesias parece encaminarse hacia posiciones socialdemócratas más reconocibles. La jornada laboral de 34 horas sin reducción salarial, el aumento de la fiscalidad a quienes más tienen, la gratuidad de la educación en las edades más tempranas, el aumento del SMI hasta al menos 1000 euros o las iniciativas para un modelo industrial con un horizonte verde, reflejan esta tendencia. Claro que estas reivindicaciones conviven con muchas otras y, más allá de lo que diga un programa político, lo esencial es ver luego en qué medidas y propuestas se invierten más energías y cómo se organizan las fuerzas para lograr alcanzarlas.
No obstante, y pesar de su social-liberalismo, la tradición sindical del PSOE le da ventaja sobre UP a la hora de interactuar con estas organizaciones (especialmente con las mayoritarias) y mostrarse como el actor principal de la izquierda. Veremos si el partido morado revisa su forma de trabajar con el movimiento obrero y sindical apostando por sus grandes organizaciones o, por el contrario, sigue prefiriendo acercarse a sus márgenes con marcas blancas y “espacios amplios”.
Que el eje político gira hacia la derecha es una tendencia peligrosa e indiscutible. Que cada vez más opciones de “izquierda” centren sus políticas y reformas en elementos que no cuestionen las bases del modelo social en el que vivimos, también es una muestra de ello. El social-liberalismo ha ido impregnando los programas y la actitud de muchos actores del cambio, casi obsesionados en “gobernar para todos”.
No me cabe duda que un metro más “hospitalario”, como propone Íñigo Errejón, sería una mejora para las y los madrileños, pero a su vez considero que es una prioridad mayor fortalecer el sector público, blindando los servicios que se prestan actualmente, recuperando otros que han pasado a manos privadas y apostando por empresas públicas en los sectores centrales de la economía. Aumentar el gasto público es un rasgo positivo (y sobre todo después de que la derecha haya utilizado las instituciones como un cortijo) pero si, en verdad, se quiere procurar un cambio real en la vida social habrá que actuar en el corazón de ésta, es decir, en la economía y también en la política.
Mejorar la vida de la gente, en una sociedad donde la mayoría somos trabajadores, es poner el foco en las necesidades y derechos precisamente de esa mayoría. No se puede estar constantemente intentando contentar a todos, sobre todo porque el choque de intereses entre clases sociales lo imposibilita. Ahora que está tan de moda eso de tener que dar “imagen de gobernabilidad” me pregunto, ¿para quién? ¿Para las multinacionales, los bancos y la élite de superricos o para el pueblo trabajador?
La subida del SMI, por ejemplo, no es una medida a favor de todos, sino que es una buena noticia para el conjunto de los trabajadores, pero no lo es para los empresarios que han de invertir más en salarios y disminuir (un poquito) sus ganancias. Precisamente por esto, costó Dios y ayuda que el PSOE la hiciese efectiva. Precisamente por eso, las opciones social liberales, que han asumido los preceptos fundamentales del modelo económico y su imposibilidad de cambio, centran su mirada en aspectos que en gran medida no son esenciales ni van al meollo del problema y, por tanto, no pueden ofrecer grandes soluciones que entusiasmen a la gente porque vean de forma clara que su vida puede mejorar notablemente.
No estoy diciendo que la socialdemocracia clásica fuese “el no va más” (ni mucho menos revolucionaria) pero se advierte que el social-liberalismo (una de las terceras vías) es una práctica política que, desde luego, de izquierdas no es. Si Sanders (USA) o Corbyn (UK) son lo más parecido a la socialdemocracia tradicional en el primer mundo, la distancia de programa y postulados que hay con las opciones “parecidas” en España salta a la vista. Ello nos lleva a concluir que hemos de ser cautelosos a la hora de referirnos al campo progresista y no dejarnos llevar por el atrezzo únicamente, sino prestar atención a las políticas, al programa y a quiénes beneficiaría su cumplimiento.
La izquierda marxista, desde luego, no podemos sentarnos a esperar que otras organizaciones hagan la tarea por nosotros, ni apostar todo a que tal o cual línea política va a terminar por afianzarse en el denominado “espacio del cambio”. Todo lo contrario, tenemos una responsabilidad de primer orden con la clase trabajadora, impulsando ideas y propuestas (programa) que vayan a la espina dorsal del modelo social, que lo pongan en cuestión, que sirvan para organizarnos y cohesionarnos como clase para conseguir nuestros objetivos sin apostarlo todo a la suerte de tener algún día un gobierno amable.
Partiendo de los grandes problemas sociales y poniendo el acento sobre la gran clase social existente (la clase obrera) es como podremos construir soluciones de avance, que inyecten ánimos e incorporen a cada vez más trabajadoras y trabajadores a la lucha por el futuro.
[…] alternativa de cara a construir una línea capaz de disputar la dirección de las grandes masas al social-liberalismo encabezado por el PSOE que es, a día de hoy, casi […]