La mano invisible: entre el esperpento de Valle-Inclán y la realidad laboral en España

La precariedad, la lucha en el seno de la clase trabajadora o la necesidad inevitable de la acción sindical son algunos de los temas que el director David Macián lleva a la gran pantalla con su película La mano invisible.

Basada en la novela de Isaac Rosa, esta producción se desarrolla a modo de desplegable sociolaboral, presentándonos las dos caras a las que nos vemos expuestos cuando entramos a formar parte de un trabajo: del “es tu gran oportunidad, la empresa somos como una gran familia”, al tristemente famoso “si vas a huelga estás fuera de la empresa”.

La narración se da en tres lugares muy particulares: la nave industrial, donde trabajan los distintos “actores”; el bar, donde se reúnen después de su jornada de trabajo; y el despacho de la dirección de esta empresa. Entre los primeros planos que muestran el trabajo, a la clase obrera, y la oscuridad que acompaña la mayor parte de la película se van dibujando los perfiles de los personajes, que no interesan tanto por su subjetividad individual, su identidad, sino por representar distintos sectores de la clase obrera. Encontramos desde la figura del proletariado industrial -la actriz Marina Salas-, el albañil -José Luis Torrijo-, o el personaje que Daniel Pérez Prado trabaja en la figura del encargado de personal de la empresa. Con un total de 9 “actores” esta nave industrial baja las luces, enfoca a cada uno de estos trabajadores y coloca delante una grada con público, que como si se tratase de un espectáculo de lucha norteamericano, no tardan en dar rienda suelta a sus peores formas a través de gritos e insultos, unas formas que vienen de la relación entre el trabajo y el espectáculo, entre nuestra clase trabajadora y el esperpéntico espectáculo en que se ha convertido hoy nuestras condiciones y derechos laborales, así como la depauperada imagen de una clase, la obrera, que ha sufrido -y sufre-  un proceso de negativa propaganda, ridiculizada y relacionada con lo inculto, lo más bajo de la sociedad; un golpe consolidado por los grandes medios de comunicación, por el cine y la industria cultural desde finales de los años 80´ a nuestros días1.

Contratados como actores que deben representar una determinada profesión, los diferentes miembros de reparto no tardan en convertir sus charlas superficiales y banales en el bar, tras sus jornadas de trabajo, en discusiones sobre qué quiere la empresa de ellos, para qué y para quién producen, o las condiciones y objetivos que la dirección impone a cada trabajador. Sin saberlo ellos, o disimulándolo muy bien, se conforma en torno a la mesa del bar la esencia de la lucha sindical; sin buscarlo, acaban conformando un sindicato, sin siglas ni jerarquías, sin documentos ni congresos, pero recogiendo una idea que se nos muestra cada vez más clara: los sindicatos, en cuanto a organización de la clase obrera, surgen de forma inevitable, como primera acción de la clase trabajadora, un grito casi natural que pide justicia para las plantillas de empresas y corporaciones. Inevitable y natural es la solidaridad obrera, aunque las condiciones sean las más precarias y peligrosas para sindicatos y sindicalistas, la organización colectiva de la clase obrera se acaba imponiendo. Esto es algo que vemos con las recientes movilizaciones de los trabajadores y trabajadoras de Telepizza o Uber, que se pueden encontrar entre los sectores más precarios de la clase obrera, y aun así han sido capaces de organizar un movimiento con una fuerza, aun corta y limitada, pero que nos muestra la necesidad y obligación que tenemos los trabajadores de luchar juntos, de unir ideas y brazos para hacer frente a las imposiciones de las direcciones capitalistas de nuestras empresas.

La mano invisible es muchas cosas además de una película. Puede ser perfectamente el conflicto como ya hemos dicho de los sectores mas precarios de la clase obrera, pero también muestra la crudeza de un mercado laboral que lleva al extremo a sus productores, a aquellos que crean y mueven la riqueza y mercancías de nuestra sociedad. Con aumentos de la producción, de las cuotas que cada obrero debe producir en la misma jornada laboral, vemos como la idea única y final de la empresa es aumentar su ganancia, sus beneficios, a costa de la integridad del propio trabajador; valiéndose para esto de nuevas formas de control dentro del puesto de trabajo. Como vemos en el personaje de Daniel Pérez Prado, el capataz nunca desapareció de nuestras empresas, su transformación ha pasado por dejar el látigo y el chaleco sin mangas para ajustarse bien sus gafas de moldura hípster mientras controla desde su ordenador la producción de una plantilla entera. Una película que David Macián ha convertido en un bruto grito contra la precariedad, la explotación sin límites de nuestras manos y mentes en base a la lógica liberal, una realidad que aplasta a la mayoría social de nuestro pueblo, convirtiendo a la clase trabajadora no en solo una clase explotada por ser la gallina de los huevos de oro en nuestras actuales sociedades capitalistas, sino que es convertida en producto de consumo en los grandes medios de comunicación y sus series y películas de “humor”. Ante esto, solo nos queda la idea de pasar a la ofensiva, de recuperar ese espacio principal que tiene la clase obrera, y no puede comenzar por otro lugar que no sea por incidir de forma decisiva en nuestras economías, en nuestros puestos de trabajo. La democratización de la economía entendida como una necesidad para la mayoría social y trabajadora, lejos de un anhelo romántico y heroico, se eleva cada vez más como una solución práctica y beneficiosa para nuestras empresas y sus plantillas.

Puedes ver La mano invisible online en Filmin.

Notas

  1. Chavs. La demonización de la clase obrera, de Owen Jones. Y El pueblo. Auge y caída de la clase obrera, de Selina Todd. ( como sugerencias)

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.