¿Géneros o estereotipos sexuales? – Parte 1

1.Introducción

En el mundo de habla inglesa hoy en día se acepta que el género y los géneros existen. El término se utiliza en reportajes y documentos oficiales1. La ley ha pasado a incorporar la noción de género2. Antiguas leyes3 que prohíben la discriminación sexual se reinterpretan como prohibiciones de la discriminación de género.

Este proceso se ha vuelto controvertido. Tanto los conservadores como las feministas han objetado que las leyes, originalmente destinadas a proteger a las mujeres, están en peligro de volverse ineficaces; si los hombres que dicen ser mujeres son tratados legalmente como mujeres, esto no solo iría más allá de la intención de la ley original, sino que puede poner a las mujeres en desventaja4. Tenemos fuertes simpatías con estas objeciones. En este artículo argumentaremos que los géneros, entendidos como conjuntos de personas, no existen.

Antes de finales de la década de 1960, la palabra género se usaba en inglés para referirse a conjuntos de sustantivos y a las reglas para hacer coincidir los pronombres y adjetivos con ellos en varios idiomas, principalmente extranjeros. En este uso, el género es un préstamo francés, la anglificación de género tiene la acepción de tipo o clase, que los gramáticos franceses habían usado para clasificar los nombres. Esto, a su vez, era un préstamo de los gramáticos latinos que habían usado el género en el mismo sentido, como un medio para clasificar los nombres. Si uno mira libros que usan la palabra género antes de la década de 1970, la usan de manera abrumadora en este sentido gramatical.

Desde finales de la década de 1960, hay un cambio dramático en su uso. Los géneros ya no eran categorías de palabras sino categorías de personas. Entre 1968 y el 2000, el uso de la palabra aumentó más de 30 veces (Gráfico 1). Ya no era un término gramatical sino psicológico o sociológico. El género, en sus usos actuales, fue un constructo de la literatura académica específicamente inglésa. Donde antes se usaba la palabra sexo (sexos, roles sexuales, diferencias de sexo), ahora los autores escribían sobre los géneros, las identidades de género y las diferencias de género.

La frecuencia de uso de la palabra género superó a la palabra sexo en el inglés británico académico. Las culturas francesas y españolas, sin embargo, parecen haberse mantenido más a gusto con la palabra sexo; las palabras genre y género no aumentaron en relación con las palabras sexe y sexo (Gráfico 2).

Si se inventa una nueva tecnología, la palabra para describirla se vuelve mucho más común. Puede tomar (prestada) una palabra vieja (ya existente) en el proceso. Pensemos en la palabra computador, cuyo uso se multiplicó por 500 en 50 años. Originalmente se refería a una persona cuyo trabajo era calcular, y ahora se refería a una máquina informática. El nuevo significado se refería a algo nuevo en el mundo, algo que ahora realmente existía.

Lo mismo sucede con las palabras inventadas o adaptadas para referirse a nuevos descubrimientos científicos. Las modas culturales como el jazz o el punk, dejan sus propias huellas en el uso de la palabra.

Ciertamente, el sexo no es un nuevo descubrimiento o invención reciente, aunque ahora la gente se inhibe menos al mencionarlo. Pero, ¿el nuevo uso de género designa un nuevo invento, un descubrimiento científico o una moda cultural?

Hasta ahora solo estamos contando palabras. Pero esto sí nos dice algo. Debido a que las computadoras se utilizaron internacionalmente, la palabra correspondiente en francés ordinateur también mostró un aumento similar. De manera similar, cuando se descubrió el protón, la palabra no tardó en aparecer en libros en muchos idiomas. Sin embargo, las modas culturales son más específicas y localistas. Esto, al menos, sugiere que el uso específicamente inglés de género dice más sobre cómo la cultura anglosajona interpreta el mundo, que sobre la realidad subyacente.

Grafico 1: La frecuencia relativa de aparición de las palabras sexo y género en los libros en inglés en el siglo XX. Nótese el cambio de fase alrededor de 1970.
Grafico 1: La frecuencia relativa de aparición de las palabras sexo y género en los libros en inglés en el siglo XX. Los datos se transcribieron de una consulta de Google Ngram Viewer y se volvieron a trazar. Nótese el cambio de fase alrededor de 1970.

Para ir más allá de esta sugerencia , debemos observar el uso real de la palabra tanto en la literatura de investigación como en la filosofía. Si el nuevo uso de género es un concepto científico que designa algo que existe en el mundo y es distinto del sexo, sería evidente en los trabajos de investigación. Mostrarían cómo opera la palabra género en algo empíricamente medible. En la sección 2 examinamos de que forma los principales investigadores activos utilizan el término género. Esta sección mostrará que los géneros distintos de los sexos no existen como conceptos operacionales.

Los libros franceses no muestran ningún aumento en la popularidad de la palabra género, a lo largo del período en el que la palabra género se hizo popular en inglés. Los datos se transcribieron de una consulta de Google Ngram Viewer y se volvieron a trazar.
Los libros franceses no muestran ningún aumento en la popularidad de la palabra género, a lo largo del período en el que la palabra género se hizo popular en inglés. Los datos se transcribieron de una consulta de Google Ngram Viewer y se volvieron a trazar.

Más adelante, examinaremos el trabajo de Judith Butler, de quien podría decirse que es la principal defensora filosófica del nuevo uso del término género. Demostraremos que no logra establecer un concepto científico coherente en el que basar su uso del término. Finalmente, discutiremos el efecto social adverso que se produce por el desplazamiento de la palabra sexo por género. Debido a la cantidad de material que hemos preparado, lo dividiremos en al menos tres publicaciones del blog.

2.El género en la investigación empírica

Para ver cómo se aplican los conceptos de sexo y género en la investigación práctica, hay que observar el trabajo de científicos sociales y psicólogos. Cuando se hace esto, el significado de género se vuelve problemático. Existe una inconsistencia en la terminología utilizada en los estudios publicados a causa de las diferencias entre los participantes masculinos y femeninos en cuanto a si estas diferencias se denominan diferencias de sexo o diferencias de género. Sin embargo, queda claro que los investigadores empíricos no hablan de «géneros» ni usan «género» como sustantivo. En la sección 2.1 examinaremos por qué este es el caso.

2.1 Método

Se ha realizado una búsqueda en Google Scholar el 27 de mayo de 2017, de artículos con una coincidencia exacta en el título de la frase “diferencias de género en”. De los 20 artículos principales, que han sido clasificados por citas, se hicieron descargas de todos los documentos que tenían enlaces directos a copias online. Esto generó 13 artículos: Blau y Kahn, [2000], Costa Jr et al., [2001], Gefen y Straub, [1997], Byrnes et al., [1999], Feingold, [1994], Croson and Gneezy, [2009], Hyde and Linn, [1988], Nolen-Hoeksema, [2001], Hankin et al., [1998], Piccinelli y Wilkinson, [2000], Venkatesh et al., [2000], Oliver and Hyde, [1993]. El artículo más citado, Croson y Gneezy, [2009] tenía en esa fecha 2.894 citas y, como mínimo, Venkatesh et al., [2000] tenía 958

Se han leído los documentos (papers) para determinar si en los estudios se hizo algún intento de distinguir con algún método experimental el sexo del género y, en caso afirmativo, qué enfoque tomaron para hacerlo; cómo utilizaban el término género; cual fue su metodología y su modo de argumentación comparándolo con el de Butler que se examina en las secciones posteriores.

2.2 Diferencias de género en la asunción de riesgos

Croson y Gneezy [2009] (2.895 citas) presentan un metanálisis o un estudio de revisión de otros 141 artículos. Casi todos los artículos que analizan, simplemente categorizan a los participantes en mujeres u hombres sin un intento operativo de distinguir el sexo del género.El enfoque de todo el paper es la asunción de riesgos y examina la hipótesis evolutiva de que los hombres tienen menos averisón al riesgo. Si consideramos el sexo como algo biológicamente determinado, entonces la hipótesis básica que se está probando es biológica, por lo que no está claro por qué los autores decidieron describirlo en su título como un estudio de las diferencias de género. De los estudios que Croson y Gneezy [2009] analizan, solo unos pocos, 3 de cada 141, intentan controlar la socialización seleccionando a los niños que hipotéticamente están menos socializados. En estos, se sugiere que este método puede facilitar la detección de las diferencias de sexo en lugar de las diferencias de género socializadas. Croson y Gneezy [2009] también mencionan los estudios interculturales entre los que tienen una capacidad limitada para controlar los problemas de la naturaleza (naturales) frente a las cuestiones de la crianza. Que Croson y Gneezy [2009] indiquen explícitamente este aspecto, indica que son conscientes de que existe un problema de separación entre la socialización y la biología. Por lo menos hay consciencia de que se debe llevar a cabo algún tipo de compensación, pero el lenguaje utilizado para hablar sobre el problema no es sexo versus género, sino naturaleza contra crianza.

Este es el artículo más citado en Google Scholar sobre las diferencias de género en ámbitos específicos. En lugar de probar una hipótesis sobre las diferencias de género en el sentido especializado que se usa en los estudios de género, es en realidad un artículo que prueba una hipótesis sobre las diferencias de sexo. A su vez, revisa otros 141 documentos, de los cuales solo una pequeña minoría hizo un intento parcial de compensar la socialización.

Otro metanálisis muy grande de la toma de riesgos en hombres y mujeres lo proporciona Byrnes et al. [1999] (2.204 citas). El procedimiento consistió en una búsqueda inicial de artículos con la consulta: («riesgo» o «asumir riesgos») y («diferencias de género» o «diferencias de sexo»). Leyeron más de 300 publicaciones y sistemáticamente codificaron y analizaron 150 de ellas. En descubrieron que:

“A nivel general, nuestros resultados apoyan claramente la idea de que los participantes masculinos son más propensos aasumir riesgos que las participantes femeninas. En casi todos los casos, el tamaño medio del efecto para un tipo determinado de asunción de riesgos fue significativamente mayor que cero, “

Aunque bastantes de los artículos que utilizaron se referían a las diferencias de sexo, Byrnes et al. utilizan de manera constante el término diferencia de género. El género solo se usa como adjetivo como en «brecha de género» o «diferencia de género». Ni el género ni el sexo se usan como sustantivos, excepto cuando la palabra sexo se usa para referirse a las relaciones sexuales como en “sexo sin protección» que es una de las actividades de riesgo codificadas en el estudio.

2.3 Diferencias de género en las habilidades verbales – ¿Existen?

Es una opinión generalizada el que una de las diferencia entre los hombres y las mujeres es que las niñas y las mujeres tienen mejores habilidades verbales que los niños y los hombres. Hyde y Linn [1988] (2.064 citas) presentan un gran metanálisis que aborda este tema. Analizaron 165 estudios que representaban una población muestreada total de 1.418.899 personas.

Informan que, hasta el momento de su publicación, la capacidad verbal superior de las mujeres había sido aceptada en psicología como un hecho durante décadas. Hyde y otros afirman que las revisiones anteriores de literatura experimental eran demasiado poco sistemáticas y pequeñas (cubrían muy pocos trabajos (casos)) para permitir extraer conclusiones definitivas.

El promedio no ponderado de la diferencia de género medida en todos los estudios que utilizan la estadística d (d de Cohen)5 mostró una pequeña d positiva, es decir, una pequeña superioridad en la capacidad verbal femenina. Si los resultados se ponderaban por el tamaño de la muestra, de modo que los estudios más grandes tengan más peso, el resultado arrojaba una pequeña superioridad masculina. Esta diferencia se explica por el estudio más grande: un tamaño de muestra de 977.361. Si se excluye este gran estudio, se reduce la población de la muestra a 441.538, y el efecto medido es d = 0,11, una superioridad femenina en la capacidad verbal igual a una décima parte de las variaciones dentro del sexo.

Seguidamente desglosaron los estudios en varias categorías para ver si esto influyó en las diferencias de género medidas. La primera categoría utilizada fue la selección de la muestra: por ejemplo, el uso de toda la población, el uso de estudiantes universitarios, el uso de estudiantes en universidades de élite… Encontraron que los estudios no selectivos generalmente no mostraron un efecto estadístico significativo, mientras que los estudios más selectivos sí mostraron este efecto. Al observar el año de publicación, encontraron que los estudios más antiguos tendían a mostrar más diferencias de género que los más recientes. El sexo del autor que lidera la investigación de un estudio también tenía influencia en la diferencia de género presentada, con las autoras mujeres mostrando una tendencia a presentar mayores diferencias. En general, concluyen que:

Estamos preparados para afirmar que no hay diferencias de género en la capacidad verbal, al menos en este momento, en esta cultura, en las formas estándar en que se ha medido la capacidad verbal. … Una diferencia de género de una décima parte de una desviación estándar apenas merece una atención contínua en la teoría, la investigación o en los libros de texto”

Argumentan así que una diferencia tan pequeña no tiene implicaciones educativas o psicológicas significativas. La ausencia de una superioridad femenina significativa en la capacidad verbal socava las teorías de un cerebro femenino (especializado) para tareas verbales. En general, concluyen que las diferencias de género en las capacidades cognitivas son inexistentes y que se deben buscar otras explicaciones para las verdaderas diferencias de ingresos entre géneros.

En el documento de la investigación, el término género se usa solo en el contexto de «diferencia de género». Los géneros no se utilizan como variables explicativas, y la categorización de las muestras se realizan en hombre y mujer (male and female) en lugar de en los términos de la teoría de género masculino y femenimo (masculine and femenine).

2.4 Diferencias de género por personalidad y entre culturas

Costa Jr et al. [2001] (2.054 citas) se preocupan por investigar si las diferencias de género son consistentes en todas las culturas. Señalan que existen diferencias consistentes y mensurables en términos de rasgos de personalidad promedio entre muestras de hombres y mujeres y que se han dado dos tipos de explicación generales para estas.

Dos clases de teorías (doctrinas), la biológica y la psicológico-social, han tratado de explicar estas diferencias de género en los rasgos de personalidad. Las teorías biológicas consideran que las diferencias relacionadas con el sexo se derivan de diferencias temperamentales innatas entre los sexos, desarrolladas por la selección natural.

Los teóricos de la psicología social argumentan a favor de causas más próximas y directas de las diferencias de género. El modelo de rol social [Eagly, 1987] explica que la mayoría de las diferencias de género resultan de la adopción de roles de género, que definen una conducta apropiada para hombres y mujeres. Los roles de género son expectativas compartidas sobre el comportamiento social y los atributos de los hombres y las mujeres, y se internalizan de forma temprana en el desarrollo. Existe una gran controversia sobre si los roles de género son creaciones puramente culturales o si reflejan diferencias preexistentes y naturales entre los sexos en habilidades y predisposiciones [Eagly y Wood, 1999], [Geary, 1999]

Los autores razonan que uno podría, en principio, utilizar datos sobre diferencias de género interculturales para distinguir entre las dos hipótesis. Las explicaciones biológicas predecirían que los rasgos de personalidad de género serían consistentes en todas las culturas. El hallazgo de que las diferencias de personalidad según el género no muestren consistencia entre culturas socavaría la plausibilidad de una causa biológica de estas diferencias.

El estudio incluyó la medición de 30 rasgos de personalidad para muestras de hombres y mujeres de 26 países diferentes, con más de 11.000 participantes. Las dimensiones originales eran rasgos secundarios (substratos) del Neuroticismo, la Extraversión, la Apertura a la Experiencia, la Amabilidad y la Escrupulosidad. La reducción de dimensionalidad se realizó desde los 30 rasgos de la encuesta inicial hasta un subespacio de cuatro dimensiones, cada una de las cuales, al se promediada en todas las culturas, polarizó la muestra entre hombres y mujeres.

Esto generó el sorprendente hallazgo de que había una variación muy grande en las diferencias de género entre culturas. Entre los africanos negros casi no hubo diferencia medible en la personalidad media entre hombres y mujeres en términos de estos rasgos. Para las poblaciones europeas y americanas hubo fuertes diferencias entre las personalidades masculinas y femeninas. Para las poblaciones del sur y el este de Asia, las diferencias, aunque detectables, fueron marcadamente menores que las encontradas en Occidente. En conjunto, los autores informan que sus resultados son incompatibles con las diferencias de género en la personalidad debido a una causa principalmente biológica.

Si examinamos las variables utilizadas en Costa et al, vemos que el sexo y el país son las variables independientes, y los rasgos de personalidad los dependientes. Los autores se refieren consistentemente a los “dos sexos», no a los dos géneros. Del género solo se habla en términos de diferencias de género en la personalidad, que se define operativamente como el promedio de las mujeres para un rasgo menos el promedio de los hombres para el mismo rasgo. En la práctica esto tiene mucho sentido. Es casi imposible tratar el género como una variable independiente. Para hacerlo, uno tendría que decidir qué conjunto particular de puntuaciones en los rasgos de personalidad marcaría a uno de los sujetos experimentales como hombres, y que otro conjunto de puntuaciones los marcaría como mujeres -probablemente utilizando las máquinas de vectores de soporte o alguna otra técnica de análisis discriminante lineal. Pero eso los habría situado en una posición en la que no hubieran podido medir las diferencias interculturales en estos rasgos. Los mismos atributos que pueden ser específicos de la cultura occidental se usarían para tratar de discriminar a los hombres de las mujeres en África.

Costa et al no solo proporcionan fuerte evidencia de la producción cultural de las diferencias de género, sino que también demuestran la inutilidad de suponer que el género en sí mismo pueda ser utilizado como un factor explicativo independientemente existente. Una vez más, los investigadores tienen que recurrir al sexo biológico como variable independiente, incluso cuando demuestran que las diferencias de género no pueden tener una causa biológica simple.

Los investigadores no utilizan el género como sustantivo, sino consistentemente como adjetivo: diferencia de género, rol de género.

Feingold [1994] (1.954 citas) también trata sobre las diferencias de género en la personalidad. Feingold profundiza más en las explicaciones teóricas de las diferencias de género en la personalidad que Costa et al. y las teorías distintivas, biológicas, socioculturales y bio-sociales. Entre las teorías socioculturales discutidas está la posibilidad de que las diferencias de género aparentes puedan ser artefactos en las técnicas de medición. La medición generalmente se realiza mediante autoreportes utilizando cuestionarios estandarizados.

El modelo de artefactos postula que los factores socioculturales (p. Ej., Los estereotipos de género) dan como resultado que hombres y mujeres tienen diferentes valores sobre la importancia de poseer diferentes rasgos y que estas diferencias sesgan de manera diferencial los autoreportes de personalidad, generando diferencias entre sexos en las puntuaciones de los inventarios de rasgos de personalidad que no reflejan las diferencias de sexo correspondientes en los constructos de personalidad que los tests pretenden medir”.

Se podría argumentar que el modelo de artefactos de Feingold desde el momento en que atribuye diferencias de medida al sesgo en los autoreportes, puede encajar con la noción de Butler de que género es performativo.

Feingold también comenta las teorías biosociales según las cuales las diferencias actuales de género son reliquias históricas de una economía preindustrial en la que las diferencias biológicas entre los sexos tuvieron más impacto:

“La hipótesis de que las diferencias de género tienen causas tanto proximales como distales es plausible porque los roles sociales, basados principalmente en la distribución del trabajo, pueden haber evolucionado en tiempos preindustriales como consecuencia de diferencias físicas entre los sexos que eran mucho más importantes que en la actual era tecnológica.”

Alternativamente, otra teoría bio-social podría ser la de que existe una interacción entre los factores biológicos directos y los factores sociales en la configuración de la personalidad.

El método es una réplica, utilizando técnicas de metaanálisis más sofisticadas de Maccoby y Jacklin, [1974], Hall, [1984] junto con un metanálisis de las diferencias de género interculturales en rasgos de personalidad reportadas utilizando las mismas características que en Costa Jr et al., [2001]. El rango de culturas estudiadas fue más reducido que en el último paper, con menos estudios en Asia y sin encuestas en África. A diferencia de Costa et al. no se extraen conclusiones sobre si los resultados respaldan los orígenes biológicos o sociales de las diferencias mostradas. La palabra género solo se usa como adjetivo en conjunción con “diferencias”. Sexo y género se usan como sinónimos.

2.5 Diferencias de género en la depresión

Piccinelli y Wilkinson [2000] (1.561 citas) y Nolen-Hoeksema [2001] (1.201 citas) abordan el tema de la mayor prevalencia de la depresión en las mujeres. Las conclusiones y el material cubierto son similares en ambos casos. La explicación dada es integradora, en ella se dice que hay una mayor prevalencia de factores estresantes en mujeres, como el abuso sexual infantil y las responsabilidades maternas, junto con la desregulación del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (Eje HHA), que según el paper puede ser fisiológicamente más común en las mujeres. En Nolen-Hoeksema, el género es solo usado como adjetivo -por ejemplo, como «diferencia de género» en este paper. Nunca aparece como un sustantivo. Se utiliza el término género consistentemente cuando se refiere a las diferencias entre mujeres y hombres, no usa el término diferencias de sexo, aunque cita varios artículos con el término «diferencia de sexo” en sus títulos. Si se usa la diferencia de género para referirse a los efectos culturales y las diferencias de sexo a las biológicas, entonces el paper, en contradicción con el título, está explicando las diferencias en las tasas de depresión como resultado del género y también del sexo. Pero no hay una distinción teórica explícita entre género y sexo. En contraste, si bien las explicaciones generales sobre las diferencias de género en la depresión de Piccinelli y Wilkinson son las mismas, estas últimas usan el término género como sustantivo el 12% de las veces. Hablan de «géneros» y, una vez, usan el término «identidad de género». Por lo tanto, existe una ligera superposición con el lenguaje que también utiliza Butler. Sin embargo, ellos son claros acerca del sexo como algo distinto a la identidad de genero.

“El sexo biológico es una variable sociodemográfica inmutable no influenciada por la enfermedad y por lo tanto, es un punto de partida útil en la investigación de los factores de riesgo para la depresión.

El enfoque basado en el sexo biológico rara vez se combina con el estudio de los procesos de desarrollo que subyacen a la adquisición de la identidad de género. “

2.6 Diferencias de género en los salarios

Blau y Kahn [2000] (1373 citas) hacen una revisión de explicaciones sobre las diferencias de género en los salarios en los EE.UU. en comparación con otros países. Tienen que explicar por qué hay diferencias de género en la remuneración y por qué estas diferencias disminuyeron durante el período estudiado: desde finales de los setenta hasta finales de los noventa. También examinan la reducción de la brecha salarial de género en otros países y el grado en el que disminuye en otros lugares. En general concluyen:

“en comparación con las mujeres en otros países, las mujeres estadounidenses están mejor cualificadas en relación con los hombres y/o encuentran menos discriminación. La clasificación mediocre en el ratio de género en los Estados Unidos a pesar de estos factores específicos del género favorables es una consecuencia del mayor nivel de desigualdad salarial en los Estados Unidos, que impone una penalización mucho mayor por estar por debajo del promedio en la distribución salarial.”

La justificación para esto es que el salario promedio de las mujeres las sitúa en el percentil 37 del salario masculino en los EE.UU. En comparación con el percentil 32 para el grupo de otros países estudiados.

Examinan la teoría del capital humano, la sindicalización, el tiempo dedicado a los niños y la discriminación como factores explicativos. Tal y como explican, en la práctica es difícil separar completamente las ponderaciones que deben asignarse a estos posibles factores causales.

Más allá de lo adecuado de la explicación dada por Blau y Kahn, seguramente podremos estar de acuerdo en que el tema es de gran importancia para las condiciones de vida reales y para la posición social de las mujeres estadounidenses. Se refieren a estas diferencias como una brecha salarial de género. Esto encaja con el uso del género como algo relacionado con las diferencias culturales entre los sexos. No hay duda de que los salarios son una institución cultural. Pero en su argumentación nunca se refieren a los géneros. Se refieren a «segregación sexual del trabajo”, «discriminación sexual» y «ambos sexos». El género en sí no se usa como una variable explicativa. Los autores tampoco tratan el género como que significa clasificación social “masculina” y “femenina” (“masculine” and “feminine”). En la medida en que lo clasifican, lo hacen en base al sexo. El género solo es usado como adjetivo cuando se califica una diferencia entre los sexos en algún atributo mensurable – el salario en este caso.

2.7 Diferencias de género en la actividad

Trost et al. [2002] (1.324 citas) informaron sobre un estudio que usó acelerómetros usados por niños para medir sus niveles de actividad. Se produjo un sólido hallazgo: los niños se implicaron significativamente en más Actividades Personales Vigorosas (VPA) que las niñas en todos los grupos de edad escolar estudiados. No se han tomado en el estudio medidas operativas para distinguir el sexo del género, y no se hace mención alguna en la discusión a que la socialización vs. el sexo biológico sea un problema en absoluto. Con respecto al procedimiento y al contenido, el artículo también podría haberse titulado: Las diferencias de edad y sexo en la actividad física en los niños medida de forma objetiva.

2.8 Diferencias de género en la sexualidad

Este tema se solapa considerablemente con el del libro de Butler. El paper de Oliver y Hyde [1993] (1.187 citas), de referencia en esta materia, contrasta notablemente con el libro casi contemporáneo de Butler. El libro de Butler salió en 1990 y el metaanálisis de Oliver y Hyde tres años después. La importancia de esto radica en que la gran mayoría de los 177 papers publicados que la pareja usó, estaban disponibles en el momento en el que Butler escribió su propio libro.

Oliver y Hyde comienzan presentando lo que consideran las cinco principales teorías de la sexualidad en disputa en la literatura científica:

  1. Teorías psicoanalíticas.
  2. Teorías derivadas de la sociobiología.
  3. Teoría del Aprendizaje Social.
  4. Teoría del Rol Social.
  5. Teoría de los guiones.

Esta es una gama mucho más amplia de teorías de las que Butler examina. Incluso teniendo en cuenta las diferencias en la terminología, Butler solamente analiza la (1) y (2). Oliver y Hyde tienen cuidado al examinar cada una de estas teorías en que las predicciones sean contrastables y relevantes. Esto contrasta notablemente con Butler, quien nunca parece preocuparse por si las teorías que analiza son verdaderas, verificables o incluso significativas. Los autores afirman que su estudio no está diseñado para distinguir entre las cinco teorías. Esto es, en parte, porque las predicciones empíricas que todas estas teorías hacen, son bastante similares. Todas las teorías

están de acuerdo en predecir que las mujeres tendrán un número menor de parejas sexuales que los hombres y que las mujeres tendrán actitudes más negativas hacia el sexo casual, prematrimonial”

Los autores examinaron papers que informan sobre 239 muestras con 128.363 encuestados en total. Los datos de los estudios fueron transformados en un esquema de codificación uniforme que abarca 21 temas diferentes que van desde las actitudes hacia el sexo prematrimonial, la homosexualidad y la doble moral hasta las frecuencias de rango de las actividades sexuales reales. Al igual que con muchos de los otros trabajos científicos que examinamos, Oliver y Hyde utilizan la estadística d (d de Cohen) en su codificación, con, en su caso, un valor positivo que indica una mayor frecuencia de la actividad sexual o de la actitud hacia el sexo entre los hombres.

La suma de todos los estudios indicó:

  • Diferencias de género insignificantes en las actitudes hacia la homosexualidad.
  • Estadística d positiva para la incidencia de actividad homosexual, lo que significa que fue más frecuente en los hombres.
  • Actitudes más permisivas al sexo prematrimonial y extramarital por parte de los hombres. Los hombres afirmaban tener relaciones sexuales heterosexuales con más frecuencia que las mujeres. Aunque Oliver y Hyde no lo dicen, esto puede reflejar jactancia masculina o reticencia femenina.
  • Los hombres afirmaron haber perdido su virginidad antes. Esto es posible si una parte de los adolescentes varones tienen su primera relación sexual con mujeres algo mayores.
  • Las mujeres tienden a respaldar la doble moral más que los hombres. Eran significativamente más indulgentes en sus actitudes hacia la infidelidad masculina que los hombres en sus propias actitudes hacia ella.
  • La diferencia más grande se dió en la frecuencia de la masturbación, con una desviación estándar mayor en los hombres.

Hubo un número suficiente de estudios con un periodo de tiempo suficientemente prologando como para permitir extraer conclusiones sobre los cambios en las diferencias de género a lo largo del tiempo. En términos de actitudes, las diferencias disminuyeron con el tiempo. En términos de números de parejas sexuales y frecuencia de sexo, los valores d también cayeron. Esto debería reflejar una mayor precisión en el autoreporte con el paso del tiempo, ya que el promedio real de parejas y de frecuencia de las mismas deben ser iguales para ambos géneros. La diferencia de género en la masturbación se mantuvo alta, pero mostró cierta disminución con el tiempo. Las diferencias de género en las actitudes y los informes de incidencias de actividades sexuales fueron más marcadas en los encuestados mayores que en los más jóvenes.

Muchas de las diferencias de género en la sexualidad eran bastante pequeñas, pero aquellas que tenían que ver con las actitudes permisivas y con la frecuencia de la masturbación se mostraron mayores. Mayores, obviamente, en comparación con las diferencias de género en otros rasgos obtenidas por metaanálisis. Mucho más grandes que las diferencias en la capacidad verbal o la matemática. Si bien la diferencia en la permisividad se alinea con todas las teorías revisadas, ninguna de ellas predijo la gran diferencia de género en la masturbación.

Como con la mayoría de los trabajos de investigaciones revisadas aquí, el género se usa exclusivamente como un adjetivo, no como un sustantivo. Funcionalmente, los autores definen la diferencia de género como un valor d definido sobre el sexo biológico como la variable independiente.

2.9 Diferencias de género en el uso de la tecnología

Venkatesh et al. [2000] (958 citas) reconocen explícitamente que puede haber una distinción conceptual entre género y sexo:

Es importante reconocer que hay al menos dos definiciones de género comúnmente entendidas en psicología: la primera es consistente con el sexo biológico, mientras que la segunda considera que el género es más una construcción psicológica.“

pero prosiguen diciendo que, en este estudio, están trabajando sobre la base de que el género se define como el sexo biológico.

La hipótesis que están poniendo a prueba, es que Los hombres estarán más motivados por la actitud que las mujeres cuando adopten nuevas tecnologías. Relacionan la posible importancia de esta actitud con lo que denominan “rasgos masculinos (por ejemplo, asertivos), como lo identifican diferentes inventarios, incluido el Inventario de Roles de Sexo de Bem [Bem, 1981] Por lo tanto, la hipótesis podría estar impulsada por la evidencia de lo que a menudo se llamaría rasgos de género. Los participantes fuero divididos en hombres y mujeres, pero se hizo un intenta de eliminar las variables confusas que se correlacionan con el género: ingresos, educación y posición en la jerarquía organizativa. Es más probable que los hombres tengan más dinero, más educación y una posición organizativa más alta. El objetivo era probar los efectos del género de forma aislada controlando claramente estas variables. Descubrieron que aún después de controlar explícitamente estas variables, la importancia del género como factor predictivo en la adopción de tecnología aún era fuerte.

Los autores, aún siendo conscientes de la ambigüedad en el término género, lo consideraron como sexo biológico, pero compensaron lo que podría llamarse posición social de género y su modelo causal incluyendo y compensando lo que a veces se describe como rasgos de personalidad de género. Aunque describen lo que denominan género como un factor causal fuerte, se puede argumentar que lo que están midiendo aquí es el sexo biológico, tanto porque dicen que eso es lo que consideran al género y también porque intentan controlar los rasgos típicos de género o la posición social diferenciada por sexo.

Los autores usan el género tanto en forma sustantiva como adjetiva.

2.10 Discusión

Discutiendo el uso de los términos sexo y género en la reciente ciencia social, Delphy escribió:

Lo que nunca preguntan es por qué el sexo debería dar lugar a algún tipo de clasificación social. Incluso la pregunta neutral “tenemos aquí dos variables, dos distribuciones, que coinciden totalmente. ¿Cómo podemos explicar esta covarianza?” No se tiene en cuenta.

La respuesta es siempre: el sexo es lo primero, cronológicamente y, por lo tanto, lógicamente, aunque nunca se explica por qué esto debe ser así. [Delphy, 1993]«

El examen de los procedimientos de investigación reales utilizados en los estudios de diferencias de género proporciona la respuesta a por qué el sexo es una categoría lógicamente anterior.

En todos estos estudios, para descubrir las diferencias de género, los sujetos sometidos a investigación primero tienen que ser categorizados por sexo para descubrir las diferencias de género en el salario, la personalidad, etc. Sociólogos, economistas y psicólogos no hubieran podido investigar estas diferencias de otra manera. No tienen ninguna forma objetiva previa de categorizar a las poblaciones investigadas por género.

Supongamos que los investigadores tuvieran alguna prueba objetiva del género que pudieran aplicar a las personas que se inscriben en un experimento o en una encuesta. ¿Cómo se realizaría esta prueba?

No sería bueno preguntar a los sujetos si su género es masculino o femenino. No tenemos garantía de que los sujetos no lo interpretarían de la misma manera que si les preguntáramos si su sexo es masculino o femenino. Pryzgoda y Chrisler [2000] experimentaron con ese tipo de cuestiones utilizando estudiantes universitarios de EE. UU. y otros estadounidenses con educación superior, personas expuestas a la moderna teoría del género. Si bien las definiciones dadas por los estudiantes para sexo y género se correlacionaron razonablemente bien con el uso académico actual de los términos, hubo suficientes inconsistencias en su uso del lenguaje para indicar que, incluso con este grupo con un alto nivel de formación, muchos interpretaban que una pregunta sobre su género era lo mismo que una pregunta sobre su sexo.

Dado que una simple pregunta no diferenciaría entre sexo y género, la única alternativa sería usar rasgos de personalidad, niveles salariales, etc., que ya sabemos que están diferenciados por género para clasificar a los sujetos por género. Además de ser poco fiable, dado el solapamiento de los rasgos de personalidad, el salario, etc., esto no evitaría la prioridad lógica del sexo. Los criterios estadísticos que tendrían que usarse para categorizar por género, se han establecido en estudios anteriores sobre la diferencia de género que utilizaban el sexo como variable independiente.

De la lógica de la investigación se deduce que el sexo debe ser prioritario. Ni siquiera se pueden estudiar sistemáticamente las diferencias de género sin la capacidad previa de clasificar a las personas por sexo. La categorización por género no es operativa en un sentido experimental, en consecuencia, los estudios empíricos dependen de la categorización por sexo. Todavía vale la pena distinguir las diferencias en los rasgos entre las poblaciones de hombres y mujeres que están determinadas socialmente en lugar de biológicamente. En algunos casos, es sencillo: nadie duda de que las diferencias en la incidencia de la vestimenta de mujeres y hombres son sociales y no biológicas, o que las diferencias de altura son biológicas. Puede ser conveniente etiquetar el primer caso como una diferencia de género y el segundo como una diferencia de sexo. En otros casos, no está tan claro, por ejemplo, en diferentes tasas de depresión. Aquí, solo una investigación extensa puede desentrañar la importancia relativa de las circunstancias sociales y de las biológícas. Hasta que la investigación haya alcanzado un resultado definitivo, diferenciar a las diferentes tasas de depresión por género, y no por sexo, es más una cuestión de moda y precaución que de rigor.

3. Butler. ¿El sexo es un constructo social?

En la sección 2 hemos examinado una selección de la literatura de investigación sobre las diferencias de género más citada para ver cómo los científicos sociales y los psicólogos empíricos utilizan el concepto de género. Pero el debate contemporáneo sobre la legislación de género probablemente esté más influenciado por la filosofía que por estos estudios empíricos de diferencias mensurables entre hombres y mujeres. En esta sección repasaremos las ideas de una influyente filosofa que ha escrito sobre el género: Judith Butler. Una de las hipótesis novedosas y ambiciosas expuestas por Butler es que no solo el género, sino el sexo en sí mismo es una construcción social.

“¿Ser mujer es un «hecho natural» o una actuación cultural? ¿Esa «naturalidad» se determina mediante actos performativos discursivamente restringidos que producen el cuerpo a través de las categorías de sexo y dentro de ellas? [Butler, 1990, página 37]

Ella plantea esto como una pregunta con una respuesta implícita: ser mujer no es un hecho natural. Pero no está claro qué podría significar negar que la feminidad es un hecho natural. ¿No hay animales machos y hembras?

El dimorfismo sexual en cuerpos masculinos y femeninos es un rasgo que los mamíferos conservan. Entonces, en un sentido temporal, es obviamente anterior a la sociedad humana. Los animales hembras existían antes de que hubiera humanos. Si Butler simplemente está diciendo que ser mujer adquiere una representación social variable en la historia humana, no habría controversia. Lo mismo podría decirse de la infancia.

Todos los primates tienen una infancia en la que crecen, juegan y aprenden. En nuestra especie, esta es inusualmente larga en términos puramente físicos (hasta que dejamos de crecer). Pero la categoría social de la infancia tiene una duración variable basada en el tipo de economía. La economía industrial moderna es única por tener a los niños como miembros no productivos de la sociedad y por extender la duración de la infancia como categoría social o legal hasta el límite del período de crecimiento físico. Claramente, la definición social de infancia incide en la definición social de hombre y de mujer, los cambios en la definición de la misma hace que varíe el número de mujeres y hombres legalmente constituidos, afecta a la edad del matrimonio, etc. Pero, a pesar de estas variaciones sociales, no podemos decidir que la niñez sea solo una construcción social. Ningún cambio en las leyes sobre el trabajo infantil o en las leyes contra la pedofilia sería suficiente para hacer que los niños sean iguales a los adultos en cuanto a fuerza o capacidad.

Sin embargo, si seguimos leyendo, encontramos que Butler realmente duda de que el sexo sea, en un sentido tanto temporal como ontológico, pre-social. Ella pregunta:

“¿Y al fin y al cabo qué es el «sexo»? ¿Es natural, anatómico, cromosómico u hormonal, y cómo puede una crítica feminista apreciar los discursos científicos que intentan establecer tales «hechos»? ¿Tiene el sexo una historia?» ¿Tiene cada sexo una historia distinta, o varias historias? ¿Existe una historia de cómo se determinó la dualidad del sexo, una genealogía que presente las opciones binarias como una construcción variable? ¿Acaso los hechos aparentemente naturales del sexo tienen lugar discursivarmente mediante diferentes discursos científicos supeditados a otros intereses políticos y sociales?” [Butler, 1990, página 55]

Todo esto se aproxima a una teoría de la conspiración: la sugerencia de que los sexos no existen en la naturaleza, y que las observaciones en la literatura biológica, o para el caso por granjeros, de que otros animales se reproducen sexualmente son solo una conspiración de intereses políticos y sociales.

La técnica retórica de hacer un conjunto de preguntas audaces sin presentar ninguna evidencia o argumento para demostrar que las preguntas son razonables es ciertamente familiar.

Encontramos la misma técnica entre las conspiraciones más extravagantes propagadas en la web, en cosas como: ¿Es la Reina realmente una alienígena que cambia de forma? ¿La Familia Real bebe regularmente la sangre de niños pequeños sacrificados por sacerdotes judíos? ¿Fue todo esto anunciado en pergaminos secretos enterrados debajo de la Gran Pirámide?.

El propósito retórico de esta técnica es sugerir algo absurdo para el lector sin que se tenga que identificar al autor con lo escrito. Es el tipo de cosas que promueven los sitios web más marginales.

Butler luego sugiere que el sexo es solo una construcción social:

“Si se refuta el carácter invariable del sexo, quizás esta construcción denominada «sexo» esté tan culturalmente construida como el género; de hecho, quizá siempre fue género”[Butler, 1990, página 55]

Científicamente hablando, sabemos que el sexo no se construye culturalmente. Más allá de la reproducción, sabemos que la enfermedad se presenta de manera diferente en mujeres y hombres. Esto habla de algo más que de construcción cultural. La tesis de que el sexo es solo una construcción social se expresa ahora como condicional, con la implicación de que la condición es verdadera, sin ningún intento de evaluar la probabilidad o la verosimilitud de la reclamación. La forma lógica de su argumento no es mejor que la de argumentar que: ya que la teoría de Darwin es impugnada, tal vez toda la teoría de la evolución sea un proyecto masónico, de hecho, tal vez deberíamos simplemente aceptar el libro de Génesis como literalmente cierto.

Habiendo sembrado dudas sobre la existencia del sexo como una categoría natural, Butler continúa:

“En ese caso no tendría sentido definir el género como la interpretación cultural del sexo, si éste es ya de por sí una categoría dotada de género . No debe ser visto únicamente como la inscripción cultural del significado en un sexo predeterminado (concepto jurídico), sino que también debe indicar el aparato mismo de producción mediante el cual se determinan los sexos en sí. Como consecuencia, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género también es el medio discursivo/cultural a través del cual la «naturaleza sexuada» o «un sexo natural» se forma y establece como «prediscursivo», anterior a la cultura,” [Butler, 1990, página 55]

Butler pasa de una formulación condicional «si éste (el sexo) es ya de por sí una categoría dotada de género» a una conclusión sin reservas que afirma que el sexo es el resultado del género. Lo que quiere decir con esto no lo explica detalladamente.

La única manera de interpretar su texto que sea compatible con lo que sabemos a través de la ciencia sería la siguiente. Butler escribe que «(el género) también debe indicar el aparato mismo de producción mediante el cual se determinan los sexos en sí«. El «aparato mismo de producción» de los sexos es el conjunto de genes cuya activación diferencial produce dimorfismo sexual durante el crecimiento del individuo, junto con algún mecanismo de activación. Este mecanismo se puede desencadenar entre otras cosas por: la presencia o ausencia de cromosomas Y en mamíferos; por la temperatura en cocodrilos; ser homocigotos en el locus determinante del sexo en las abejas [Gempe et al., 2009]. En esta interpretación literal del texto, el género se convierte en los procesos biológicos que dan lugar a los hombres y las mujeres adultos. El género se convierte en la temperatura del nido más la genética de los suquios, los cromosomas Y mas la genética de los mamíferos. Género = genotipo, sexo = fenotipo. Pero por el contexto, podemos estar seguros de que Buter no quiere decir esto.

¿Fueron las diferencias culturales de género las que han llevado a los biólogos a afirmar que todos los mamíferos placentarios comparten un conjunto de características definitorias que incluyen la reproducción por fertilización interna, la gestación y la lactancia?

¿Fue la ideología de género la que llevó a los agricultores a creer que el ganado se reproduce sexualmente?

¿Las vacas, sin los toros, se reproducirían por partenogénesis como los áfidos?

Todas estas son preguntas absurdas, pero no hacen más que formular las propias preguntas que hace Butler de una forma más especifica. Butler está cerca de sugerir que todo el cuerpo de las ciencias biológicas en la medida en que se relacionan con la reproducción sexual es una invención. Todo esto es una afirmación increíble y las afirmaciones extraordinarias, si quieren ser plausibles, necesitan pruebas sólidas. Si la autora tiene observaciones o evidencias experimentales de la prevalencia de la reproducción asexual en los mamíferos, debería haberlas citado. En su defecto, su hipótesis debe ser tratada como una teoría de la conspiración particularmente extravagante.

En la medida en que ella genera algún apoyo para indicar que el sexo es una construcción social, no lo hace citando biólogos, sino imputándolo como la conclusión de las posiciones de otro filósofo:

“Beauvoir sostiene rotundamente que una «llega a ser» mujer, pero siempre bajo la obligación cultural de hacerlo. Y es evidente que esa obligación no la crea el «sexo», En su estudio no hay nada que asegure que la «persona» que se convierte en mujer sea obligatoriamente del sexo femenino. Si «el cuerpo es una situación», como afirma, no se puede eludir a un cuerpo que no haya sido desde siempre interpretado mediante significados culturales; por tanto, el sexo podría no cumplir los requisitos de una facticidad anatómica pre discursiva. De hecho se demostrará que el sexo, por definición, siempre ha sido género” [Butler, 1990, página 57]

o con anterioridad en [Butler 1986]:

si la distinción se aplica consistentemente, resulta poco claro si un sexo dado deviene necesariamente en un determinado género. La presunción de una relación causal o mimética entre el sexo y el género es indeterminada. Si ser mujer es una interpretación cultural de ser una hembra (female), entonces parece que el cuerpo de la hembra es arbitrariamente el locus del género “mujer”, y no hay ninguna razón que obstruya la posibilidad de que otro cuerpo llegue a ser el locus de otra construcción de género.“

Butler deduce directamente la supresión del sexo femenino de unas pocas líneas de Beauvoir acerca de no haber nacido mujer. Pero tomando la frase de Beauvoir por sí sola no permite lógicamente esta deducción.

En esta secuencia, ciertamente no se puede concluir que el grupo de las mujeres esté desvinculado del grupo de las mujeres adultas.

Butler admite que Beauvoir dice que las mujeres se convierten en mujeres bajo la coacción cultural. Pero Beauvoir está asumiendo, razonablemente, que son las niñas las que están bajo esta coacción social. El hecho de que Beauvoir no proporcione una garantía de esto es irrelevante. Beauvoir no estaba obligada a demostrar puntos obvios e incontrovertidos. Supongamos, contrafactualmente, que las costumbres sociales a finales del siglo XIX en Francia se hayan mantenido sin cambios en todos los aspectos, excepto en una cosa, que el género no estaba conectado con el sexo. Las posibilidades de que un niño sea socializado y clasificado legalmente como mujer serían las mismas que las de una niña. Dado que el matrimonio era el estado civil predominante entre los adultos franceses, y que los matrimonios todavía tenían que ser legalmente entre hombres y mujeres, la mitad de todos los matrimonios terminaría siendo entre el mismo sexo, incluso si legalmente estuvieran clasificados como matrimonios entre sexos opuestos. En consecuencia, la tasa de natalidad se habría reducido a casi la mitad, seguida, en un par de generaciones, por la extinción de la nación francesa a manos de un vecino del Este. Esto es tan obvio que Beauvoir apenas necesitaba señalarlo. Beauvoir estaba describiendo formas de coacción cultural que habían existido durante siglos.

“No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino.”[Beauvoir 1949]

Cualquier institución cultural de larga duración, y mucho menos “el conjunto de la civilización«, tiene que ser compatible con la supervivencia y la reproducción de esa cultura.

Pero incluso si tomamos la lógica de Butler de forma explícita:

Si ser mujer es una interpretación cultural de ser una hembra (female), entonces parece que el cuerpo de la hembra es arbitrariamente el locus del género “mujer”,”

En lógica formal podemos escribir «Si ser mujer es una interpretación cultural de ser una hembra» como

(x∈F)&A→x∈W

Puesto en palabras: Si Judith es una mujer y algún otro dato A (la interpretación cultural), es verdadera, entonces Judith es una mujer. Podemos formalizar la segunda proposición de que la interpretación no es necesaria de ninguna manera para ser mujer de la siguiente manera:

∃y: (y∈F)&(y /∈W)

En palabras, hay al menos una persona femenina, llamémosla Sheila, que no es una mujer.

Estas condiciones serían verdaderas si Sheila tuviera 2 años. Ciertamente no se puede concluir que “el cuerpo de la hembra es arbitrariamente el locus del género “mujer”,

∃z: (z∈W)&(z /∈F)

O en palabras, Butler quiere decir: «Existe una persona, llamémosla Zebedee, que es una mujer pero que no es de sexo femenino».

Sigue siendo un argumento invalido. Un argumento formalmente equivalente sería decir que: «Si ser una ballena es uno de los resultados evolutivos de ser un mamífero, y si ser una ballena no es necesario de ninguna manera para ser un mamífero, entonces parece que ser un mamífero es completamente arbitrario a ser una ballena, por lo que los tiburones también pueden ser ballenas.”

Todo lo que se puede concluir lógicamente de las premisas que ella expone es la trivialidad de que las mujeres son un subconjunto del sexo femenino. Esto se puede tomar tanto en términos de ontogénesis como de génesis histórica. Las mujeres son un subconjunto del sexo femenino ya que las niñas no son mujeres, y las mujeres en su rol cultural actual son históricamente un subconjunto de todas las mujeres que han existido desde que las mujeres en otras sociedades tenían diferentes roles sociales y culturales.

Notese la referencia que Butler hace a la imposibilidad de que el sexo exista «pre-discursivamente». Esto es parte de una tendencia que ella tiene para atribuir considerables poderes causales al lenguaje, y que implica algo de desprecio por nuestros otros sentidos, particularmente la vista. Después de todo, es sobretodo mediante la observación de otras personas que decimos de qué sexo son. Es solo en contextos donde la vista no se aplica, por ej. Rellenando formularios oficiales, cuando es necesario usar el lenguaje y preguntar a alguien por su sexo.

La afirmación, por parte de Butler, de que el sexo no puede ser conocido o, incluso que no existe, prediscursivamente se puede comprobar. Un elegante estudio [Lederberg et al., 1986] demuestra de manera concluyente que Butler está equivocada. Si la hipótesis de Butler fuera cierta, los niños sordos no podrían distinguir a los niños de las niñas. Los investigadores monitorearon a niños sordos y con capacidad auditiva, de 3 a 5 años, en cuanto a sus preferencias por el mismo sexo o el opuesto como compañeros de juego. Los niños fueron observados en grupos de juego y se registró el tiempo dedicado a jugar con niños del mismo sexo y del sexo opuesto. Tanto los niños con capacidad auditiva como los sordos mostraron una clara preferencia por los compañeros de juego del mismo sexo.

Se puede objetar que algunos de los niños sordos pueden tener alguna habilidad para el lenguaje de señas y esto puede haber sido un medio a través del cual se comunicó a los niños información sobre sexo o categorías de género, en cuyo caso la teoría de Butler que dice que la percepción del sexo depende del lenguaje, podría tener cierta credibilidad, pero no fue así. Primero, muy pocos de los niños sordos o sus padres tenían alguna capacidad para el lenguaje de signos, y cuando se realizó esta prueba, se descubrió que la capacidad en lenguaje de señas de los niños sordos y sus padres no tenía una influencia detectable en su preferencia por compañeros de juego del mismo sexo.

Por lo tanto, la capacidad de percibir las diferencias de sexo e identificar su propio sexo debe ser prediscursiva y mediada por pistas visuales en lugar de por el lenguaje.

Hay cierta falta de cautela en las afirmaciones de Butler. De hecho, es muy arriesgado hacer afirmaciones sobre el mundo, cuyo único respaldo sean sus propias deducciones sobre el trabajo de otro filósofo. Es algo más seguro seguir las implicaciones de sus hipótesis para ver si los datos empíricos las apoyan o las contradicen.

Otros ejemplos de plantear sin cautela hipótesis especulativas como hechos probados:

Sería erróneo pensar que primero debe analizarse la «identidad» y después la identidad de género por la sencilla razón de que las «personas» sólo se vuelven inteligibles cuando poseen un género que se ajusta a normas reconocibles de inteligibilidad de género” [Butler, 1990]

No está claro cómo se podría formular el reclamo de una manera que fuera empíricamente verificable. Quizás se podría ejecutar una variante del estudio de Lederberg et al, en el que se controle la ropa y el peinado como un posible «estándar reconocible de inteligibilidad de género». Si Butler tiene razón, entonces tener a niños jugando desnudos con el pelo corto cegaría a los niños al sexo de sus compañeros de juego.A menos que se haya realizado tal experimento, o uno controlado de forma similar, no podemos saber si la afirmación de Butler es verdadera o falsa, pero es imprudente afirmarlo como un hecho.

“El cuerpo en tanto hecho natural nunca existe realmente en la experiencia humana, sino que sólo tiene significado como un estado que ha sido sobrepasado.” [Butler, 1986]

¡Dígaselo a los hambrientos! ¿Esta mujer nunca se ha roto un hueso?

Butler hace repetidas referencias a la premisa de que el género o el sexo solo son reconocibles como un efecto del lenguaje, o de la práctica discursiva, como ella lo llama. En la página 24 encontramos:

Si la «identidad» es un efecto de las prácticas discursivas, ¿hasta qué punto la identidad de género, vista como una relación entre sexo, género, práctica sexual y deseo, es el efecto de una práctica reguladora que puede definirse como heterosexualidad obligatoría?” [Butler, 1990, página 73]

Aquí vemos la típica técnica de realizar una pregunta para sugerir una conclusión para la cual no se aduce ninguna evidencia de respaldo con todo envuelto en ambigüedad y cualificación. ¿Cuál es el propósito de las comillas?

Parece que están allí para permitir una ambigüedad cuidadosamente buscada. Pero vamos a rastrear los significados ambiguos y ver si tienen sentido.

Premisa: La identidad es un efecto del lenguaje.
(a) Identidad, como en el nombre de una persona. Pues sí, el lenguaje es necesario para nombrar a alguien.
(b) Identidad, como en la identidad de género. No, Lederberg (et al) muestran que no depende del lenguaje. Los niños pequeños podían hacer coincidir sus propios géneros con los de sus compañeros de juego a pesar de que no tenían acceso al lenguaje.

Respuestas a la totalidad de la pregunta:

Tomando el significado (a) la premisa es verdadera, no se puede dar una respuesta sensata ya que no hay conexión entre la proposición verdadera y la consecuencia supuestamente extraída de ella.

Tomando el significado (b), debido a que la premisa es falsa, no podemos sacar ninguna conclusión, aunque el hecho de que los niños muy pequeños sin lenguaje pueden identificar su propio género lo podemos reformular como: Dado que la identificación de género, incluye la autoidentificación, puede ocurrir desde una edad muy temprana y sin el uso del lenguaje, ¿es la identificación de género efecto de las regulaciones sociales que la relacionan con la heterosexualidad?

Y la respuesta es que sería muy precipitado concluir que lo es.

Todo el libro está tan lleno de este tipo de ambigüedades, retórica y errores lógicos que sería tedioso para quien lo revise y para el lector enumerarlos todos. En nuestro próximo artículo del blog, veremos algunas implicaciones de la filosofía de Butler.

Referencias

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Notas

  1. Por ejemplo, en el sitio web de la Organización Mundial de la Salud, encontramos una definición de género como «las características socialmente construidas de mujeres y hombres, como normas, roles y relaciones de y entre grupos de mujeres y hombres». Los intentos en las páginas equivalentes en francés o en español devuelven los mensajes «Cette page n’est pas available for francais» y «Esta página no está disponible en castellano». Volveremos a este punto más adelante.
  2. Por ejemplo, estatutos de Canadá, Capítulo 13, Ley para enmendar la Ley Canadiense de Derechos Humanos y el Código Penal, Proyecto de Ley C-16, 19 de junio de 2017.
  3. Por ejemplo, el Título VII de la Ley de Derechos Civiles de los Estados Unidos de 1964.
  4. Ejemplos citados serían, por ejemplo, el riesgo para las mujeres en prisión si los delincuentes sexuales masculinos pudieran ser reasignados a tales prisiones después de asumir una personalidad femenina o la competencia desleal en los deportes femeninos.
  5. Usado exténsamente en estudios sobre las diferencias de género.

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