¿Géneros o estereotipos sexuales? – Parte 2

Butler pretende hacernos creer que no existe una categoría universal de mujer. Busca vaciar la palabra de cualquier sentido de grupo, convirtiéndola en una cuestión de performances (actitudes, actuaciones, representación de un papel) y auto-percepciones unificadas por los estereotipos impuestos por el género. En el corazón de toda su posición está la negación del cuerpo sexuado y toda su importancia. En un análisis materialista, el cuerpo sexuado es vital para la reproducción de la vida y, por tanto, de la sociedad. Como Engels escribió en 1890, ‘De acuerdo con la concepción materialista de la historia, la producción y reproducción de vida real constituye en última instancia el factor determinante de la historia. Ni Marx ni yo hemos mantenido nada diferente‘. [Engels, 1890] La reproducción de la vida real exige que reconozcamos el valor universal de las categorías hombre y mujer, y evaluar cómo los individuos dentro de estos grupos sociales son socializados para cumplir con los roles que una determinada sociedad demanda de ellos.

En lugar de las categorías universal de hombre y mujer basadas en la naturaleza material del cuerpo sexuado, Butler ignora por completo el sexo en favor de la identidad de género. Defiende que el género es una acción antes que un sistema que sirva para reforzar un orden social. Esta idea se inspira en la sugerencia de Nietzsche de que «no hay ningún «ser» detrás del hacer». [Butler, 1990] El género es un verbo, no un nombre, de acuerdo con este punto de vista.

En los escritos de Marx los fundamentos de la identidad y la conciencia son sociales y están limitados por el mundo material. En La Ideología Alemana escribió ‘La organización social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.1

En el caso del género, estos límites materiales a los que Marx se refiere son el cuerpo sexuado y las expectativas sociales basadas en el cuerpo sexuado. El hombre no puede producir materialmente en las mismas condiciones en las que lo hace una mujer, en este caso. Las presuposiciones son las expectativas sociales asignadas a las mujeres a raíz de su potencial reproductivo. Así que el acto, por parte de un hombre, de actuar según la femineidad socialmente construida no hace nada para cambiar la universalidad de la categoría de mujer, ni permite al hombre entrar dentro de esa categoría. Así que sí, se espera de la mujer que «actúe como una mujer», sea lo que sea que supone actuar como una mujer en una determinada sociedad. Sin embargo, sólo se espera eso de ella por su sexo biológico. Su performance de la femineidad no es lo que la hace mujer; la femineidad le es impuesta por ser mujer, y es sancionada si se niega a consentir.

Un contra-argumento es que la mujer no deja de ser mujer simplemente porque no pueda reproducirse. Este argumento implica que los seres humanos femeninos ya son excluidos del concepto de mujer si este se basa en la biología y la habilidad para reproducirse. Esta objeción ignora la socialización a la que todas las mujeres se ven sometidas tan pronto como se conoce su sexo. Como señala Elizabeth Hungerford, esta socialización comienza antes de que la niña tenga su propia conciencia y continúa a lo largo de toda su vida. [Hungerford, 2013 ] Que una chica, individualmente, tenga o no hijos, incluso que sea fértil, no es relevante en la socialización: será adoctrinada en la feminenidad con la expectativa de proveer trabajo reproductivo de forma gratuita. Del mismo modo, una mujer que ya ha pasado ampliamente la menopausia sigue ofreciendo su trabajo como esposa, como madre de hijos adultos, o como abuela. Lo que es más, se espera de las mujeres que nunca tienen hijos que trabajen en la esfera doméstica como esposas. La idea de Butler de performance parece quedarse un poco corta en relación al trabajo doméstico.

El alegato de Butler de que el género refuerza la heterosexualidad, que subyace en su obra El género en disputa, ignora estas razones para el sistema de normas de género. Intenta vincularlo con todo, desde los tabús del mestizaje a la sexualidad, ignorando al mismo tiempo sus propósitos. Las normas de género no son arbitrarias, pero tampoco se imponen en base a ninguna de las razones sugeridas por Butler. Dado que malinterpreta su propósito, sus llamamientos a la actitud como método de destruirlos están condenados a fracasar.

El sistema de normas de género fue creado y se ve reforzado porque ofrece un beneficio material real para la clase dominante. Este beneficio está inextricablemente ligado a la explotación del potencial reproductivo las hembras y la fuerza de trabajo vinculada con ese potencial reproductivo. No es una coincidencia que todos estos aspectos de la femineidad están ligados a la pasividad y a proveer para los demás, sin preocuparse por sí misma. Tampoco es una coincidencia que los rasgos de la masculinidad estén ligados a la actividad y a la imposición de la propia voluntad en los demás.

Para controlar el potencial reproductivo de la hembras, se hace necesario para la mujer ver su cuerpo como una propiedad de los hombres de la familia o de la sociedad, en su totalidad, antes que algo propio. Su potencial reproductivo es la razón de su existencia. Los hijos que geste serán la propiedad de los hombres. El cuerpo femenino «profanado» se convierte en una carga para los hombres. Así, controlar su reproducción y sexualidad es vital. Incluso hoy en día, esta es la razón por la que las leyes y reglas culturales relacionadas con las mujeres se centran en limitar el acceso al aborto y a los métodos anticonceptivos, desalentando la actividad sexual fuera del matrimonio y castigando a las mujeres que crían a sus hijos en solitario. Más allá de las leyes y dictados culturales, la forma más eficiente de controlar el potencial reproductivo femenino es convencerlas de que está en su naturaleza particular centrarse únicamente en crear hijos para los hombres, y luego en proveer confort tanto para los hombres como para los hijos.

Tanto si estos hijos son obreros como burgueses, benefician a la burguesía. Los hijos e hijas del proletariado se convertirán en nuevos trabajadores y soldados. Los hijos e hijas de la burguesía perpetuarán el sistema, heredando la propiedad y la posición. La ideología de género, con su atención puesta en la femineidad pasiva, es el método para convencer a las mujeres de seguir el orden social existente. A causa de este beneficio, el género no tiene sentido más allá de su aplicación al cuerpo sexuado. Los hombres actuando según los estereotipos de la femineidad no aligeran los problemas relacionados con la extracción de los recursos reproductivos de la mujer. Las mujeres biológicas seguirán siendo explotadas en base a la biología, y seguirán siendo adoctrinadas en el sistema de género para facilitar su extracción. Como con todos los aspectos de la superestructura, el propósito del género como componente ideológico de la sociedad de clases es hacer que aquellos que están en el lado perdedor sean más fáciles de manejar. La performance del hombre que adopta los estereotipos de la femineidad es una simple distracción.

Incluso si aceptáramos el argumento de Butler como válido, todavía seguiría estando pendiente el asunto del lenguaje. Su interés post-moderno en jugar con el lenguaje, como si los cambios en la terminología generaran cambios en el mundo real, sólo sirve para ofuscar su posición. Esto no quiere decir que las masas simplemente no sean lo suficientemente inteligentes para comprender el lenguaje académico, ni que estemos adoptando una posición anti-intelectual. Sin embargo, Butler se deleita retorciendo el lenguaje hasta tal punto que incluso los que tienen un alto nivel de formación académica se encuentran con dificultades para averiguar lo que pretende decir. Tomemos el siguiente pasaje de El género en disputa:

« Obviamente, siempre se puede afirmar que los adjetivos disonantes funcionan retroactivamente para redefinir las identidades sustantivas que aparentemente modifican y, por lo tanto, para ampliar las categorías sustantivas de género de modo que permitan posibilidades antes negadas. Pero si estas sustancias sólo son las coherencias producidas de modo contingente mediante la reglamentación de atributos, parecería que la ontología de las sustancias en sí no es únicamente un efecto artificial sino que es esencialmente superflua. « [Butler, 1990]

La posición que parece defender es que los nombres existentes no pueden describir adecuadamente el rango de posibles identidades, y que los adjetivos que podamos usar para modificar dichos nombres tienen su propia carga. Ella justifica su estilo de escritura argumentando que la gramática recibida no es óptima para expresar ideas radicales. Argumentos similares ya han sido expuestos en décadas anteriores por feministas radicales, como Mary Daly. Mientras que la aproximación de Daly se dirige a examinar el «habla masculina» y convertirlo en un lenguaje que se dirigiera a las experiencias femeninas, Butler sencillamente construye sentencias con una estructura tan compleja que seguir su línea de pensamiento se hace difícil. Daly usó lenguaje común con giros que explicó al lector en sus obras Gyn/Ecology: The Meta-Ethics of Radical Feminism y Pure Lust: Elemental Feminist Philosophy. Por ejemplo, las referencias de Daly al «sado-Estado» o la «sado-espiritualidad» son conceptos simples de comprender, incluso si no hubiera dedicado un tiempo considerable a explicar lo que esos términos significan. Butler, por otro lado, junta nombres comunes y adjetivos en frases infladas que fracasan a la hora de expresar la idea. El sentido de la cita previa podría haberse explicado claramente en unas pocas frases simples. Tal vez por esto muchos lectores son capaces de proyectar lo que quieran en las obras de Butler, incluido El género en disputa.

1. Sujetos

Es más bien arriesgado empezar por la reflexión abstracta de las relaciones sociales, en las especulaciones de los filósofos, antes que concretar la realidad de dichas relaciones. Butler reivindica un radicalismo filosófico mediante la contraposición de sus puntos de vista con lo que ella percibe como una noción cartesiana residual de un sujeto pensante pre-existente. Ella niega que el sujeto pre-exista al discurso. En sustancia, su concepto en [Butler, 1990] parece un préstamo no reconocido de Althusser [Althusser, 1971]. No fue hasta [Butler, 1997] cuando se refirió explícitamente al trabajo de Althusser. Entre las debilidades de la teoría Althusseriana-Butleriana se encuentran:

  1. Mistifican la realidad concreta de las relaciones sociales feudales residuales disfrazándolas en un lenguaje filosófico.
  2. Focalizarse en el lenguaje, en lugar de en los ejércitos, como métodos de crear sujetos, es históricamente ingenuo.
  3. Incluso como teoría lingüística es incoherente y superficial, basada en poco más que en juegos de palabras.
  4. No existe evidencia de que los sujetos, en el sentido en que los plantean Althusser y Butler, ni siquiera existan.

1.1 ¿Sujetos de género, o de Su Majestad?2

«Foucault afirma que los sistemas jurídicos de poder producen a los sujetos a los que más tarde representan. Las nociones jurídicas de poder parecen regular la esfera política únicamente en términos negativos, es decir, mediante la limitación, la prohibición, la reglamentación, el control y hasta la «protección» de las personas vinculadas a esa estructura política a través de la operación contingente y retractable de la elección. No obstante, los sujetos regulados por esas estructuras, en virtud de que están sujetos a ellas, se constituyen, se definen y se reproducen de acuerdo con las imposiciones de dichas estructuras. Si este análisis es correcto, entonces la formación jurídica del lenguaje y de la política que presenta a las mujeres como «el sujeto» del feminismo es, de por sí, una formación discursiva y el resultado de una versión especifica de la política de representación.» [Butler, 1990, página 47]

Esta idea precede ampliamente a Foucault. 50 años antes de Foucault la teoría marxista soviética ya había situado esta posición (ver [Pashukanis, 1989]). Pero en Pashukanis el orígen de la categoría sujeto se remonta al intercambio de productos y a la ley de la propiedad privada. Esto quiere decir que de acuerdo con Pashukanis tanto la superestructura política que refuerza la categoría de ‘sujeto de derecho’ y las propiedades de la propia categoría se deducen a partir de algo más básico – la reproducción de las unidades de producción económica.3

Es un error identificar los sujetos jurídicos o personas legales con los individuos humanos. Al comienzo de este pasaje la autora está tomando explícitamente el término ‘sujeto’ en el sentido del sujeto jurídico. La categoría legal es bastante diferente de los individuos humanos. Obviamente en el derecho romano, los esclavos no eran personas legales sino objetos de propiedad. En términos de derecho moderno, las empresas son sujetos, y de hecho la Corte Suprema de los Estados Unidos mantiene que como tales tienen el derecho a la libertad de expresión y que dicha libertad de expresión les da poder ilimitado para realizar donaciones políticas. Los señoríos feudales (Feudal Estates) también son personalidades jurídicas.

En la Escocia rural la gente local se refiere a «The Estate» decidiendo esto o lo otro. Un ducado es una propiedad rural y un sujeto de derecho, del cual el actual titular es sólo un ocupante temporal. Así que sí, la persona particular que hereda el ducado, que puede haber sido previamente una persona de poca importancia, sin vinculación con el territorio, a la muerte del último duque se convierte en el nuevo duque. El duque es así ‘definido, y reproducido, de acuerdo con los requerimientos de dichas estructuras’, pero como propietario del título es sólo una máscara para ocultar al sujeto real: el señorío feudal. De igual manera, en Gran Bretaña y los Dominios Británicos la Corona es parte en todos los juicios criminales, en los que es la Corona quien procesa. El individuo humano particular que lleve la corona es, literalmente, el portador de la relación social. En las repúblicas, esta deshumanización real de la categoría se hace más explícita cuando los juicios se llevan a cabo en nombre de la República, el Estado, el Pueblo, etc… En este sentido, la autora tiene razón sobre el argumento general de que las estructuras son previas, pero demasiado limitantes para identificar sujetos jurídicos con individuos humanos.

«…la formación jurídica del lenguaje y de la política que presenta a las mujeres como «el sujeto» del feminismo es, de por sí, una formación discursiva y el resultado de una versión especifica de la política de representación. «. La autora, en este pasaje, está siendo deliberadamente poética y ambigua, recargando la cita con muchos significados al mismo tiempo. ¿Es ‘el sujeto’ del feminismo, en este contexto, el tema sobre el que trata el feminismo? ¿Usa la metáfora de Lukacs en la que un movimiento político es descrito como un sujeto (es decir, todas las mujeres organizadas en el movimiento feminista son un sujeto político)? El autor también usa la palabra ‘representan’ (represent) en dos sentidos: como representaciones o exposiciones, y como políticas de representación en el sentido de elegir representantes: ¿se permite a las mujeres votar? Que este tipo de lenguaje potético o ambiguo sea una práctica positiva o negativa está abierto al debate. La ambigüedad es deplorada en la escritura científica, pero puede ser muy útil, sin embargo, para el retórico o el sofista4.

«el sujeto feminista está discursivamente formado por la misma estructura política que, supuestamente, permitirá su emancipación. Esto se convierte en una cuestión políticamente problemática si se puede demostrar que ese sistema crea sujetos con género que se sitúan sobre un eje diferencial de dominación o sujetos que, supuestamente, son masculinos. En tales casos, recurrir sin ambages a ese sistema para la emancipación de las «mujeres» será abiertamente contraproducente[Butler, 1990, página 47]

Esto es un caso de adopción deliberada del estilo de escritura ofuscado de la literatura intelectual francesa de mediados del siglo XX. Apenas le insuflas uno de sus posibles sentidos concretos, se vuelve un sinsentido. Tomemos las campañas por el derecho al voto de la primera oleada del feminismo. El sujeto feminista, que de acuerdo con la cita previa de la autora son las mujeres, fueron de hecho consideradas hasta 1944 por la República Francesa como no votantes, ya que el sistema legal había creado el ‘sujeto votante’ como un sujeto que presumiblemente debía ser masculino. ¿Pero qué implica hacer semejante apelación acrítica a un sistema asi y por qué esta apelación era contraproducente?

El movimiento feminista de aquella época tuvo que apelar al Estado Francés – el sistema en cuestión – para conseguir que la ley cambiara, pero el llamamiento a extender la concesión a las mujeres no era acrítico, sino que era obviamente crítico en lo que respecta a la categorización de la mujer como no votante. Y en una escala de tiempo medida en décadas, esta apelación a la República Francesa no fue contraproducente. La concesión del derecho al voto se extendio a las mujeres. ¿Puede que ‘el sistema’ al que se refiere el autor no fuera la República, sino el sistema de categorías que relegaba a las mujeres a un papel de ciudadanas de segunda clase?

Este era un sistema de discurso legal; uno que definía estatutariamente algunas categorías discursivas. El discurso legal definía a las mujeres como una categoría subordinada, del mismo modo que el discurso legal sudafricano definía a las personas negras como una categoría subordinada marginada. Pero cualquier movimiento que tenga por objetivo la reforma de los derechos civiles debe apelar al grupo que actualmente se encuentra marginado – las mujeres a principios del siglo XX en Francia, los negros a mediados del siglo XX en Sudáfrica. Es evidente que ‘los negros’ como categoría política sólo tenía sentido en el contexto de la ‘práctica discursiva’ de la ley del apartheid. ‘Negro’ no era una categoría política significativa en la ley nigeriana por aquel entonces. Pero desde luego no era contraproducente para el ANC apelar a los negros como categoría, ni era contraproducente para las sufragistas apelar a las mujeres como categoría. En ambos casos, era la única manera de proceder.

La realidad histórica es justamente la opuesta a las dos interpretaciones concretas más plausibles de lo que reivindica la autora.

«El problema del «sujeto» es fundamental para la política, y concretamente para la política feminista, porque los sujetos jurídicos siempre se construyen mediante ciertas prácticas excluyentes que, una vez determinada la estructura jurídica de la política, no «se perciben». En definitiva, la construcción política del sujeto se realiza con algunos objetivos legitimadores y excluyentes, y estas operaciones políticas se esconden y naturalizan mediante un análisis político en el que se basan las estructuras jurídicas»

La cuestión de los sujetos políticos o ciudadanos y sus derechos legales ha sido de hecho crítica para el feminismo como lo fue para el movimiento anti-apartheid. Pero no se trata simplemente de que estas categorías no se mostraran o fueran invisibles. La prohibición de que los negros o las mujeres votaran figuraba explícitamente en la legislación y era impuesta de forma abierta. De forma similar, las prácticas para excluir a los inmigrantes ilegales del derecho al voto y otros derechos fundamentales no se hacen a escondidas. La prohibición de que los negros, como categoría, accedieran a los parques se proclamaba abiertamente en las puertas de los parques. Es desde luego discutible que, por el contrario, cuanto más discriminatorio es un sistema político, menos necesidad hay de disimular la discriminación tras sutilezas ideológicas [Finley and Shaw, 1998]. Antes de la concensión universal del derecho al voto, las diferencias de clase se planteaban abierta y desvergonzadamente. Es a raíz de la retirada de la discriminación legal que se transforman en algo disimulado con eufemismos. No hay necesidad de señales que digan «no se admiten plebeyos» a la entrada del Grosvenor5.

Todos tenemos los mismos derechos.

Algunos también tienen dinero.

Cuando se habla del movimiento feminista como un «sujeto», no hay discusión en términos concretos de lo que la autora define como «políticas de representación», en Estados Unidos, ni sobre qué clase de contradicciones políticas de interés actualmente impiden la formación de un partido de mujeres en la política estadounidense.

«¿Qué relaciones de dominación y exclusión se establecen de manera involuntaria cuando la representacron se convierte en el único interés de la política? La identidad del sujeto feminista no debería ser la base de la política feminista si se asume que la formación del sujeto se produce dentro de un campo de poder que desaparece invariablemente.medlante la afirmación de ese fundamento. Tal vez, paradojicamente, se demuestre que la «representación» tendrá sentido para el feminismo únicamente cuando el sujeto de las «mujeres» no se dé por sentado en ningún aspecto»

La autora no da respuesta a la primera pregunta, la más evidente es que intentar únicamente aumentar la representación de mujeres dentro de la actual estructura política podría, dadas las dinámicas del sistema estadounidense, aumentar la representación de mujeres acomodadas o ricas. Todas las demás frases carecen de sentido.

Butler defiende que una consecuencia lógica de establecer una distinción entre sexo y género es que en principio los dos conceptos pueden completamente desalineados.

«Si el género es los significados culturales que acepta el cuerpo sexuado, entonces no puede afirmarse que un género únicamente sea producto de un sexo. Llevada hasta su límite lógico, la distinción sexo/género muestra una discontinuidad radical entre cuerpos sexuados y géneros culturalmente construidos. Si por el momento presuponemos la estabilidad del sexo binario, no está claro que la construcción de «hombres» dará como resultado únicamente cuerpos masculinos o que las «mujeres» interpreten sólo cuerpos femeninos.»

Si aceptamos por un momento que el género y el sexo son ambos predicados binarios, entonces desde un punto de vista puramente lógico el argumento de Butler es correcto. Por ejemplo, la categoría de personas con derecho a voto en Francia en 1930 era claramente algo completamente social y legalmente construido, y también se solapaba – dejando a un lado algunos extranjeros residentes, criminales, etc – con el conjunto de hombres de Francia, excluyendo a todas las mujeres de Francia. Era por tanto una categoría socialmente construida que podía afirmarse que añadía significados a los cuerpos sexuados.

La categoría equivalente veinte años más tarde ya no coincide con la distinción hombre/mujer, sino que era más incluyente, excluyendo únicamente a los prisioneros y a los extranjeros. Así que sí, en principio una partición jurídicamente construida de la población que estaba en principio alineada con el sexo puede desconectarse completamente de este. Hasta cierto punto el estado es libre, partiendo de una correlación de fuerzas adecuada en el Parlamento, de jugar arbitrariamente con las categorías legales. Puede decidir que los transexuales, hombres o mujeres, pueden ser tratados como mujeres si así lo desean.

Aunque esta clase de categorizaciones legales pueden definirse con cierto sentido como «significantes culturales», aún hay muchos otros significantes culturales asociados con los cuerpos sexuados. Si una niña es de género femenino se espera de ella que juegue con muñecas, que sea callada y estudiosa en la escuela, que le gusten las historias de hadas, etc. Si una persona es una mujer, eso «significa» que es probable que gane menos, tenga problemas en su carrera profesional, no sea promocionada, tenga más probabilidades de trabajar en los servicios públicos que en la ingeniería, menos probabilidades de morir de una enfermedad relacionada con el consumo de tabaco que un hombre, etc. Estos «significantes» son expectativas tanto en el sentido de las expectativas subjetivas – los padres esperan que sus hijas quieran Barbies por Navidades, y no se espera de las niñas que se conviertan en ingenieras – y en el sentido estadístico de que es más probable que las niñas jueguen con muñecas que lo hagan los niños. Las expectativas subjetivas están formadas por probabilidades reales, y, al mismo tiempo, tienden a estabilizarse como probabilidades.

Las expectativas son probabilidades. Algunas mujeres terminarán siendo ingenieras o fontaneras, pero muchas más terminarán siendo trabajadoras sociales. Existe un extenso conjunto de estas probabilidades de resultados y trazas de conducta que son realmente diferentes entre los sexos. El espacio de los rasgos asociados al sexo es, en términos matemáticos, multidimensional y por tanto si el género es el conjunto de estos significados o probabilidades, el género en sí mismo es un espacio altamente dimensional6. Pero si el género es un conjunto multidimensional de probabilidades, no es el conjunto hombre, mujer o masculino, femenino. En cuyo caso, no tiene sentido el argumento de Butler sobre la desconexión entre el género y el sexo y sobre que el conjunto de mujeres deja de solaparse con el conjunto de personas con cuerpo femenino. Ni es posible reconciliar el hecho de que en la investigación científica práctica las diferencias de género se miden en múltiples ejes ortogonales, con la jerga moderna sobre que el género es un espectro. Esto es erróneo en muchos sentidos. Primero, está basado en una concepción errónea de lo que es un «espectro». Aquellos que defienden que es un espectro parecen pensar que el espectro es de alguna manera lo opuesto a decir que sólo hay dos géneros distintos: masculino y femenino.

Quien alguna vez haya utilizado un espectroscopio, recordará que lo que se vee es un conjunto discreto de líneas coloreadas. Cada elemento químico emitirá, al ser excitado, un conjunto discreto de colores característicos: su espectro de emisión. Es el caracter discreto de las líneas espectrales lo que nos permite decir qué gases están presentes en la atmósfera del Sol y otras estrellas. Así que el hecho de que el género sea un espectro implicaría que el género, como el sexo, tiene líneas «de emisión» claramente diferenciables: masculino y femenino. Esto no es lo que pretenden transmitir aquellos que defienden el uso de este término. Creen que un espectro implica continuidad, no discreción, que en términos matemáticos el género se mapea con la línea de los números reales, con el continuo. Pero están usando la metáfora incorrecta para lo que pretenden expresar, y lo que pretenden expresar es en sí mismo incorrecto, dado que un espacio multidimensional no puede representarse en un continuo escalar.

El argumento de Butler sólo tiene sentido en términos del sexo como categoría legal, en términos del conjunto de personas que el estado define como mujeres y a las que, por ejemplo, permitió hace tiempo jubilarse a los 60, o prohibió servir en buques de guerra, etc. El estado puede, bajo la adecuada presión política, legislar que la categoría de mujeres legales incluye a hombres biológicos, o puede elegir vaciar de significado práctico la categoría legal de «mujer» al eliminar todas las leyes que discriminan en base al sexo.

«Irigaray sostiene que el sexo femenino no es una «carencia» ni un «Otro» que inherente y negativamente define al sujeto en su masculinidad. Por el contrario, el sexo femenino evita las exigencias mismas de representación, porque ella no es ni «Otro» ni «carencia», pues esas categorías siguen siendo relativas al sujeto sartreano, inmanentes a ese esquema falogocéntrico. Así pues, para Irigaray lo femenino nunca podría ser la marca de un sujeto, como afirmaría Beauvoir. Asimismo, lo femenino no podría teorizarse en términos de una relación específica entre lo masculino y lo femenino dentro de un discurso dado, ya que aquí el discurso no es una noción adecuada. Incluso en su variedad, los discursos crean otras tantas manifestaciones del lenguaje falogocéntrico. Así pues, el sexo femenino es también el sujeto que no es uno.

….

Para Beauvoír, el «sujeto» dentro del análisis existencial de la misoginia siempre es masculino, unido con lo universal, y se distingue de un «Otro» femenino fuera de las reglas universalizadoras de la calidad de persona, irremediablemente «específico», personificado y condenado a la inmanencia. Aunque suele sostenerse que Beauvoir reclama el derecho de las mujeres a convertirse, de hecho, en sujetos existenciales y, en consecuencia, su inclusión dentro de los términos de una universalidad abstracta, su posición también critica la desencarnación misma del sujeto epistemológico abstracto masculino. Ese sujeto es abstracto en la medida en que no asume su encarnación socialmente marcada y, además, dirige esa encarnación negada y despreciada a la esfera femenina, renombrando efectivamente al cuerpo como hembra. Esta asociación del cuerpo.con lo femenino se basa en relaciones mágicas de reciprocidad mediante las cuales el sexo femenino se limita a su cuérpo, y el cuerpo masculino, completamente negado, paradójicamente se transforma en el instrumento incorpóreo de una libertad aparentemente radical.»

La discusión de los sujetos y si la categoría sujeto es inherentemente masculinista parece poseer, según las referencias a las que alude de Butler7, una extraña ceguera republicana burguesa. La ideología burguesa, de acuerdo con Marx, proyecta sus categorías como eternos e imprescindibles fundamentos de la sociedad. Las referencias a las que se cita la americana Butler vivieron principalmente en la Francia del siglo XX. Para ellos, como ciudadanos de la arquetípica república burguesa, el «sujeto» es tan sólo una categoría filosófica o lingüística. En el mejor de los casos, es la representación idealizada del ciudadano masculino francés con derecho al voto. Pero si se cruza el canal que separa Francia de Inglaterra o se va hacia el norte en los Estados Unidos, llegando a los dominios de Su Majestad Isabel II, por la gracia de Dios Reina del Reino Unido, de Canadá y de sus otros reinos y territorios, jefa de la Commonwealth, Defensora de la Fe. Aquellos nacidos en sus dominios son, por nacimiento, sujetos: súbditos sujetos a su dominio 8.

Etiquetarnos como súbditos (en inglés: subjects = sujetos o súbditos) es un persistente efecto del orden social feudal. Somos súbditos porque somos sub-iecta, es decir, porque nos situamos por debajo de ella en el orden social. El estatus de subiecta se ve ilustrado por la obligación de inclinarnos físicamente en su presencia.

Incluso para aquellos que vienen de los estratos inferiores de la sociedad y adquieren el «honor» de ser nombrado Caballero, Dama o Conde, la posición subordinada del sujeto se ve enfatizada. Se arrodillan ante ella y ella sitúa el filo de su espada en sus hombros, simbolizando que viven por su gracia y que, aunque hayan trepado en el escalafón social, ella podría, si así lo desara, cortarles la cabeza. En tiempos de guerra, el hecho de que vivimos a disposición del soberano se hace brutalmente evidente. Debemos, si se nos ordena, morir por la Reina y por el país9.

De Beauvoir sugiere que el sujeto es masculino y que el feminino es el otro contra el cual el sujeto se define a sí mismo. El sujeto se considera sinónimo de libertad.

No, esto es un engaño de filósofo.

Los sujetos no son libres, y el opuesto del sujeto no es la mujer, ni siquiera el objeto, como una cuchara, un calcetín o unos zapatos. No, el opuesto del sujeto es el Soberano que define a todos los demás como sujetos. Con la monarquía, el sometimiento al soberano es universal. Cuando nosotros incumplimos la ley, somos llevados ante los jueces de Su Majestad, que se sientan bajo su sello, y que pueden enviarnos hoy en día a las prisiones de Su Majestad, y hace no mucho a sus colonias australianas. Cuando los irlandeses se rebelan, su insubordinación es sofocada por las fuerzas armadas de Su Majestad; cuando los súbditos (subjects) indios se rebelaron, fueron destrozados por las bocas de los cañones. Cuando sus súbditos (subjects) africanos se rebelaron, fueron encarcelados en campos de concentración, torturados, condenados a la hambruna y a trabajar hasta morir.

«El shock eléctrico se usaba con frecuencia, así como cigarrillos y fuego. Las botellas (frecuentemente rotas), mangos de pistolas, cuchillos, serpientes, parásitos y huevos calientes se introducían por los rectos de los hombres y las vaginas de las mujeres. Los equipos de detección azotaban, disparan, quemaban y mutilaban a los sospechosos de ser Mau Mau, en apariencia con el objetivo de reunir datos para operaciones militares y como pruebas judiciales.» [Elkins, 2005]

Figura 1: La constitución discursiva del sujeto por la ‘ultima ratio de Victoria regina‘ (La última razón de la Reina Victoria)

En un nivel más básico, uno que alcanza a todos los súbditos de forma cotidiana, intercambiamos nuestro trabajo a cambio de vales de papel con imágenes de su cabeza impresas. La obligación feudal universal del súbdito de trabajar para el soberano fue, con la emisión de la moneda, delegada a la sociedad civil de manera que esos vales de sometimiento circularan entre los súbditos [Wray, 2004][Forstater, 2003], creando más jerarquías a su servicio. Esta no es la «economía de los signos» metafórica de Irigaray, sino una economía real de signos monetarios que surge de los intersticios del feudalismo, creciendo a gusto y disposición del monarca.

Los súbditos de Su Majestad

La relación feudal/monárquica que convierte a las personas en súbditos no se basa en el género, ya que tanto hombres como mujeres pueden ser soberanos y ambos pueden estar sujetos a la autoridad de un soberano. Sí, las leyes de herencia de la corona pueden privilegiar a los herederos masculinos frente a las mujeres, y hay un número relativamente mayor de reyes que de reinas. Pero esta disparidad estadística es el resultado de las leyes de herencia, más que de las leyes de subordinación y fidelidad10.

La monarquía era el orden social predominante en Europa de forma abrumadora hasta que la República Francesa se convirtió en la excepción en 1870. El lenguaje de la filosofía europea fue forjado en la monarquía en la que todos, a excepción del soberano, eran en términos legales, súbditos (subjetos), de modo que el término sujeto se introduce en el lenguaje jurídico y posteriormente en el filosófico como sinónimo de persona. Pero ser un sujeto no supone estar en una posición de libertad, sino, como el propio nombre indica, estar sujeto a una subordinación feudal. Atribuirlo a una categoría lingüística o un efecto de género es una ilusión, una interpetación errónea y específicamente burguesa del término. La totalidad de la estructura legal y coercitiva de las Monarquías Europeas, leyes reales, monedas, ejércitos, armadas, prisiones y juzgados, eran una demostración práctica de esto.

Butler no se refiere a esta realidad mundana del sujeto cuando dice

«La cuestión de situar la «capacidad de acción» suele relacionarse con la viabilidad del «sujeto», cuando se considera que éste tiene alguna existencia estable anterior al campo cultural que negocia. O bien, si el sujeto está culturalmente construido, de todas formas posee una capacidad de acción, en general configurada como la capacidad para la mediación reflexiva, que queda intacta sea cual sea su grado de inserción cultural. Apoyándose en ese modelo, «cultura» y «discurso» atrapan al sujeto, pero no lo conforman. Este movimiento para adjetivar y atrapar al sujeto preexistente ha sido necesario para crear un punto de donde surja su acción que no esté completamente definido por esa cultura y ese discurso. No obstante, esta clase de argumento implica erróneamente: a) que la capacidad de acción sólo puede determinarse apelando a un «yo» prediscursivo, aunque éste esté en medio de una concurrencia discursiva, y b) que estar compuesto por el discurso es estar definido por él, donde la definición hace imposible la acción.»

El enfoque de la escuela de la teoría social francesa, reflejado en Butler, se sitúa en la creación de sujetos mediante el lenguaje o, como ellos lo llaman, la acción discursiva. Esta última puede de hecho crear sujetos, pero sólo a pequeña escala. Los extranjeros pueden convertirse en sujetos (súbditos) de Isabel II y ganar su graciosa protección a través del acto apropiado: una jura de lealtad.

Yo, [nombre], juro por Dios Todopoderoso que seré fiel y prestaré verdadera lealtad a Su Majestad la Reina Isabel II, sus Herederos y sus Sucesores de acuerdo con la ley.

Pero este es un cambio insignificante en la subjetividad. Para la producción masiva de sujetos los soberanos recurren a un discurso diferente, a argumentos diferentes, la última ratio regis 11. Fueron los cañones lo que le garantizaron a la Reina Victoria 380 millones de súbditos. La subjetividad es creada con los cañones, y abolida con las guillotinas.

1.1 Los sujetos lingüísticos

Existe un segundo sentido, limitado, a través del cual el lenguaje constituye sujetos. Butler escribe acerca de ser el sujeto que habla. Gramaticalmente, esto es cierto: en «Yo golpeo el balón», «Yo» es el sujeto de la frase – es un caso nominativo. La frase constituye al «Yo» en sujeto gramatical. Cuando Judith Butler se refiere a sí misma en una frase usando «Yo», ella es el sujeto de la frase. Pero esto es trivial, dado que el sujeto de una frase no es necesariamente una persona o un objeto inanimado:

«Shoemaker-Levy chocó contra Jupiter en 1994»

«El Titanic chocó contra un iceberg»

Conversivamente, si Judith Butler se refiere a sí misma en una frase usando «me», se convierte en un objeto gramatical, no en un sujeto gramatical – es un caso dativo o acusativo. De modo que, igual que el lenguaje convierte a las personas en sujetos, también convierte a los barcos o a las piedras, y asimismo convierte a las personas en objetos. La construcción lingüística del sujeto de Althusser/Butler se muestra como un simple e insignificante juego de palabras usando la terminología gramática. Pretende dar soporte material a la categoría filosófica idealista del «sujeto», pero si se examina detalladamente termina resultando vacía.

En algunos puntos, incluso Butler misma reconoce que el sujeto que está tratando de rescatar es únicamente la mente cartesiana o el alma cristiana.

«La teoría de la encarnación en que se asienta el análisis de Beauvoir está restringida por la reproducción sin reservas de la distinción cartesiana entre libertad y cuerpo.» [Butler, 1990]

El sujeto/alma/espíritu en este sentido filosófico se empleó para justificar el comportamiento humano: cómo era posible que los cuerpos humanos se comportaran de forma racional. La hipótesis era que contenían un espíritu racional interior, identificado con la respiración [Lloyd 2007], que de alguna forma insuflaba el cuerpo y le dotaba de personalidad. Pero si desechamos esta vieja idea, y seguimos la ciencia biológica moderna, podemos afirmar que el comportamiento racional, el habla, etc, son todos producidos por el propio cuerpo en respuesta a una serie de inputs sensoriales que se producen a lo largo de toda la vida. La teoría de Butler equivale a afirmar que estos inputs sensoriales, en particular el sonido en forma de palabras, genera, o, como ella diría, constituye un alma en el interior del cuerpo: presumiblemente como alguna configuración de conexiones neuronales.

Otra disciplina, la ciencia computacional, usa el concepto de las máquinas virtuales o emuladores [Goldberg 1974]. Es posible usar un lenguaje de programación para hacer que un ordenador Intel se comporte como un Motorola. Se dice que este programa ha generado un procesador virtual Motorola. Una interpretación generosa de Butler podría llevarnos a pensar que está defendiendo que los sujetos son entidades virtuales en ese sentido: máquinas programadas en un lenguaje natural. Pero su hipótesis es pura especulación. No aporta ninguna evidencia que sostenga que estos sujetos o almas realmente existan. Tampoco propone ningún mecanismo por el cual el lenguaje podría, de alguna forma, hacer funcionar a estos sujetos virtuales12

Butler se sitúa explícitamente en la posición de explicar el comportamiento humano. ¿Para qué, aparte de comportamientos, son sus «actos performativos»?

El estudio y la investigación causal del comportamiento humano sobre lo que trata la psicología. Sin embargo, si echamos un vistazo a las principales revistas de psicología, no encontraremos ninguna explicación del comportamiento humano en términos de sujetos discursivamente constituidos. El concepto, sencillamente, no se usa. Hasta donde mencionan a los sujetos, lo hacen en el sentido de sujetos experimentales, personas que están sujetas a algún tipo de tratamiento o que actúan como grupo de control.

En resumen, a pesar de todas las pretensiones de radicalismo de Butler, no logra problematizar el término «sujeto».

1.3 La identidad y los cuerpos

Hablando de qué significa la identidad, Butler afirma: «…la «coherencia» y la «continuidad» de «la persona» no son rasgos lógicos o analíticos de la calidad de persona sino, más bien, normas de inteligibilidad socialmente instauradas y mantenidas»

Es cierto que la identidad incluye normas socialmente instituidas y mantenidas, y la continuidad de una persona no depende de nada lógico o analítico, pero pasa por alto el aspecto fundamental. La continuidad y coherencia de la identidad personal, según Judith Butler, depende de que el nombre continúe refiriéndose a un mismo cuerpo físico. Esto puede parecer banal a primera vista, pero la sociedad contemporánea tiene un todo un conjunto de procedimientos regulatorios para garantizar que el nombre y el cuerpo coinciden. Una tarjeta de crédito es la evidencia más común de identidad usada a día de hoy, pero, como elemento físico que es, puede ser robado. Está asegurada por algo que es interno al cuerpo de la persona: un número PIN almacenado en su cerebro. Si el PIN queda registrado en algún otro soporte físico, su seguridad puede verse comprometida. Existe un principio similar para las contraseñas, que te identifican hasta el punto de que se han convertido en parte de tu cerebro.

Los sistemas de identidad de las tarjetas de crédito y los sistemas de login en las computadoras son «normas de inteligibilidad socialmente instauradas y mantenidas » coercitivas. Son poder social. Dan a quien las posee lo que Smith identificó como el poder de dirigir el trabajo de otros. Basta con pensar en el poder que se obtendría si se tuviera acceso a la cuenta bancaria de Donald Trump. Por esa razón, son objeto de delitos de «robo de identidad», en los que el robo de estos símbolos de tu identidad permite que, desde el punto de vista de estos sistemas de regulación social, un ladrón pueda pueda pasar como equivalente a ti.

¿En qué sentido un ladron que haya robado tu tarjeta de crédito y un PIN que tú has anotado, no es tu mismo?

Desde el punto de vista del dependiente de la caja o del cajero automático, ese ladrón es tu persona. Si alguien te roba el pasaporte, y cambia la fotografía, entonces desde el punto de vista de la policía de fronteras, esa persona es tu. Las normas socialmente instituidas de comprensibilidad tratarán en este caso a la persona real y al impostor como dos personas idénticas.

Pero no dudamos en rechazar esta falsa pretensión ¿Por qué?

Porque no tenéis el mismo cuerpo. La verdadera identidad reside en la continuidad corpórea y no en la apropiación de símbolos externos de identidad. Las tecnologías de identificación biométrica, ya sean basadas en los patrones del iris o en las huellas dactilares, pretenden convertir el símbolo de identidad en algo que está inseparable y continuamente vinculado a tu cuerpo.

Es evidente el paralelismo entre esto y la objeción de la comunidad feminista a los hombres transexuales que se declaran a sí mismos mujeres. Adoptan símbolos de identidad femenina en forma de un vestidos, maquillaje o declararse abiertamente como tales del mismo modo que el estafador de tarjetas de crédito adopta símbolos y declara poseer una identidad robada. Pero en ambos casos estamos hablando de pretensiones, ya que la verdadera identidad reside en la continuidad corporal.

Referencias

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[Butler 1990] Judith Butler. Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity Routledge, 1990.

[Butler 1997] Judith Butler. The psychic life of power: Theories in subjection. Stanford University Press, 1997.

[Chomsky 1956] N. Chomsky. Three models for the description of language. IRE Trans. on Information Theory, 2(3): 113-124, 1956.

[Cockshott et al. 2012] Paul Cockshott, Lewis M Mackenzie, and Gregory Michaelson. Computation and its Limits. Oxford University Press, 2012.

[Costa Jr et al. 2001] Paul Costa Jr, Antonio Terracciano, and Robert R McCrae. Gender differences in personality traits across cultures: robust and surprising findings. Journai of Personality and Social Psychology, 81 (2): 322-331, 2001.

[Elkins 2005] Caroline Elkins. Britain’s gulag: the brutal end of empire in Kenya. Random House, 2005.

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[Forstater 2003] M. Forstater. Taxation: A Secret of Colonial Capitalist (so-called) Primitive Accumulation. Technical Report 25, Center for Full Employment and Price Stability, 2003.

[Goldberg 1974] Robert P Goldberg. Survey of virtual machine research. Computer, 7 (6): 34-45, 1974.

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[Iverson 2007] K. Iverson. Notation as a tool of thought. In ACM Turing award lectures, page 1979. ACM, New York, NY, USA, 2007. ISBN 0-201-0779X-X. doi: 10.1145/1283920.1283935.

[Lloyd 2007] Geoffrey Lloyd. Pneuma between body and soul. Journal of the Royal Anthropological Institute, 13: S135-S146, 2007. ISSN 1467-9655. doi: 10.1111/j.1467-9655.2007.00409.x.

[Pashukanis 1989] E. B. Pashukanis. Law and Marxism: A General Theory Towards a Critique of the Fundamenta Juridical Concepts. Pluto Publishing, Worcester, 1989.

[Shackel 2005] Nicholas Shackel. The vacuity of postmodernist methodology. Metaphilosophy, 36 (3): 295-320, 2005.

[Turing 1937] A. Turing. On Computable Numbers, With an Application to the Entscheidungsproblem. Proceedings of the London Mathematical Society, 42: 230-65, 1937.

[Turing 1950] A. Turing. Computing Machinery and Intelligence. Mind, (49): 433-460, 1950.

[Wray 2004] Randall Wray. The Credit Money and State Money Approaches. In Credit and State Theories of Money: the contributions of A. Mitchell Innes, pages 79-98. Edward Elgar, Cheltenham, 2004.

Notas

  1. NdT: Marx K., Engels F. (1974). La ideología alemana. Barcelona, España. Editorial Grijalbo.
  2. NdT: en el original Gendered subjects, or Her Majesty’s. En castellano, la palabra inglesa subject se puede traducir por sujeto o súbdito.
  3. Es posible que la traducción inglesa de Pashukanis debiera haber usado la ‘legal personality’ (persona legal) en lugar del ‘sujeto de derecho’, dado que esta última es el término inglés más habitual para el concepto que Pashukanis sitúa. El mismo argumento se aplica a las traducciones de Althusser, siendo traducido su uso del término legal francés ‘subject de droit’ como ‘subject of law (sujeto de ley)’ en sus obras, pero una vez más el término inglés habitual para esa categoría legal es ‘legal personality’.
  4. Un catálogo útil de trucos retóricos usados por sofistas modernos se da en [Shackel 2005]
  5. NdT: En referencia a una exclusiva cadena de clubs británica.
  6. Veremos más adelante en esta sección que la literatura de investigación científica en el género trata de hecho el género como un vector de diferencias en un espacio dimensional más amplio de rasgos. Un ejemplo sería el sistema de medición multidimensional de la personalidad NEO-PI-R usado en los trabajos de [Costa Jr et al. 2001] sobre las diferencias de género multiculturales discutidas en la sección
  7. NdT: En este caso Butler está refiriendose a Luce Irigaray, filósofa feminista francesa nacida en Bélgica en 1930.
  8. NdT: En castellano, la palabra inglesa subject se puede traducir por sujeto o súbdito.
  9. Ndt: For Queen and Country. Frase de origen militar que denota disposición a morir o a hacer sacrificios por el país.
  10. Las leyes contemporáneas de sucesión en la Commonwealth Británica no realizan discriminaciones de género en relación a la sucesión dinástica.
  11. El argumento definitivo del Rey
  12. Esto no implica que un argumento así pueda plantearse. Por ejemplo, aquí se sitúa un posible argumento. Primero, asumamos que las lenguas naturales son, según la definición de Chomsky, lenguajes de clase 0 [Chomsky 1956]. En ese caso sabemos que un identificador de estos lenguajes podría ser un equivalente de la Máquina de Turing (MT) [Hopcroft and Ullman 1979] Esto implicaría que, dado que los humanos pueden generar y analizar lenguajes naturales, entonces una parte de su mecanismo cognitivo debe ser un equivalente MT. Es una característica de las Máquinas de Turing que pueden emular cualquier otro mecanismo de transformación de símbolos [Turing 1937]. Por tanto, en principio el proceso cognitivo humano debería ser capaz de ejecutar máquinas virtuales.

    Sin embargo, no está ni mucho menos claro que los humanos realmente tengan la capacidad de analizar enunciados o frases ilimitadas en lenguajes de clase 0. Hay argumentos de peso [Turing 1950][Iverson 2007][Cockshott et al. 2012] para sugerir que una capacidad computacional semejante sólo está a disposición de personas que tienen acceso a mecanismos de almacenamiento externo como papel y lápiz, etc.

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