El valor (precio y beneficio) de todo

El nuevo libro de Mariana Mazzucato, El valor de todo, parece haber cautivado al área liberal (progresista) de la ciencia económica oficial. Ha llegado incluso a recibir el espaldarazo de la edición británica del Financial Times, en forma de review elaborada por el reconocido analista económico keynesiano, Martin Wolf, y fue presentado en un evento en la London School of Economics.

Michael Roberts
Michael Robertshttps://thenextrecession.wordpress.com/
Economista marxista, Roberts ha trabajado como analista económico en la City de Londres durante más de 30 años. Es editor del blog The Next Recession, en el que desarrolla una intensa actividad como articulista. Ha publicado, entre otros, The Great Recession: A Marxist View (2009)

Mazzucato ya había escrito un libro relevante con anterioridad, El Estado Emprendedor, que «desmontaba» el mito de que únicamente el sector privado capitalista contribuye la innovación, mientras que el sector público estatal es una carga y un coste para el crecimiento. Por el contrario, Mazzucato demostró que «Desde Internet hasta la nanotecnología, la mayoría de los avances fundamentales – tanto en investigación de base como en la posterior comercialización – fueron financiados por el gobierno, con la iniciativa privada participando en el juego sólo cuando había certeza de que se iban a obtener beneficios. Toda la tecnología radical tras el iPhone fue financiada por el gobierno: Internet, el GPS, la pantalla táctil, e incluso el asistente personal activada por voz, Siri.»

En ese libro, continuaba, «Apple inicialmente recibió 500.000 $ de la Corporación de Inversión en Pequeños Negocios, una agencia de financiación pública del gobierno. Del mismo modo, Compaq e Intel recibieron fondos públicos en sus primeras fases, no de fondos de inversión privados, sino de capital público a través del Programa de Investigación en Innovación de Pequeños Negocios (SBIR, por sus siglas en inglés). A medida que los fondos de inversión privados se vuelven más cortoplacistas, la financiación y los préstamos del SBIR han tenido que incrementar su papel en las primeras etapas de desarrollo financiando al Departamento de Salud de los EEUU y al Departamento de Energía. De hecho, resulta que el 75% de las medicinas más innovadoras fueron financiadas no por gigantes farmacéuticos ni por fondos de inversión privados, sino gracias al dinero del Instituto Nacional de Salud (NIH, por sus siglas en inglés). Durante la última década, el NIH ha invertido 600.000 millones de dólares en investigación de base de biotecnología y farmacia; sólo en 2012, invirtió 32.000 millones». Mazzucato demostró que los contribuyentes fuimos los que permitieron que estas empresas se hicieran superricas.

Desde entonces, los poderosos argumentos de Mazzucato a favor de la inversión gubernamental y del rol del Estado en la economía la han llevado a convertirse en asesora de la dirección laborista encabezada por Corbyn y en una de las ganadoras del premio Leontief al avance del pensamiento económico junto con el experto en desigualdad Branco Milanovic, antiguo economista jefe en el Banco Mundial.

Ahora, en su último libro, asume una tarea aún mayor: tratar de definir quien (qué) crea el valor en nuestras economías, un asunto que ha sido objeto de debate por parte de los grandes economistas del capitalismo desde Adam Smith hasta hoy en día. «¿Quién crea realmente la riqueza de nuestro mundo? ¿Y cómo se decide el valor de lo que hacen?».

Su planteamiento principal en este nuevo libro es que (1) el gobierno no es reconocido en las cuentas nacionales como un factor que añada valor mediante su contribución a través de la inversión y la innovación; (2) el capital financiero ha logrado colarse en esas cuentas como productivo y como un creador de valor, cuando en realidad «extrae» valor de sectores productivos y alimenta la especulación y el cortoplacismo; y (3) se ha producido un aumento de un sector monopolista en el capitalismo moderno que aspira a «vivir de las rentas» en lugar de a «crear valor».

Mazzucato argumentó que «hasta los años 60, el capital financiero no era considerado en términos generales como una parte ‘productiva’ de la economía. Era visto como un agente importante para transferir la riqueza existente, no para crear nueva riqueza. De hecho, los economistas estaban tan convencidos del rol puramente facilitativo del capital financiero que ni siquiera incluyeron muchos de los servicios que los bancos ofrecen, como ofrecer depósitos o préstamos, en sus cákculos sobre los bienes y servicios producidos en una economía. El capital financiero se coló en los cáculos del Producto Interior Bruto (PIB) solo como un ‘agente intermediario’ – un servicio que contribuía a que otras industrias, que eran las verdaderas creadoras de valor, funcionaran. Alrededor de 1970, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. Las cuentas nacionales – que ofrecen una imagen estática en datos estadísticos del tamaño, composición y tendencias en una economía – empezaron a incluir al sector financiero en sus cálculos del PIB, en el que se incluían el valor total de los bienes y servicios producidos por la economía estudiada.»

De este modo, a día de hoy, «el asunto no es únicamente cuál es el tamaño del sector financiero, y en qué medida ha superado el ritmo de crecimiento de la economía no-financiera (véase la industria), sino su efecto en el comportamiento del resto de la economía, muchas de las cuales han sido «financiarizadas». Las operaaciones financieras y la mentalidad que alimentan han pervertido la industria, como puede verse en el hecho de que los directores prefieren gastarse porcentajes crecientes de sus beneficios en recomprar sus propios productos – lo que termina resultando en un aumento del precio de las acciones, de las stock options, y de los pagos que perciben los grandes ejecutivos – que en invertir en un futuro a largo plazo para el negocio.»

La inversión se basa ahora en recoger beneficios a corto plazo, lo que resulta en una tasa menor de reinversión de los beneficios y aumenta las cargas de la deuda, generando un círculo vicioso en el que cada vez impera más el criterio cortoplacista. «En el capitalismo moderno, la ‘extracción de valor’ se recompensa más que la creación de valor: el proceso productivo que genera una economía y una sociedad saludables. Desde grandes compañías gestionadas con el único objetivo de maximizar dividendos aumentando astronómicamente el valor de las medicinas, justificado por las grandes farmacéuticas, hemos llegado a confundir ‘coger’ con ‘hacer’, y ya no somos conscientes de lo que el valor realmente significa.»

Hay desde luego muchas verdades poderosas en las tesis de Mazzucato, y constituyen en gran medida el núcleo de la economía heterodoxa post-keynesiana. Pero, del mismo modo, también hay importantes debilidades en su concepción del valor. Argumentar que el gobierno ‘crea’ valor implica o haber entendido la ley del valor en el contexto del capitalismo. Bajo el capitalismo, la producción de mercancías (bienes y servicios) se encamina hacia la venta para la obtención de beneficios. Las mercancías deben tener un valor de uso (ser útiles para alguien), pero también deben tener un valor de cambio (algo que permita venderlas para generar beneficios). Desde esa perspectiva capitalista, el gobierno no crea valor – de hecho, puede ser considerado como un coste (necesario) que reduce la rentabilidad de la producción y acumulación capitalistas. El PIB está tendenciosamente calculado como una medida del valor creado en una economía por esa misma razón. Mide con mayor exactitud el valor de cambio antes que la producción de todos los valores de uso, lo que incluiría la inversión gubernamental y el trabajo reproductivo (quizás incluso la felicidad, el bienestar y la confianza).

Es evidente que el gobierno crea valores de uso (aunque muchas veces se trata de valores de uso en armamento, armas nucleares, químicas, etc, y fuerzas de seguridad para proteger los intereses del capital). Pero no es un valor productivo, ni un plusvalor, para el capital. Para el capital, no todo tiene un valor. Para el capital, el único valor a tener en cuenta en el análisis es el valor de cambio, no el valor de uso.

Mazzucato acierta al afirmar que el sector financiero no crea valor. La economía marxista afirma que sólo permite que el valor circule a través de la fuerza de trabajo en sectores productivos (aquellos sectores que incrementan la productividad de la fuerza de trabajo y por tanto permiten la acumulación de mayores capitales). Los bancos y el sistema crediticio contribuyen a reducir los costes de las transferencias monetarias (asumir depósitos y ofrece préstamos) para que las empresas puedan recibir dinero eficientemente y permitir que el capital siga circulando.

El capital financiero y el crédito son necesarios para la acumulación de capital, pero no añaden valor por sí mismos. Pero incluso esta contribución a la circulación del capital ha asumido un papel secundario creciente frente al rol arriesgado de invertir en ‘capitales ficticios’ (bonos y acciones). En su libro, Mazzucato cita los trabajos de Andy Haldane, ahora economista jefe en el Banco de Inglaterra. En ellos, realizó una estimación de qué valor añadido, en términos de PIB, realmente añade el sector financiero a la economía.

Descubrió que en los Estados Unidos, el valor añadido de los intermediarios financieros fue de aproximadamente 1.2 billones de dólares en 2010 – el equivalente a un 8% del PIB total. En el Reino Unido, el valor añadido del capital financiero fue de alrededor del 10% en 2009. En los Esyados Unidos, la parte del PIB correspondiente al capital financiero se ha multiplicado prácticamente por cuatro desde la Segunda Guerra Mundial. Pero Haldane reconoce que estas contribuciones en realidad indican un alto riesgo en los préstamos e inversiones realizadas por los bancos que termina resultando en caídas en picado cuando las burbujas financieras y económicas estallas, como ocurre con periodicidad. Recogiendo elementos de la teoría del valor de Marx, Haldane concluye: «El acto de invertir capital en una operación arriesgada es un elemento fundamental en los mercados financieros. Por ejemplo, un inversor minorista que compra bonos ofrecidos por una compañía está asumiendo un riesgo, pero no contribuye demasiado, dada su escala, a la actividad económica mesurable. De forma similar, una familia que decide usar todos sus depósitos líquidos para comprar una casa, en lugar de aceptar un préstamos de un banco y mantener algunos de sus depósitos en ese banco, está asumiendo un riesgo de liquidez. Es difícil afirmar que ninguno de estos actos vaya a impulsar la actividad económica general o a potenciar la productividad. Están reubicando el riesgo dentro del sistema, pero no cambian su tamaño ni su forma». De hecho, un artículo del FMI ha demostrado que no se trata únicamente de que los bancos sean los causantes de colapsos financieros periódicos, sino que el sector financiero tiene un efecto general negativo (¿parasitario?) en los sectores productivos de la economía capitalista a lo largo del tiempo.

Es evidente que el capital financiero no es productivo. Pero no se trata únicamente de que el capital financiero no sea productivo. Las inmobiliarias, la publicidad, los medios de comunicación y otros muchos sectores no son ‘productivos’ porque la fuerza de trabajo empleada no crea nuevo valor, sino que sólo circula y redistribuye el valor y la plusvalía generadas. Y es la rentabilidad de los sectores productivos lo que constituye la pieza fundamental para una economía capitalista, no la cantidad general de valores de uso producidos.

Más aún, ¿acaso no había ningún problema con el capitalismo antes de que el capital financiero (y la «financiarización») surgieran después de los años 70? ¿No había crisis de sobreproducción y de inversión, no había monopolios y rentistas antes de los 70? ¿Acaso vivíamos en un modo de producción capitalista maravilloso, productivo, competitivo y equitativo en 1890, en los años 30, o en los 60? ¿Y por qué de repente surgió el capital financiero en los años 70, llevando incluso a un cambio en la medida del PIB para acomodarlo?

Mazzucato no ofrece ninguna explicación sobre por qué el capitalismo se ha vuelto cada vez más «improductivo» y «rentista». Pero la teoría del valor de Marx sí. Desde mediados de los 60 hasta principios de los 80 se produjo una aguda caída en la rentabilidad de los sectores productivos de las principales economías capitalistas. El capitalismo entró en el periodo conocido como «neoliberal» caracterizado por la destrucción del Estado del Bienestar, la represión y persecución sindical, la privatización, la globalización… y la financiarización. La financiarización (buscar obtener beneficios a partir de la compraventa de activos financieros usando nuevas formas de derivados financieros) se convirtió en un factor fundamental para contrarrestar esta caída en la rentabilidad. Para el capital, no se trataba de una cuestión de «elección», sino de necesidad, reducir el coste del gobierno y aumentar la rentabilidad, parcialmente a través de la especulación financiera y el rentismo monopolista.

En una entrevista en Bloomberg acerca de su nuevo libro, el presentador preguntó a Mazzucato como podría persuadir a los principales directivos de las grandes multinacionales para invertir de forma productiva e innovadora en lugar de comprar sus propias acciones para aumentar el precio de estas y pagar mayores dividendos a los accionistas (esto es, especulación financiera). Mazzucato respondió que se trataba de una cuestión de elección: algunas compañías invierten más de forma productiva, y otras no. Así que aparentemente, todo lo que tenemos que hacer es conseguir que estas compañías sean conscientes de su error.

Mazzucato defiende que el gobierno debería «inclinar la balanza a favor de los innovadores y los verdaderos creadores de valor». ¿Pero de verdad es eso posible en una economía dominada por el capital y los monopolios? La ciencia económica oficial sigue siendo mayoritariamente escéptica ante la posibilidad de que el gobierno pueda crear un valor para el capitalismo. En la review del libro, Martin Wolf del Financiatl Times comentaba que «Lo que me habría gustado ver en más profundidad, sin embargo, es una investigación que muestra cuándo y cómo crea valor el gobierno… ¿Cómo puede uno asegurarse de que los gobiernos de verdad añaden valor en vez de limitarse a extraerlo y malgastarlo? En su entusiasmo acerca del rol potencial del Estado, la autora infravalora significativamente los peligros de la incompetencia gubernamental y la corrupción».

En la presentación de su libro en la London School of Economics, Mazzucato ofreció el ejemplo de Brasil, donde, durante la crisis financiera global que coincidió con el gobierno de Lula, los bancos públicos se emplearon para invertir en proyectos que permitieran aumentar el empleo y la tecnología incluso cuando no fuera rentable (al menos a medio plazo). ¿Pero qué ocurrió? Las grandes empresas y el capital financiero (doméstico e internacional) atacaron rabiosamente esta política y su implementación a través del banco público brasileño de desarrollo por reducir los beneficios del sector financiero. Cuando Lula perdió el cargo, la política fue revertida.

Mariana Mazzucato no defiende una sustitución del capitalismo por otro sistema, ni tan siquiera de los monopolios rentistas, sino «la manera de reformarlo» para «reemplazar a este sistema parasitario actual con un tipo de capitalismo más sostenible, más simbiótico – que trabaje para todos». En su entrevista en televisión, habló de una «sociedad colaborativa entre gobierno, multinacionales y un ‘tercer sector'» (presumiblemente cooperativas sociales). No hizo ninguna referencia acerca de la nacionalización del sector financiero «parasitario», ni mucho menos de los monopolios «cortoplacistas» y «rentistas». En vez de eso, defiende una «sociedad colaborativa» entre gobierno, capital financiero y monopolios.

Personalmente, me parece una ilusión utópica imaginar que se puede convencer a los monopolios para que dejen de ser «cortoplacistas» e inviertan para aumentar la productividad y la innovación a largo plazo, si la rentabilidad en esa búsqueda de la productividad les parece demasiado baja a la que ofrece el capital financiero o el sector inmobiliario (si la rentabilidad fuera más elevada en la inversión productiva, lo harían por su propia cuenta). Desde luego, un gobierno de izquierdas debe en su lugar buscar la forma de reemplazar al gran capital con empresas públicas democráticamente gestionadas en los «sectores clave» de la economía. Esto sí permitiría sentar las bases para la innovación y el emprendimiento, y de este modo poner el valor de uso antes que el valor, el precio y el beneficio.

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