El capital de Costa-Gavras. ¿Cuándo perdimos nuestra vida?

El director greco-francés, Costa-Gavras, lanzó el pasado 2012 una nueva película con la que se ha ganado el aplauso de unos, pero la “crítica” -o, mejor dicho, una rabieta infantil- de un número importante de críticos y tertulianos de oficio.

Domingo Martos
Domingo Martos
Estudiante de Sociología y Derecho, Universidad Complutense de Madrid. Orgulloso ubetense.

El amor y odio que surge en torno a esta producción viene por su denuncia de los abusos que se producen en nuestras sociedades capitalistas. El capital de Costa-Gavras es una radiografía, entre la sátira y la crítica incisiva, del sector financiero, del capitalismo moderno; una película que nos muestra el poder, la capacidad y la posibilidad que tienen ciertos miembros de esta sociedad de gozar del todo, de poseer todo, de ser el centro de atención mientras la inmensa mayoría de hombres y mujeres gozan de la nada y poseen únicamente sus manos y cabezas para salir adelante día a día.

Entrando ya en cuestión, Costa-Gavras no sólo busca una película mantenida por un sensacionalismo amarillo en torno a los excesos de los ricos, como puede ser El Lobo de Wall Street, donde la única crítica es una parafernalia del abuso, de la vida de los millonarios y sus historias personales. Lo que esta película busca es una crítica sencilla y comprensible para la gran mayoría del público de cómo funciona realmente el mundo financiero, una muestra del desarrollo capitalista moderno. Si Charles Chaplin denunciaba el poder del capital industrial, Costa-Gavras recoge ese legado y nos desarrolla de forma muy simplificada el traspaso de poderes e influencia desde el capital industrial al capital financiero.

Vamos a ver tres grandes temas que resumen en gran medida las ideas fundamentales de la película: la mujer, el sector financiero y el paro.

La realidad de la mujer se materializa en dos papeles con características totalmente opuestas, pero que reflejan en parte a dos grupos importantes de mujeres de la clase burguesa y rica. Por un lado, Maud Baron (caracterizada por la actriz francesa Céline Sallette) es la mujer, esposa y madre que se enfrenta a los juicios de su marido -nuestro protagonista-, a una serie de leyes no escritas que la atan a una cínica sumisión como la obligación contraída por un amor ya extinto, a la idea de un matrimonio tan precario como la empleada de hogar que cuida del hijo de esta pareja. Ella es la muestra de una supuesta liberación femenina, tiene un puesto de trabajo, pero no por ello consigue escapar de la soga que su clase social le impone, de un aburrimiento privado, una cuerda que ya no la liga al cuidado de los hijos y del marido, pues para eso ya está la clase trabajadora que cuida de la casa, las argelinas que educan a sus hijos y los colegios privados que aportan los valores clasistas y elitistas que antes se desarrollaban en el hogar. Una mujer liberada económicamente, de cargas familiares, su único conflicto real es la necesidad de un marido, un compañero sincero, que no intente cubrir sus ansias de poder y aspiraciones de emperador en una falsa idea de “quiero más dinero para que tengamos mejor vida”, una mujer cansada de la vida burguesa, de las fiestas sin contenido, del dinero y la opulencia estéril; cansada del exceso.

Y en el otro extremo, la modelo Nassim (también modelo en la vida real, Liya Kebede). Ella encarna un elemento puramente comercial en la vida de estos superricos. La forma de mantener su vida y su influencia social es a través de la coacción de hombres ricos, padres de familia que cansados de la monogamia se pasan al lado del adulterio y la prostitución, tiburones que salen en busca de carne, seguros de su poder sobre la mujer por su posición económica. Hombres que se mueven por la vida como señores de la guerra, pero que caen ante los chantajes de esta modelo, vacía por dentro, sin familia, amigos o propia vida; una mujer rota por el mercado, por la industria del cuerpo.

[…] Ahí está la respuesta a todos los griteríos de los moralistas burgueses sobre la comunidad de mujeres que quieren, al parecer, introducir los comunistas. La comunidad de mujeres es un fenómeno que pertenece únicamente a la sociedad burguesa y que se cumple hoy día con la prostitución1.

Llegamos al grueso de El capital de Costa-Gavras, la crítica al sector financiero. Es triste, pero en España conocemos bien el poder del sector financiero a la hora de dictar las políticas. Costa-Gavras representa este poder en su película a través de su protagonista, Marc Tourneuil (Gad Elmaleh), el brazo derecho de un gran magnate de las finanzas, el dueño y señor de uno de los mayores bancos franceses – en la ficción-. Tras la muerte de este, Marc accede a su cargo, pasando de ser un economista más, a firmar pactos y acuerdos en las playas de Miami, viajando por medio mundo haciendo y deshaciendo a su antojo, sin ningún tipo de contrapoder institucional que le ponga freno, que se encargue de poner ese capital al servicio de la mayoría y no de los beneficios de un grupo de accionistas y directores de las grandes firmas bancarias. Se dibuja claramente como los nuevos reyes ya no son los burgueses al mando de plantas e industrias pesadas, sino que la gran parte de las decisiones que repercuten más tarde en la industria se llevan a cabo en los centros financieros. Unas decisiones marcadas por el sentido cortoplacista de estos, pues sus inversiones se dan en tanto que el beneficio vuelva a ellos en un plazo breve de tiempo, característica básica para seguir adelante con sus juegos de especulación, compraventa de acciones, financiación de empresas o activos financieros.

Finalmente, pero de lo más interesante, es la trama que se genera cuando Marc sume a su banco en una profunda “reorganización” de la plantilla, lanzando un ERE que dejará fuera a miles de trabajadores de todo el mundo, cerrando sucursales y mandando al paro y la precariedad a un elevado porcentaje de la plantilla. Se nos presenta aquí la falta de soberanía que tienen los trabajadores en su propia vida. Una carencia que, como indica el sociólogo Vivek Chibber, nos expone a un mundo donde no poseemos ningún tipo de control sobre nuestro presente y futuro, una existencia marcada por la dirección de la empresa, por su control de nuestro puesto de trabajo -que no es otra cosa que nuestro sustento de vida- a la espera de lo que ellos quieran, aquello que sus beneficios privados les dicten.

Sin duda, El capital de Costa-Gavras viene a contestar la pregunta que muchos de nosotros nos hacemos cada día, cada vez que nos enfrentamos a un finiquito de la empresa, a un ERE, a la falta de acceder a una buena educación o sanidad, a unas vacaciones dignas: ¿cuándo perdimos nuestra vida?, una pregunta que muchos se afanan por contestar de forma privada, individual, llegando al único puerto posible con esta vía: la frustración, la autoflagelación y la pérdida de la fuerza necesaria para continuar en esta vida, que no es otra cosa que una lucha sin cuartel. En cambio, si nuestra óptica cambia, si abrazamos la causa de nuestro vecino, de nuestra compañera, del resto de miembros de la plantilla de nuestras empresas, si pasamos de una posición individual a colectiva, y definimos quiénes son ELLOS y quiénes somos NOSOTROS, nos daremos cuenta de que la resignación o la frustración no son los únicos relatos posibles, que hay alternativas, que tenemos la capacidad de cambiarlo todo, de superar la precariedad y el miedo al futuro. Siendo el sostén de nuestras sociedades, el trabajador no tiene más importancia para sus empleadores que la máquina o la oficina donde este trabaja; siendo el centro de producción de la riqueza social, los empleados quedan relegados socialmente a la marginalidad, a un segundo plano. Sin embargo, la historia no vive sentada, no es estática; para acabar con este dolor de rodillas que tiene nuestra sociedad de tanto agacharse ante burgueses y superricos, la historia nos dice que debemos coger fuerza para ese salto que hará de la mayoría social, sus trabajadores, el nuevo centro de decisión, poder y gestión de la riqueza que nosotros producimos, que nosotros transportamos, diseñamos y vendemos.

Notas

  1. Friedrich Engels, “Principios del Comunismo”.

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