Mucho se ha escrito ya sobre la situación del país andino que está viviendo una de sus peores crisis. Por desgracia, la inestabilidad social y política es una seña de identidad de muchos países de Latinoamérica, consecuencia, principalmente de los difíciles procesos de descolonización y lucha por la soberanía popular.
Durante casi catorce años, sin embargo, Bolivia ha experimentado un pasaje distinto de su historia. Durante casi catorce años han cambiado los planteamientos y postulados sobre los cuales se había edificado la sociedad boliviana hasta la llegada del MAS y Evo Morales al Gobierno.
Dejo para los expertos de los distintos ámbitos la narración profunda y estadística de cómo Bolivia se ha convertido en un país distinto. Un país que ahora sí refleja de forma más nítida y certera su verdadera esencia. Es posible que la Constitución aprobada en 2009 sea el hito más importante de la historia boliviana desde el “grito” de independencia el 6 de agosto de 1825.

Y es que la proclamación del “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional, Comunitario libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías. Además, adopta para su gobierno la forma democrática participativa, representativa y comunitaria, con equivalencia de condiciones entre hombres y mujeres” es un acontecimiento de una magnitud difícil de medir. Supone el reconocimiento total de la composición real e histórica del pueblo boliviano, de la mayoría indígena y descendiente de los pueblos originarios.
Esa nueva carta magna no llegó de cualquier manera, llegó de mano de una mayoría popular y democrática hasta 2006 pisoteada por los diferentes representantes políticos al servicio de los superricos. Los mismos que se jactaban de ser blancos en un país de indios, los mismos que se estrechaban las manos con las multinacionales que saqueaban el país, los mismos que arrastraron a Bolivia y sus gentes por el fango de la pobreza extrema, el analfabetismo, poniendo en práctica un racismo y clasismo atroces.
Contra todo esto ha peleado el Gobierno del MAS durante sus mandatos. En sincronía con el pueblo y convirtiéndose en referente para muchos otros países del mundo. Y no es fácil representar a los pueblos originarios con sus costumbres, tradiciones y asentamientos a la vez que impulsar el desarrollo económico, industrial y social de la ciudad y el campo, de obreros y campesinos. Aun con los errores cometidos, priman los aciertos, priman el progreso y el proyecto ascendente de país.
La Bolivia de Evo no es la obra de un solo hombre ni de un gobierno, es la obra de una mayoría que hasta entonces fue tratada y considerada ciudadanía de segunda, por debajo y al servicio de las élites patrias y los grupos empresariales extranjeros.
Evo el líder sindical, Evo el obrero arremangado, Evo el descendiente aymara. Evo el presidente que ha representado el mosaico real de lo que es Bolivia. La Bolivia mayoritaria, indígena, obrera, campesina, humilde. No la de los magnates semi-europeos de Santa Cruz que permitían que la inmensidad de la riqueza se fugase, que los yacimientos y los hidrocarburos fuesen explotados para el beneficio de una minoría oligárquica.
Quienes se comportaron durante décadas como los saqueadores hispanos que vaciaron los cerros y las minas de metales preciosos hace siglos, han visto ante sus ojos florecer una Bolivia soberana, plurinacional, progresista y democrática. La Bolivia que ha luchado contra la desigualdad social, que ha aunado las fuerzas de los de abajo para construir un país próspero, cohesionado y con miras al futuro.
Mientras ellos vendían la patria, Evo y el MAS, al frente del resto del pueblo, han puesto el país a funcionar sobre bases bien distintas. La política de nacionalizaciones ha sido la piedra angular del desarrollo económico, llegando a hablarse en Latinoamérica del “milagro económico boliviano”. Y es que cuando la riqueza se pone al servicio del interés general y este interés general converge con las necesidades de la mayoría social, el resultado es la mejora profunda de la vida.

Y esto es, precisamente, lo que no perdonan los golpistas, los que han vuelto a reeditar las peores prácticas antidemocráticas. Las mismas de su conciudadano el General Hugo Banzer Suárez, el peor Gobierno Militar de la historia reciente del país.
En catorce años nunca el Gobierno del MAS movilizó a las fuerzas armadas ni desplegó a los tanques por las calles. El nuevo y autoproclamado gobierno no ha tardado en dictaminar decretos que liberaban a las fuerzas armadas de responsabilidad penal en el ejercicio del restablecimiento del orden constitucional. Ese orden que ellos mismos han destrozado, provocando una espiral de violencia en el país que ya ha dejado al menos veintitrés muertos y más de setecientos heridos.
Los fanáticos católicos, como la autoproclamada presidenta de la República Jaenine Añez, que tomaron las instituciones con una Biblia del tamaño de una puerta para acabar con los ritos indígenas y devolver Bolivia a Dios, tenían claro incluso antes de las elecciones del 20 de octubre que iban a poner fin a lo que para ellos ha supuesto un “intervalo” inadmisible, donde el país había dejado de ser un cortijo particular.
El periodista Javier Tolcachier expresaba así la disputa electoral: “En estas elecciones, frente al presidente de origen humilde, se presenta una oposición que deja entrever a qué futuro quisiera llevar al país. Un futuro/pasado neoliberal, extranjerizado y servil, de regresión de derechos y oportunidades para las mayorías. Un futuro ya ocurrido, conocido con inmenso dolor por los sectores populares.”
Hago mías estas declaraciones. Evo Morales y el MAS son la expresión de un pueblo, o mejor dicho, de los pueblos que hace 194 años tomaron el destino del país en sus manos y le otorgaron el honor eterno de denominarse Bolivia, para orgullo de Simón Bolívar. Por eso han salido masivamente a las calles y han marchado hacia la capital. Para evitar volver al pasado, a los tiempos oscuros. A los tiempos del robo sistemático de la riqueza estatal, de la supremacía de los “fachos blancos”, del desprecio de los pueblos originarios que son la principal masa poblacional de Bolivia y de la sumisión a las grandes potencias que ante una nueva recesión económica buscan redoblar el dominio sobre el mundo.
Por eso luchan. Porque ya han vislumbrado el país que quieren y no es el de los golpistas.
