No faltan razones de peso para considerar que UP ha cometido un error al entrar a gobernar con el PSOE, pero se puede añadir que es un “error” con matices. Matices tan insignificantes como que muy probablemente UP no tenía posibilidad de hacer otra cosa. En el mundo real, quiero decir. Voy a explicar brevemente por qué digo esto.
Primero de todo. Cuando hablo de UP, me estoy refiriendo al ecosistema de partidos, movimientos sociales, activistas e intelectuales que giran en torno a Podemos y las candidaturas impulsadas por este partido: Podemos sería el hegemón en un bloque más o menos cohesionado del que forman parte organizaciones como IU, Anticapitalistas y otros grupos. En torno a esto hay una galaxia de movimientos sociales con diversos grados de arraigo, sectores de los sindicatos, etc…
En el ecosistema UP hay contradicciones internas, algunas muy intensas, pero en general, hay bastante cohesión en la idea de que “para cambiar las cosas hay que gobernar”, entendiendo gobernar (estar en el gobierno, ocupar ministerios, etc…) como sinónimo de poder, o de una parte importante del poder. Una visión un tanto ingenua que sobrevalora las capacidades de una parte de la administración del Estado frente a otras de dudosa representatividad democrática (ahí tenemos el aperitivo de la JEC en estos días) y los poderes fácticos que tienen el control sobre la economía y otras esferas.
Otra idea que tiene mucho peso, casi podríamos decir que está en el ADN del grupo fundador de Podemos, es la de obtener el arraigo de masas que no tienen desde la institución. Esta idea se inspira en los recientes procesos de transformación social de América Latina, como Venezuela o Argentina, y las teorías de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Vendría a decir que, en ausencia de un movimiento de masas sólido y organizado, se pueden usar las instituciones del Estado para activar procesos de movilización social de masas extraparlamentarios.
A pesar de que muchos guardianes de la pureza llevan acusando a UP de traición desde el inicio de las negociaciones, en realidad no está traicionando nada. Al contrario, entrando en el gobierno con el PSOE, está siendo fiel a sus concepciones ideológicas, estratégicas y tácticas más profundas. A esto hay que añadir que, muy probablemente, si UP no hubiese buscado activamente la entrada de sus dirigentes en el gobierno con el PSOE, habría sufrido tensiones internas muy grandes, que podrían romper el ecosistema (lo de Más País fue un aperitivo de esto).
Son estas cosas las que me llevan a afirmar que UP no tenía mucha más alternativa que entrar en el Gobierno. Sin embargo, esto no es muestra de las virtudes del proyecto, al contrario, saca a la luz las debilidades estructurales y las limitaciones tácticas de un proyecto que, cuando la recuperación económica empezó a vaciar las plazas y se agotó la dinámica espontánea del movimiento 15M (a lo que hay sumar las contradicciones y las meteduras de pata), se vio seriamente limitado para mantener su impulso electoral.
Un programa social-liberal de resistencia
El programa de gobierno, en resumen, es lo que podríamos denominar un programa socialdemócrata moderado defensivo. Es decir, es social-liberal, pero de verdad. No social-liberal de nombre y luego neoliberal de facto, que es a lo que nos tiene acostumbrados el PSOE.
En política económica todo el peso recae en fiscalidad y acción regulatoria. No se toca la propiedad privada de medios de producción, salvo la típica referencia que habla de fomentar la economía social y el cooperativismo.
De iniciativa empresarial pública nada. Se habla de utilizar recursos públicos para evitar deslocalizaciones y reindustrialización de comarcas, pero redactado de forma tan ambigua que cabe tanto la compra de acciones por parte de los organismos del Estado (SEPI) como la política soft-core que el PSOE ha llevado a cabo hasta ahora: subvenciones, ayudas, bonificaciones y mediación entre empresarios y trabajadores cuando hay conflictos. Lo que desde luego ni está ni se le espera es la expropiación ni nada que se le parezca.
Lo bueno de este acuerdo es que va, si no a derogar completamente, sí a eliminar aspectos de la Reforma Laboral del 2012 que desequilibraban mucho la balanza de poder en las empresas a favor de los empresarios. Esto fortalecería la posición de los sindicatos, recuperando los aspectos de negociación colectiva que eliminó la reforma laboral del PP. Es por esta razón que los sindicatos son tan favorables al acuerdo de gobierno, ya que probablemente quieran que esto se aplique cuanto antes.
En cuanto a derechos democráticos, el acuerdo se plantea pacificar el conflicto catalán, derogar la «ley mordaza», terminar de incorporar a la ley reivindicaciones feministas sobre los delitos sexuales (convenio de Estambul), fomentar la igualdad entre los sexos (más en la línea del feminismo del PSOE que en los términos queer en los que se mueven ciertos lobbies influyentes en UP) y revisar sentencias de los juzgados y organismos franquistas que tuviesen un carácter político e ideológico. También se plantea establecer dos días para conmemorar a las víctimas de la represión y a los exiliados.
Este último detalle sobre las sentencias franquistas puede abrir la puerta a reclamaciones de patrimonio a las empresas y personas que se beneficiaron de las incautaciones del franquismo. Un terremoto político si se lleva hasta sus últimas consecuencias en los tribunales. Las medidas sobre memoria histórica pueden ayudar a debilitar al franquismo sociológico, aunque habrá que ver si la ejecución de todo ello va más allá de lo simbólico.
Un flanco débil del programa de gobierno es que hay mucho contenido que depende de aumentar gasto público, sin que las subidas de impuestos propuestas garanticen su financiación. Ante las subidas de impuestos la burguesía puede optar por la fuga de capitales y las huelgas de inversión. Lo mismo ocurre con las regulaciones como el precio máximo del alquiler o la subida del SMI. Los empresarios y propietarios pueden optar por sacar viviendas del mercado o usar empleo en negro. El programa habla de reforzar la inspección de trabajo (cuerpo del que se deberían sacar plazas de forma masiva para que esto fuese creíble), lo que unido al fortalecimiento del poder sindical podría garantizar el cumplimiento en gran parte de las medidas laborales, pero seguimos teniendo el problema de la fuga de capitales o la desinversión, sin que ninguna iniciativa pública lo contrarreste.
Tampoco se atisba actitud desafiante alguna frente a la Unión Europea. Más bien al contrario, se transmite la idea de que este gobierno podría servir de ejemplo para dar un giro a la política de la misma. Una visión ingenua, teniendo en cuenta que el fomento y la potenciación de la libre circulación de capitales y el dumping social está en el corazón mismo de los Tratados de la Unión tras 40 años de integración europea.
Desde 2008, hemos venido encadenando gobiernos que se situaban por completo y sin tapujos en el bando de los superricos. Por primera vez en muchos años, tenemos un gobierno que, al menos, oscila entre el campo de los superricos y el de la mayoría social: la alegría y la ilusión son naturales y comprensibles. Ahora bien, a medida que se desarrollen los acontecimientos se verán las limitaciones y la falta de políticas serias para impulsar contrapesos democráticos en la economía, es decir, cuestionar de alguna forma la propiedad privada (aunque sea tímidamente) de los medios de producción. Pero tampoco contiene, sobre el papel, medidas reaccionarias.
Ahora bien, sería muy raro que durante el tiempo que dure el pacto de gobierno, cada una de las partes no intente impulsar otras medidas que no vienen en el programa de gobierno. Y sería muy difícil que no haya circunstancias sobrevenidas (como, por ejemplo, el comienzo de una recesión económica) que obliguen a tomar otras medidas no contempladas en el pacto. ¿Se mantendrá firme UP en esos momentos? ¿O se doblegará a la gobernabilidad? Está por ver.
Un producto de las correlaciones
Por ahora, en España no se mete a nadie en la cárcel por usar el materialismo histórico para analizar las cosas. Los marxistas pensamos que los cambios sociales no ocurren como consecuencia de leyes, tratados y acuerdos, sino que estos son consecuencia de los primeros.
Este gobierno, y el programa en el que se basa, es producto de las correlaciones de fuerzas realmente existentes en la sociedad española. No me refiero al número de diputados. Hablo de lo que hay más abajo en la sociedad que ha hecho que los números parlamentarios sean los que son; que la situación social sea la que es; que la capacidad de presión extraparlamentaria de los distintos actores sea la que es; y que la realidad internacional sea la que es. En definitiva, de la dialéctica de las clases sociales en España a día de hoy y durante los últimos años.
Hemos llegado hasta este pacto de gobierno y este limitado programa gracias a (y a pesar de):
- Un partido digital-líquido en la dirección del movimiento popular. El ecosistema UP es una organización sin arraigo y con poca o nula estructura militante y de cuadros con preparación política suficiente sobre el terreno. Con fuertes contradicciones en su seno, y con una doctrina estratégica y táctica fundamentalmente populista. UP está más cerca de una serie de gabinetes electorales confederados que de un partido clásico en el sentido de los partidos de la Segunda y Tercera Internacional. El PSOE nos lleva muchísima ventaja en esto.
- Un clima de desmovilización social desde 2014, momento en el que empieza la tibia recuperación económica tras la crisis. En el mundillo militante no nos damos cuenta, pero entre la gente normal, el hecho de que salgan las esperadas oposiciones, o que aparezca un contrato de trabajo de seis meses para ir tirando o un plan de empleo, tiene mucho peso en la percepción de la gravedad de la situación política y social. Estos detalles son los que marcan la diferencia entre no ver futuro alguno o ver la luz al final del túnel. Las plazas se vaciaron por esto, no por la aparición de Podemos. Y esa desmovilización sigue estando presente y es el factor fundamental de la pérdida de apoyo electoral de UP.
- Por último, hay una batalla ideológica que llevamos perdiendo desde los años 70, la batalla contra el neoliberalismo, que nos ha asestado un golpe brutal, incluso dentro de nuestras propias filas. Hoy en día, la ideología dominante entre las masas populares, y entre la gente de clase trabajadora no es la socialdemocracia, sino el social-liberalismo. Los social-liberales son conscientes de que el capitalismo genera grandes distorsiones sociales y deja víctimas a su paso, pero, al mismo tiempo, piensan que no hay una alternativa a la hegemonía del capital privado en la económica y a los modos de gestión asociados al mismo. Esto les lleva a apoyar programas de amortiguación de los desequilibrios, como los servicios públicos, las ayudas al pequeño capitalismo, el estado del bienestar, etc… “No hay que nacionalizar las eléctricas, pero demos un bono a los más pobres y excluidos para que no les corten la luz” ejemplificaría este tipo de pensamiento.
Tal y como está el panorama, este programa de gobierno es lo máximo que da de sí la izquierda no neoliberal española, con su nivel ideológico, con su nivel de organización, con su mayor o menor arraigo entre las masas. Pedirle más peras al olmo es una concepción idealista, fuera de la realidad e infantil.
Caer en la autocomplacencia o en el pesimismo es un error, la conducta habitual de los seres racionales es buscar la solución a los problemas cuando se detecta que los hay. Nuestro país tiene serios problemas que este gobierno no va a poder solucionar aunque quiera hacerlo. Y quienes pensamos que el país necesita una forma de organización económica y social totalmente diferente, basada en la democracia ampliada y la socialización de los medios de producción, también tenemos serios problemas.
Los marxistas tenemos ante nosotros un reto ineludible. ¿Cómo hacer que la correlación de fuerzas actual mejore hasta el punto de que seamos capaces de ir mucho más allá de lo que se puede ir hoy? Esto nos debe llevar a una profunda reflexión sobre la táctica general de la izquierda no neoliberal en España, de toda, la que está dentro y la que está fuera de UP. Abordaremos este asunto en el próximo artículo.
La única alternativa que conocemos, me parece, es el socialismo real. Hay que estudiar y explicar a la gente los inmensos logros de la URSS, sobre todo en el periodo 1917-1953. Hay que desmitificar a Stalin, embarrado primero por Trotsky, luego por los nazis y finalmente, por la propaganda norteamericana de la guerra fría.
Es imperioso leer obras como las de Ludo Martens («Otra mirada sobre Stalin», PDF en la web), y para el que sabe inglés, las recientes publicaciones de Grover Furr, que demuestran que no hay evidencias de un solo crimen cometido por Stalin. Eso nos permite ver a una luz completamente nueva los logros heroicos de los pueblos de la URSS, contra toda agresión imperialista.
Una advertencia: esta no es tarea para cobardes intelectuales, que prefieren quedar bien con todos, sino para gente realmente interesada en la Historia y en poder ofrecer una alternativa real al neoliberalismo esclavizante.