- Publicación original: Michael Roberts – It was the virus that did it – 15 de marzo de 2020.
- Traducción: Observatorio de la crisis, La Mayoría
Mientras escribo, la pandemia de coronavirus aún no ha alcanzado su pico. Aunque aparentemente comenzó en China (hay pruebas de que puede haber comenzado en otros lugares), ahora se ha extendido por todo el mundo. En estos momentos el número de infecciones es mayor fuera de China que dentro de esa nación. Los casos en China se han detenido; en otros lugares todavía aumentan exponencialmente.

Esta crisis biológica ha creado pánico en los mercados financieros. Los mercados bursátiles se han desplomado hasta un 30% en el espacio de un par de semanas. El mundo de fantasía que vivían los activos financieros – financiados por préstamos de costo casi cero – ha terminado.
El COVID-19 parece ser una «incógnita desconocida», como el «cisne negro» que produjo el colapso financiero mundial que desencadenó la Gran Recesión hace más de diez años. Pero el COVID-19, al igual que ese colapso financiero, no ha salido de la nada. No es un «shock» exógeno en una economía que al margen de el, crece armoniosaente.
Incluso antes de que ocurriera la pandemia, en la mayoría de las principales economías capitalistas, ya sea en el llamado mundo desarrollado o en las economías «en desarrollo» del «Sur Global», la actividad económica se estaba frenando, y algunas economías ya se contraían en la producción nacional y en la inversión, y muchas otras estaban al borde de esto.

El COVID-19 ha sido el punto de inflexión. Quizás, una analogía apropiada es imaginar la construcción de montón de arena hasta un pico; entonces la arena necesariamente comienzan a resbalar por la pendiente … hasta que con un solo grano de arena más toda la construcción se desmorona.
Si usted es un post-keynesiano podría llamar a esto un «momento Minsky», en honor a Hyman Minsky, quien argumentó que el capitalismo parece ser estable hasta que deja de serlo, porque la estabilidad engendra inestabilidad. Un marxista diría: sí, hay inestabilidad pero esa inestabilidad se convierte en una avalancha periódicamente debido a las contradicciones subyacentes en el modo de producción capitalista, que existe sólo para obtener beneficios.

Además, el COVID-19 no era una «incógnita desconocida». A principios de 2018, durante una reunión en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, un grupo de expertos (el R&D Blueprint) acuñó el término «Enfermedad X». Estos especialistas predijeron que la próxima pandemia sería causada por un nuevo patógeno desconocido que aún no había entrado en contacto con la población humana. La Enfermedad X probablemente sería el resultado de un virus originado en animales y surgiría en algún lugar del planeta en el cual el desarrollo económico provocase el contacto entre las personas y la vida salvaje.
La Enfermedad X se confundiría probablemente con otras enfermedades – en las primeras fases del brote – y se extendería silenciosamente utilizando las redes de transporte y comercio de los seres humanos. Con rapidez llegaría a múltiples países e impediría una contención eficaz. La Enfermedad X tendría una tasa de mortalidad superior a la gripe estacional, pero se propagaría tan fácilmente como la gripe. Sacudiría los mercados financieros antes de alcanzar la condición de pandemia. En resumen, la Covid-19 es la Enfermedad X definida por los expertos de la OMS.
Como ha argumentado el biólogo socialista Rob Wallace, las plagas no sólo son parte de nuestra cultura, sino que también son causadas por ella. La Peste Negra se extendió por Europa a mediados del siglo XIV con el crecimiento del comercio a lo largo de la Ruta de la Seda. Nuevas cepas de gripe han surgido con la ganadería masiva; el Ébola, el SARS, el MERS y ahora el Covid-19 han sido vinculados a la vida silvestre.
A menudo las pandemias comienzan como virus en los animales que saltan a la gente cuando establecemos contacto con ellos. Estos efectos secundarios están aumentando exponencialmente a medida que nuestra huella ecológica nos acerca a la vida silvestre en áreas remotas y el comercio de vida silvestre lleva a estos animales a los centros urbanos. La construcción de carreteras, la deforestación, el desbroce de tierras y el desarrollo agrícola sin precedentes, así como los viajes y el comercio globalizados, nos exponen sobremanera a los patógenos como los virus corona.
Hay una discusión absurda entre los principales economistas sobre si el impacto económico de COVID-19 es un «shock de oferta» o un «shock de demanda». La escuela neoclásica dice que es un shock de la oferta porque detiene la producción; los keynesianos argumentan que es un shock de la demanda porque la gente y las empresas no gastarán en viajes, servicios, etc.
Pero en primer lugar, como he explicado anteriormente, en absoluto es un «shock» sino el resultado inevitable del impulso del capital para obtener ganancias en la agricultura y la naturaleza y del estado ya débil de la producción capitalista en 2020.
Y en segundo lugar, comienza con la oferta, no con la demanda como sostienen los keynesianos. Como dijo Marx: «Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en unas semanas, si dejara de trabajar. » (Carta de K. Marx a Kugelmann, Londres, 11 de julio de 1868).
Es la producción, el comercio y la inversión lo que primero se detiene cuando las tiendas, escuelas y negocios se cierran para contener la pandemia. Por supuesto, entonces la gente no puede trabajar y los negocios no pueden vender, los ingresos caen y el gasto se derrumba. Todo esto produce un «shock de demanda». De hecho, así sucede con todas las crisis capitalistas: empiezan con una contracción de la oferta y terminan con una caída del consumo, y no al revés.
He aquí una visión general (y precisa) de la anatomía de las crisis.

Algunos optimistas en el mundo financiero argumentan que la conmoción de COVID-19 en los mercados bursátiles terminará como la crisis del 19 de octubre de 1987. En ese Lunes Negro el mercado de valores se desplomó muy rápidamente, incluso más que ahora, pero en pocos meses volvió a subir.
El actual Secretario del Tesoro de los EE.UU. Steven Mnuchin está seguro de que el pánico financiero terminará como en 1987: «Sabes, recuerdo a las personas que compraron acciones después del colapso en 1987, las personas que compraron acciones después de la crisis financiera», y añade que «Para los inversores a largo plazo, esta será una gran oportunidad de inversión». «Este es un problema a corto plazo. Pueden pasar un par de meses, pero vamos a superar esto y la economía será más fuerte que nunca», dice el Secretario del Tesoro.
Los comentarios de Mnuchin fueron repetidos por Larry Kudlow, asesor económico de la Casa Blanca, que instó a los inversores a aprovechar el tambaleante mercado de valores en medio de los temores al coronavirus : «los inversionistas a largo plazo deberían pensar seriamente en comprar durante estas caídas», y describió el estado de la econoía estadounidense como «sólida».
Kudlow realmente repitió lo mismo que dijo justo dos semanas antes de la crisis financiera mundial de septiembre de 2008: «para aquellos que preferimos mirar hacia adelante, a través del parabrisas, las perspectivas para las acciones son cada vez mejores.»
La culpa del desplome de 1987 se achacó al aumento de las hostilidades en el Golfo Pérsico, que provocó una subida de los precios del petróleo, al miedo a la subida de los tipos de interés, a un mercado alcista (con cinco años sin una corrección) y a la introducción del comercio bursatil informatizado. Como la economía estaba fundamentalmente «sana», la crisis no duró.
En ese año la rentabilidad del capital en las principales economías iba en aumento y no llegó a un punto máximo a finales de los años noventa (aunque hubo una depresión 1991). Fue lo que Marx llamó un «crash financiero puro» , debido a la inestabilidad inherente de los mercados especulatios de capital.
Pero este no es el caso en 2020. Esta vez el colapso del mercado de valores será seguido por una recesión económica como en 2008 porque (como he argumentado en posts anteriores) ahora la rentabilidad del capital es baja y la evolución de los beneficios globales, en el mejor de los casos, está paralizada, incluso antes que COVID-19 entrara en erupción. El comercio y la inversión mundiales han estado cayendo, no aumentando. Los precios del petróleo se han derrumbado, no han aumentado. Y el impacto económico de COVID-19 se produjo primero en la cadena de suministros, no en mercados financieros inestables.
¿Cuál será la magnitud de la caída que se avecina?
En un excelente artículo de Pierre-Olivier Gourinchas se explica gráficamente el comportamiento de la salud publica durante una pandemia. Veamos. Si no se toma ninguna medida, la pandemia toma la forma de una curva (línea roja) que lleva a un gran número de contaminados y de muertes. Con acciones como los confinamientos y el aislamiento social, el pico de la curva (línea azul) puede retrasarse y moderarse y la pandemia se extiende durante más tiempo. Esto supuestamente reduce el ritmo de la infección y el número de muertes.

La política de salud pública debe tener por objeto «aplanar la curva» imponiendo medidas drásticas de distanciamiento social y promoviendo prácticas sanitarias para reducir la tasa de transmisión.
Actualmente Italia está siguiendo el enfoque chino de confinamiento total, aunque pueden estar cerrando las puertas del establo después que el virus se haya escapado. El Reino Unido tiene un enfoque muy arriesgado de auto-aislamiento para los vulnerables y permitiendo que los jóvenes y los sanos se infecten para crear la llamada «inmunidad de rebaño» y evitar que el sistema de salud se vea desbordado.
El enfoque inglés significa básicamente descartar a los ancianos y a los vulnerables porque si se infectan van a morir de todos modos. Con esto las autoridades conservadoras inglesas pretender evitar un bloqueo total de la economía que dañaría los beneficios de las empresas. Por el momento el enfoque de los Estados Unidos es parecido: no hacer nada, no hacer pruebas masivas, no auto-aislarse, no cerrar los eventos públicos; esperar a que la gente se enferme y luego ocuparse de los casos graves.
Podríamos llamar a este enfoque la respuesta Maltusiana. El más reaccionario de los economistas clásicos de principios del siglo XIX fue el reverendo Thomas Malthus, que esencialmente sostuvo que había demasiados pobres «improductivos» en el mundo, por tanto las plagas y las enfermedades eran necesarias e inevitables para hacer las economías más productivas.
El periodista conservador británico Jeremy Warner acaba de argumentar esto sobre la pandemia del Covid-19 la cual «mata principalmente a los ancianos». «Hablando en plata, desde una perspectiva económica totalmente fría, la COVID-19 podría incluso resultar ligeramente beneficiosa a largo plazo mediante la eliminación desproporcionada de los ancianos dependientes». Respondiendo a las crítica por sus afirmaciones dijo: «Obviamente, para los afectados es una tragedia humana, sea cual sea la edad, pero se trataba de un artículo sobre economía, no sobre el conjunto de las miserias humanas». Por este tipo de opiniones a principios del siglo XIX Marx llamó a la economía “la filosofía de la miseria”.

La razón por la que los gobiernos de los Estados Unidos y el Reino Unido no imponen (todavía) medidas draconianas, como lo hizo China y ahora Italia (tardíamente) es porque inevitablemente se empinará la curva de una recesión macroeconómica.
En China o en Italia el aumento de las medidas de distanciamiento social ha requerido el cierre de escuelas, universidades, negocios no esenciales, y el confinamiento de la mayoría de la población en sus domicilios.
Pero, aunque algunas personas pueden trabajar desde casa, esto sigue siendo una pequeña fracción de la fuerza laboral total. Incluso si trabajar desde el hogar es una opción, la interrupción a corto plazo de las rutinas laborales y familiares es muy grande, y con toda probabilidad afectará la producción. En resumen, la mejor política de salud pública sumerge a la economía en un repentino parón. El shock de la oferta.
El daño económico sería considerable. Gourinchas intenta modelar el impacto. A partir de una línea de base el escenario más probable es que las medidas de contención reduzcan la actividad económica en un 50% el primer mes y en un 25% el segundo mes. «Este escenario, explica Gourinchas, asestaría un brutal golpe a las cifras principales del PIB, provocaría una disminución de la producción del orden del 6,5%. Y un cierre del 25% de la actividad en el segundo mes ¡haría disminuir la producción anual (realtivo al año anterior) en casi el 10%!» A efectos de comparación, la disminución de la producción en los EEUU durante la «Gran Recesión» de 2008-09 fue de alrededor del 4,5%. Gourinchas concluye que «estamos a punto de ser testigos de un descenso que podría empequeñecer la Gran Recesión».
En el punto álgido de la Gran Recesión, la economía estadounidense estaba perdiendo puestos de trabajo a un ritmo de 800.000 trabajadores al mes, pero a pesar de estas cifras la gran mayoría de la gente estaba empleada y trabajando. La tasa de desempleo llegó a un máximo de «sólo» el 10%. Por el contrario, el coronavirus está creando una situación en la que – por un breve período de tiempo – el 50% o más de las personas no pueden trabajar. El impacto en la actividad económica es comparativamente mucho mayor.
El resultado es que la economía, al igual que el sistema de salud, se enfrenta a un problema de «aplanamiento de la curva». La curva roja muestra la producción perdida durante una fuerte e intensa caída, amplificada por las decisiones económicas de millones de agentes económicos que intentan protegerse recortando el gasto, dejando de lado la inversión, reduciendo el crédito y, en general, agazapándose.

¿Qué hacer para aplanar la curva?
Bueno, los bancos centrales pueden y están proporcionando liquidez de emergencia al sector financiero. Los gobiernos pueden desplegar medidas fiscales discrecionales y específicas o realizar programas para apoyar la actividad económica.
Estas medidas podrían ayudar a «aplanar la curva económica», por ejemplo, limitar la pérdida económica, como en la curva azul, manteniendo a los trabajadores pagados y empleados, de manera que puedan cumplir con las facturas o que las facturas se retrasen o se cancelen durante un período. Las pequeñas empresas podrían ser financiadas para soportar la tormenta y los bancos rescatados, como en la Gran Recesión del 2008 .
Pero una crisis financiera sigue siendo un alto riesgo. En los Estados Unidos, la deuda corporativa ha aumentado y se concentra en bonos emitidos por las empresas más débiles (BBB o inferior).

Y el sector de la energía está siendo golpeado con un doble bastonazo, ya que los precios del petróleo se han desplomado. Las primas de riesgo de los bonos (el costo de los préstamos) se han disparado en los sectores de la energía y el transporte.

La flexibilización monetaria no será suficiente para aplanar la curva. Los tipos de interés de los bancos centrales ya están cerca, o por debajo, de cero. Y las enormes inyecciones de crédito o dinero en el sistema bancario serán como «empujar una cuerda», necesariamente se doblará, pero su efecto sobre la producción y la inversión será insuficiente. La financiación barata no acelerará las cadenas de suministros ni hará que la gente quiera viajar de nuevo. Tampoco ayudará a las ganancias corporativas si los clientes no están gastando.

La principal mitigación económica tendrá que venir de la política fiscal. Los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial han ofrecido 50.000 millones de dólares. Los gobiernos nacionales están lanzando programas de estímulo fiscal. El Reino Unido anunció un gran gasto en su último presupuesto y el Congreso de los Estados Unidos ha acordado un gasto de emergencia.
Pero, ¿será suficiente para aplanar la curva si dos meses de cierre hacen retroceder a la mayoría de las economías en un asombroso 10% ?
Ninguno de los paquetes fiscales actuales se acerca al 10% del PIB. De hecho, en la Gran Recesión, sólo China facilitó esa cantidad. Las propuestas del gobierno del Reino Unido ascienden a sólo el 1,5% del PIB, mientras que las de Italia son del 1,4% y las de EE.UU. a menos del 1%.
Existe la posibilidad de que a finales de abril hayamos visto el número total de casos llegar a su máximo y la epidemia comience a disminuir. Eso es lo que los gobiernos están esperando. Si ese escenario optimista ocurre, el coronavirus no desaparecerá. Se convertirá en otro patógeno similar a la gripe (del que sabemos poco) que nos golpeará cada año como sus predecesores.
Pero dos meses de encierro causarán un enorme daño económico. Y los paquetes de estímulo monetario y fiscal previstos no van a evitar una profunda depresión, aunque se reduzca la «curva» hasta cierto punto. Lo peor está por venir.
[…] Por mucho que algunos se empeñen en seguir azuzando la conspiranoia en relación al coronavirus – judíos, bolcheviques, chinos y musulmanes se entrecruzan en teorías, a cada cual más absurda, para imponer un Nuevo Orden Mundial – los estudios científicos realizados hasta el momento han descartado la posibilidad de que haya sido ‘genéticamente diseñado’. Es decir, que no es un virus artificial, creado en el laboratorio, ni liberado como parte de un intrincado plan de dominación diseñado por los enemigos de la sociedad occidental en una lúgubre sala de reuniones. La viróloga china que supuestamente tenía pruebas sobre la naturaleza artificial del virus ha resultado ser una estafa pagada por Steve Bannon, el conocido ideólogo de la campaña de Trump y exasesor de la Casa Blanca. Por el contrario, un reciente estudio que se ha centrado en reconstruir el árbol genealógico del virus ha estimado que el SARS-CoV-2 lleva entre 40 y 70 años presente entre los murciélagos y, probablemente, saltó directamente a los humanos1. […]