Este 1 de mayo estará marcado –como el resto de acontecimientos ya sean grandes o pequeños- por la pandemia del COVID-19. Sus efectos sobre la economía y nuestra vida ya se han manifestado con dureza pero lo peor está por venir. Cuando todavía estamos en plena crisis sanitaria -con cientos de muertos diarios- nuestra cabeza ha de pensar también en el mañana.
La gran consigna sindical para esta conmemoración del día internacional de las y los trabajadores es clara: No podemos salir de esta crisis cargándola sobre la espalda de la clase obrera y los sectores populares más humildes. Ahora bien, si esta proclama resulta tan evidente es porque estamos convencidos de que es exactamente eso lo que van a pretender la patronal, los superricos y los partidos políticos que representan sus intereses en el juego parlamentario.
No podemos limitarnos a dar la pelea por parcelas.
Cuando hay tramos de bonanza económica, los de arriba se llenan sus ya rebosantes bolsillos con las ganancias que generamos la mayoría trabajadora. Y cuando llegan las “vacas flacas”, cargan sobre nosotros las consecuencias de la crisis para que sus beneficios remonten el vuelo. Un negocio redondo. Casi todas las voces de expertos y economistas coinciden en afirmar que vamos a enfrentar una depresión económica más grave aún que el crack de 2008. Estamos hablando de un crecimiento exponencial del número de desempleados, del cierre de un sinfín de pymes, de una caída del PIB histórica. Ese es el escenario que se vaticina. Tras el confinamiento y la lucha contra el virus, viene el verdadero conflicto social.
Desde el movimiento obrero y sindical, la izquierda política (parlamentaria y extraparlamentaria) y los movimientos sociales, nos corresponde plantear cómo salir de ésta sin ser, de nuevo, los perdedores. Por eso se habla de la necesidad de un nuevo modelo que parta del reconocimiento del mundo del trabajo como eje vertebrador, de blindar los servicios públicos e incluso de la pertinencia de nacionalizar ciertos sectores productivos para no quedar “al desnudo” y sin bienes básicos ante situaciones como la que estamos atravesando.
En resumen, se reivindica el papel del Estado en el ámbito económico limitando el rol del mercado privado y repensar el modelo productivo para impedir que las desigualdades sociales aumenten. No es mala hoja de ruta. Sobre todo si tenemos en cuenta que venimos de unas décadas de dominio neoliberal, no sólo plasmado en recetas económicas y políticas, sino también en las formas ideológicas y culturales.
Ahora bien, no hace falta ser Albert Einstein para darse cuenta de que esta orientación choca de lleno con el modus operandi de los superricos. Los jefes del mercado privado se van a resistir con todas sus fuerzas a un escenario donde el Estado ponga límites, donde lo público gane espacio. Y el punto de fricción principal va a estar en el grado de profundidad de la intervención estatal y en las repercusiones que vaya a tener en la vida cotidiana de las empresas. ¿Basta con “regar” la economía con fondos públicos? O por el contrario, ¿es necesario recuperar el control de los sectores estratégicos y tener capacidad para redirigir la economía hacia la cobertura de las necesidades sociales?
Los jefes del mercado privado se van a resistir con todas sus fuerzas
Es un momento crucial para plantear medidas que ayuden a enfrentar socialmente la crisis actual y la que se viene. Necesitamos un modelo productivo basado en la empresa pública que genere empleo, que obtenga beneficios para ampliar los servicios públicos y que dinamice la economía para las PYMEs. Necesitamos una economía pública que asegure la gestión democrática de estas empresas e impida que se reviertan las nacionalizaciones. Acompañando al modelo productivo, necesitamos establecer un impuesto especial a las grandes fortunas, aumentar al máximo el escudo social para no dejar atrás a nadie.
No podemos limitarnos a dar la pelea por parcelas. Se va a requerir una movilización general de la clase trabajadora y el resto de sectores más castigados por la crisis, para construir una correlación de fuerzas favorable, a escala española y también europea. ¡Manos a la obra!