Existe toda una serie de hechos que nos revelan que la izquierda política está perdiendo comba dentro del que siempre ha sido su espacio sociológico fundamental. No es un fenómeno español, ni reciente, sino que se extiende, de una u otra manera, por todo el mundo y desde hace varias décadas..
Las clases trabajadoras, los sectores populares, es decir, los grupos sociales que tradicionalmente han abrazado las ideas progresistas asociadas a la justicia social y la lucha contra las desigualdades, se distancian cada vez más de las organizaciones políticas que, en principio, se hallan más próximas a sus intereses. ¿Cómo es esto posible?
No hemos de perder de vista que, mientras esto ocurre, la extrema derecha toma ventaja. Los espacios vacíos en un sentido político e ideológico, no existen. Y lo que no ocupa uno, se lo queda otro. Vox ha logrado irrumpir en las recientes elecciones catalanas con 11 escaños y representación en las cuatro provincias. Salvo en Girona, ha ganado el pulso a En Comú Podem y no sólo a nivel provincial, sino también en muchas zonas obreras. Y hace no demasiado -aunque con la crisis pandémica parezca una eternidad- en las últimas elecciones generales, ya consiguieron ser la tercera fuerza política en el Congreso de los Diputados. En aquella cita, por ejemplo en Madrid, lograron cerca de 190.000 votos más que Unidas Podemos. Poca broma.
A su vez, hay otro indicio muy preocupante para las aspiraciones de la izquierda alternativa: el porcentaje de abstención. No hablamos únicamente de las votaciones en Cataluña (donde es evidente que la situación sanitaria ha tenido un fuerte impacto), sino de muchos otros comicios donde, sobre todo en los barrios humildes, el abstencionismo ha aumentado considerablemente. El partido de la resignación gana enteros a medida que la desafección política de los de abajo se estructuraliza.
La izquierda se ha caracterizado esencialmente, por disponer de una postura moral crítica con el capitalismo y las desigualdades sociales que éste genera, así como una estrategia política capaz de activar a grandes mayorías sociales. Sin embargo, para estar en disposición de levantar una estrategia política exitosa, hace falta un conocimiento profundo del grupo o grupos sociales que pretendes accionar con ella, para que la abracen, la hagan suya y la desplieguen.
Tal proceso, no surge de forma natural y espontánea. Requiere de herramientas para conectar las aspiraciones sociales con el programa político. En este sentido, vemos cómo el capital invierte una cantidad ingente de dinero en estudios demoscópicos, encuestas multifacéticas y campañas de marketing. El resultado de toda esa inversión es una información social que vale su peso en oro.
Es imposible actuar sobre aquello que no se conoce o simplemente se percibe en apariencia. ¿Estamos en condiciones de conceder esa ventaja a las élites económicas y políticas y no dedicar grandes esfuerzos a tener un verdadero conocimiento del medio?
La falta de consonancia sobre cuáles son las prioridades (qué toca hacer ahora y qué puede esperar), la descendente capacidad de movilización e incluso, la falta de comprensión de parte del discurso político, son claros síntomas de un proceso de distanciamiento entre la izquierda política y los grupos sociales que pretende representar. Por su parte, la derecha y la extrema derecha, utilizan el enorme aparato que tienen a su disposición para llevarse el gato al agua. Además, cuentan con la ventaja de que sus ideas son digamos más tradicionales, más conservadoras. Muchas de ellas parecen grabadas a fuego en la cabeza de la gente.
Si queremos invertir esa tendencia y recobrar el ímpetu propio de la izquierda alternativa y las organizaciones de trabajadoras, necesitamos partir de las preocupaciones, necesidades y demandas del grupo social que pretendemos activar. Y para eso hay que estar pegado a toda esa gente y poner en marcha herramientas que permitan obtener toda la información necesaria para hacer política con mayúsculas.
Una de estas herramientas sería una encuesta «obrera» a nivel estatal, en las empresas, en los barrios y pueblos, entre vecinos y sindicalistas, etc, que nos permita enfocar la lucha por la transformación de nuestro país. Esta ingente tarea requeriría un enorme trabajo de base y militante, así como una coordinación de todo ese esfuerzo.
En la actualidad, solo Unidas Podemos podría plantearse algo de tal magnitud, y aun así, harían falta manos y piernas de otros grupos políticos, organizaciones sindicales, asociaciones vecinales y activistas sociales para llevarlo a cabo. Sin negar lo colosal de la tarea, nos podría permitir recobrar el músculo y el dinamismo que siempre han caracterizado a las grandes organizaciones de izquierda alternativa.
Comprender a las clases trabajadoras es condición indispensable si queremos que se conviertan en un sujeto político con capacidad real de operar cambios sociales. No podemos seguir dando la batalla social únicamente con relato, con campañas de ilusión o apelaciones abstractas a la lucha. Para ganar el corazón y la mente de los trabajadores, no hay atajos.