Hace cosa de un mes, hablábamos de la política de fragmentación que aplican los empresarios para desgajar a los trabajadores. Es más, la caracterizábamos como una prioridad absoluta, como un elemento estratégico para aumentar la competencia entre los empleados y así facilitar la imposición de la voluntad de los dueños de las empresas.
La división del grupo social más amplio y relevante (la clase trabajadora), supone una ventaja decisiva a favor de los empresarios en la correlación de fuerzas sociales, pues difícilmente un trabajador de manera individual, puede tener la más mínima oportunidad de mejorar sus condiciones laborales en una situación “de tú a tú” con accionistas y directivos.
Pero la reducción de los trabajadores a meros individuos aislados, como si fuésemos partículas inconexas, tiene también la intencionalidad de fomentar la competencia por abajo, convirtiendo la vida laboral es una especie de Royal Rumble.
Ejemplos hay a patadas y de diversa índole. Competencia entre plantillas del mismo sector económico, competencia entre plantillas de diferentes centros o países pertenecientes a una misma multinacional, y también, competencia entre los propios trabajadores de un mismo centro.
La predominancia del “qué hay de lo mío”, “sálvese quien pueda”, “yo miro por mí y el resto que se las apañe”, evidencia cómo propietarios y accionistas, han impuesto su lógica de competencia salvaje –en busca del máximo beneficio- a una buena parte de la gente trabajadora.
En Correos, la empresa que mejor conozco por llevar desde 2007 vinculado a ella, esto podemos observarlo cada día, allá donde miremos. A pesar de que las formas de fragmentar a los trabajadores y fomentar la competencia entre unos y otros, son absolutamente groseras, existe un alto grado de normalización y resignación.
En mi centro trabajo, el CTA de Vallecas, se está aplicando con empeño lo que la Directora del mismo ha venido a denominar “romper los binomios”. Si bien es cierto que el creciente autoritarismo de los mandos intermedios, no es una novedad en la compañía postal, vemos cómo esta práctica se aplica de forma cada vez más tóxica y enrevesada.
Que el CTA lleve el apodo de “Alcatraz” no es una casualidad. El control que se ejerce sobre las personas es tan dictatorial como ridículo. Hablamos de un centro donde en 2018 una trabajadora fue sancionada por ausentarse durante diez minutos al servicio ante una hemorragia, argumentando la Jefatura que “no había seguido el procedimiento”. Despreciable y bochornoso.
La política de “romper los binomios” es tan absurda como mezquina. Que un par de compañeros hayan conectado en la dinámica laboral, favoreciendo el desempeño del trabajo y la comunicación diaria, solo puede ser considerado como algo negativo y a extinguir, por alguien que tiene tanto pánico como desprecio por cualquier tipo de asociación entre trabajadores. Esto puede comprobarse con múltiples ejemplos, desde infinitas muestras de aversión a la acción sindical (en especial si eres parte de una sigla incómoda para la Directiva como es el caso de CGT Correos), hasta la ruptura de “equipos” de trabajo que funcionan como un reloj.
La política de la fragmentación que aplica la clase empresarial por todo el mundo de manera estructural, queda aquí perfectamente retratada. La misma Jefatura que interrumpe y obstruye con frecuencia la labor sindical, también pretende convertir el enorme centro logístico en una nave silenciosa, donde solo se escuchen los gritos de algunos jefes y el ruido de máquinas y vehículos. El sueño patronal de tener brazos en lugar de personas.
En su fijación por desarticular cualquier relación personal y de confianza –que son la base de la acción colectiva- no tienen reparos en tomar decisiones que resultan o pueden resultar perjudiciales para su sagrada productividad, o que incluso vulneran normas legales, como la obligación establecida por el Convenio Colectivo para las Jefaturas, de generar un buen ambiente de trabajo y mantener una buena motivación del personal.
Cualquiera sabe que el CTA de Vallecas es una trituradora de personas de la que, en cada proceso de movilidad interna, muchísimos compañeros salen despavoridos. Normal que cada viernes se celebre casi como el gol de Iniesta.
Sin embargo, tras esta mano dura contra la cooperación por abajo (hasta en las más sencillas formas de feeling laboral y compañerismo), lo que se esconde no es otra cosa que miedo. Sí, miedo a que el poder que tienen se resquebraje, después de tanto tiempo dedicándose a sembrar individualismo, discordia y fracturas de todo tipo. Miedo a que ganemos autonomía, evidenciando que controlamos los procesos de trabajo y no necesitamos ni voces, ni palmas, ni capataces.
Y es que el poder que tienen es menor de lo que parece. Una de las acepciones del término poder lo define como “Estar en condiciones de hacer una determinada cosa por no haber nada que lo impida”. Su miedo más profundo es que descubramos que tenemos la capacidad, precisamente, de impedir que sigan actuando como hasta ahora. Claro que para ello necesitamos asociarnos, pensar en clave colectiva. Ser comunidad, ser plantilla, ser clase y dejar de otorgarles tal grado de poder que les hace sentirse por encima de cualquier derecho.
La Jefatura sabe muy bien esto (a la vista está que mucho mejor que nosotros) y por ello catalogan de “binomios conflictivos” a gente que simplemente intenta trabajar a gusto, hacer la jornada de carga y descarga menos tediosa, volver a casa con algo positivo que contar o sentir. No ser un puto robot que coge cajas y empuja carros.
Ser la fuerza motriz que pone en funcionamiento cada día Correos o cualquier otra empresa. Tener la capacidad de parar el CTA, eso sí que es poder. Nos falta actuar acorde a esta realidad, defendiendo cada derecho y sin regalar ni un palmo a quienes ni nos respetan ni nos valoran, a quienes pretenden convertirnos en carne de cañón del proceso de amazonización y degradación de un servicio público básico.
Sin comentarios como siempre Mario muy bueno y acertado