A la luz de los debates de agenda que se ven en la izquierda transformadora, no andan muy desencaminados quienes señalan que la Gran División hoy en día, en el espacio de la izquierda transformadora, no es como antaño la que se daba entre comunismo y socialdemocracia (con todas sus repercusiones en las organizaciones y los movimientos), sino entre socialdemocracia y social-liberalismo (con una hegemonía aplastante de esta última macro-corriente).
Los marxistas (más allá de las posiciones folclóricas, o de los debates tácticos) pasarían a ocupar, en la actualidad, el lugar de la socialdemocracia (en el sentido que tenía este término en la época de la II Internacional), entendiendo a esta como una crítica superadora de las relaciones sociales de producción y del fundamentalismo del mercado como mecanismo principal de toma de decisiones económicas (macro y micro).
En líneas muy generales (y para entendernos) el núcleo de la posición socialdemócrata hoy vendría a consistir en que la planificación y la iniciativa pública puede sustituir al mercado en grandes ramas de la producción y la distribución de mercancías y servicios, más allá de la tríada convencional compuesta por la sanidad, la educación y los servicios sociales. El desarrollo del capitalismo abriría la posibilidad técnica de desmercantilizar de grandes áreas de la economía, desmercantilización que además puede y debe hacerse bajo fórmulas de gestión democrática.
El social-liberalismo, por contra, se resiste, bajo diversos argumentos, a conceder esta posibilidad de desmercantilización a gran escala de la economía, y restringe esta dinámica a la tríada convencional. Sin acabar de explicar muy bien porqué unas áreas de la economía pueden ser desmercantilizables y otras no, o viceversa, porqué si pagamos billete por subir en el transporte público, no pagamos un billete, entrada o similar, por ir a la consulta del médico. O sin acabar de explicar porqué, si desmercantilizamos el transporte público este se va a saturar y a degradar el servicio, y por contra no decimos lo mismo a la hora de llevar nuestros hijos al cole, o al médico, o cobrar una pensión de la seguridad social.
Esta posición social-liberal tan contradictoria se concreta en la práctica en que la agenda política se restringe a medidas paliativas de los desaguisados del capitalismo: vivienda social para los que no pueden pagar una casa, bonos de transporte para quienes no tienen recursos, bono eléctrico para quienes están en peligro de no poder pagar la luz y el gas… etc…. y de ahí, salvo contadas ocasiones, no se sale.
Pero no acaba aquí la cosa, sino que los social-liberales niegan en la práctica la posibilidad, no solo de impulsar reformas estructurales, sino también la necesidad de hacer propaganda o desplegar tácticas de acumulación de fuerzas que permitan que la propaganda y la agitación se hagan realidad en medidas políticas concretas.
El social-liberalismo es mayoritario en lo que entendemos como la izquierda transformadora actual. Personalmente, aunque hay mucho trabajo de arqueología ideológica pendiente de hacer, considero que esto es un subproducto de la caída del muro, igual que el folclorismo cultural en el movimiento comunista es hijo de la derrota histórica a partir de los años 70.
Algunos comunistas consideramos que es hora de pasar de las palabras a los hechos, y que quienes compartimos puntos de vista transformadores empecemos a tener cierto nivel de organización y coordinación política. Seguramente, en este nivel de desarrollo esto no pueda darse bajo otra fórmula que no sea transversal y multipartido, de think tank y asociativo.
Cierto grado de coordinación comunista y socialdemócrata dentro de la izquierda laboralista va ser necesario si queremos que los próximos 10 años de ciclo político sean productivos. Por poner un ejemplo, es necesario algo parecido a lo que People´s Momentum ha supuesto en el Partido Laborista Británico, algo que se parezca más a un movimiento que a un partido. Hay gente en España empezando a hablar de estas cosas.